Esa canción tan pegadiza que no la puedes olvidar. La pones en el coche, en casa mientras cocinas y la cantas inconscientemente en la ducha. Ese tema es todo lo que puedes oír durante días. Entonces, de repente, deja de sonar bien.
No la vas a criticar de buenas a primeras, pero empiezas a verle fallos. Se siente simplemente diferente. Ha perdido la ‘magia’. Eventualmente, se une a la lista de canciones que has matado de tanto escucharlas. Seguro que te ha pasado, a mi también.
Entonces, ¿qué sucede exactamente dentro de nuestro cerebro para que una canción pierda su magia? Resulta que nadie lo sabe con certeza, pero la ciencia tiene algunas teorías sobre la causa de este fenómeno.
No es un secreto que la música nos hace felices. O que el silencio nos relaja. Nuestro cerebro ‘juguetea’ con el sonido y la ausencia de este produciendo cambios en nuestro cuerpo. Ha habido múltiples estudios científicos que han abordado los efectos de la música en las personas. Por ejemplo, para lo que nos ocupa, afecta a la química del cerebro. La música que nos es agradable hace que liberemos dopamina, una neurohormona liberada por el hipotálamo, y que se le relaciona con el placer. Así, los neurólogos creen que nuestros cerebros pasan por dos etapas cuando escuchamos una pieza de música que nos da los escalofríos: el núcleo caudado anticipa la acumulación de nuestra parte favorita de una canción mientras la escuchamos, y el núcleo accumbens se activa por el pico que causa la liberación de endorfinas.
Parte de la razón de ‘matar’ una canción viene de ahí: se cree que cuanto más conozcamos un pedazo de música, menos encendidos estarán nuestros cerebros anticipando este pico. Esto se debe, principalmente, a que lo que las neuronas realmente señalan es cada vez que hay un cambio:
En 2010, Michael Wehr, quien estudia el procesamiento sensorial del cerebro en la Universidad de Oregon, observó cerebros de ratones durante breves ráfagas de sonido. Sus observaciones aclaran que la aparición de un sonido provoca una red de neuronas “iluminadas”, obviamente. Pero cuando los sonidos siguen sonando de una manera relativamente constante, las neuronas detienen en gran medida su reacción. Pasa parecido con los ojos y su tendencia a barrer buscando sólo las variaciones del entorno y no resulta descabellado pensar que sea parte también de nuestra configuración evolutiva para estar preparados para el peligro. Pero el caso es que lo que más le gusta a nuestro cerebro de esa canción es la novedad que nos hace sentir.
Los experimentos han demostrado que la apreciación disminuye una vez que la novedad de una pieza de música se ha agotado, y que a menudo nos aburrimos con una canción que se ha vuelto familiar”, según Michael Bonshor, profesor en la Universidad de Sheffield, y experto en la psicología de la música.
Por cierto, el cerebro entra directamente en un estado distinto cuando encuentra una canción lo suficientemente buena. El concepto psicológico que se utiliza normalmente para definirlo es estado de ‘flow’, o estado de flujo, y ocurre durante otras prácticas como meditar o, incluso, a veces leer o trabajar. El punto de este estado es que la mente se concentra en esa tarea, porque demanda su atención por completo. Sin embargo, si la música no es lo suficientemente estimulante para el oyente, requiere cada vez menos atención y pronto perderá el interés, perdiéndose el estado de ‘flow’ que surge de la inmersión en la música.
Por eso mismo, el otro factor clave es lo compleja que sea la pieza musical. Cuanto más ocurre en ella —complejidad armónica, rítmica y vocal, cambios de tono, de instrumento, subidas y bajadas de volumen y demás—, más probable es que dispare las señales correctas en nuestro cerebro.
La evidencia muestra que cuanto más complejo es el estímulo de una canción, más probable es que a una persona le guste. Y también que tarde más tiempo en acostumbrarse a ella, por la simple razón de que al ser más difícil, tarda más en poder preverla y memorizarla. Pasa lo opuesto con los sonidos simples. Esta podría ser la razón por la que casi nadie es capaz de odiar el sonido del mar: al fin y al cabo, aunque es repetitivo nunca es exactamente el mismo.
O también el porqué de que ciertas piezas clásicas, conocidas por su técnica compleja, sobreviven a miles de canciones del verano. Según este principio, la música más compleja tendrá mayor longevidad, ya que será más desafiante y conservará el interés de los oyentes por más tiempo; mientras que la música simple puede ser a veces más accesible de forma inmediata, pero pierde su atractivo con relativa rapidez.
Siento no tenerte una solución más positiva pero, ya se sabe: lo que se hace rápido se agota rápido. Si la última canción que se te ha grabado en el alma no es compleja sino un hit de tendencias pegadizo, tal vez deberías dosificar la frecuencia con la que la escuchas para que te dure lo más posible. O, al ritmo que las hacen, igual sea suficiente con irlas gastando, tampoco pasa nada, harán más.
Si sostienes que a ti no te suele pasar, pues buenas noticias: probablemente seas alguien interesado en canciones de alta complejidad armónica y en el futuro siga sin pasarte. En ambos casos, que disfrutes siempre de ese promedio de dos minutos en los que el ser humano está tan cerca del cielo como su humanidad le permite estar porque suena en su reproductor su canción favorita.