En los últimos años, los investigadores han puesto de relieve el poder peculiar del silencio para calmar y subir el volumen de los pensamientos internos. Sus hallazgos empiezan donde podríamos esperar: con el ruido.

Durante mucho tiempo, los investigadores utilizaron un silencio intermedio como descanso en los experimentos sobre probar los efectos del sonido o el ruido sobre las personas. Es decir, el silencio era el lapso ente un sonido y otro, pero no se analizaba. Tras darse cuenta de que el silencio creaba respuestas neurológicas por sí mismo, empezaron a centrarse más en los efectos de silencio. Los descubrimientos son que la ausencia de sonido, de hecho, produce más relax que la “música relajante" y se acentúa mediante su comparación con el ruido.

La ausencia de sonido, de hecho, produce más relax que la música relajante.

A partir de aquí se especuló que tal vez el silencio funciona siempre por comparación. Es decir, tal vez nuestra reacción se debe a que como nuestro cerebro está siendo bombardeado constantemente por la banda sonora del mundo exterior, los periodos de silencio absoluto crean un corte.

Sorprendentemente, la investigación es compatible con estas afirmaciones. En 1960 se hicieron los primeros estudios de "contaminación acústica" y se vinculaba el ruido a mayores tasas de pérdida de sueño, enfermedades del corazón y la aparición del tinnitus. Más adelante también se han constatado suposiciones obvias como que existen correlaciones entre la hipertensión arterial y las fuentes de ruido crónicas —como carreteras y aeropuertos—.

Los estudios de la fisiología humana ayudan a explicar cómo este fenómeno invisible puede tener un efecto físico tan pronunciado. El sonido, de forma muy resumida, funciona así: las ondas sonoras hacen vibrar los huesos del oído, que transmiten el movimiento a la cóclea y esta convierte las vibraciones físicas en señales eléctricas que recibe el cerebro. El cuerpo reacciona de inmediato a estas señales, incluso en el medio del sueño profundo. Los ruidos activan la amígdala, los racimos de neuronas localizadas en los lóbulos temporales del cerebro asociados con la formación de la memoria y la emoción, y la activación provoca una inmediata liberación de hormonas del estrés —como el cortisol—. Esto significa que las personas que viven en entornos ruidosos a menudo experimentan niveles crónicamente elevados de hormonas de estrés, puesto que están produciéndolas hasta mientras duermen.

En 2011, la Organización Mundial de la Salud trató de cuantificar la carga que supone para la salud en Europa el exceso de ruido. Se llegó a la conclusión de que, los 340 millones de habitantes del oeste de Europa, en conjunto, perdieron al año un millón de años de vida saludable a causa del ruido. Incluso aseguran que 3.000 muertes por enfermedades del corazón fueron, en su raíz, el resultado de un ruido excesivo.

Pero, volviendo a lo del silencio vs ruido y su contraste, en 2010, Michael Wehr, quien estudia el procesamiento sensorial del cerebro en la Universidad de Oregon, observó cerebros de ratones durante breves ráfagas de sonido. Sus observaciones aclaran que la aparición de un sonido provoca una red de neuronas “iluminadas”, obviamente. Pero cuando los sonidos siguen sonando de una manera relativamente constante, las neuronas detienen en gran medida su reacción. Wehr concluyó que “lo que las neuronas realmente señalan es cada vez que hay un cambio". Pasa parecido con los ojos y su tendencia a barrer buscando sólo las variaciones del entorno y no resulta descabellado pensar que sea parte también de nuestra configuración evolutiva para estar preparados para el peligro.

Una bióloga de la Universidad de Duke, Imke Kirste, acabó por descubrir que, a pesar de que todos los sonidos tienen efectos neurológicos a corto plazo, ninguno tiene un impacto duradero. A excepción del silencio. Kirste encontró que dos horas de silencio por día impulsan el desarrollo de células en el hipocampo, la región del cerebro relacionada con la formación de la memoria y la participación de los sentidos. Lo cual es profundamente desconcertante: la ausencia total de entrada de estímulos tiene el efecto más pronunciado. En otras palabras, permanecer suficiente tiempo en silencio podría hacer a la gente un poco más inteligente.

En todo caso, en principio, se supone que “no hay tal cosa como el silencio", según Robert Zatorre, un experto en la neurología del sonido: "En ausencia de sonido, el cerebro tiende a producir representaciones internas”. Por ejemplo, si estás escuchando una canción y te la cortan abruptamente, los neurólogos han descubierto que si la conoces bien, la corteza auditiva del cerebro permanece activa, como si la música se estuviera reproduciendo y la sigues “escuchando” aunque no esté siendo generada por el mundo exterior. Al menos eso pasa según David Kraemer, que ha llevado a cabo este tipo de experimentos en su laboratorio de Dartmouth College. “Se puede recuperar el sonido desde la memoria”.

Contarte el problema no te soluciona nada porque no puedes mandar a todo el planeta a callar, me dirás. Bueno, puede que no esté la solución tan lejos. En la agencia de diseño Navy, las constantes distracciones y el ruido regular eran un problema tan grande que los empleados se quedaban en casa cuando realmente necesitaban enfocarse en un proyecto importante. Para solucionar el problema, el equipo del estudio instituyó un tiempo diario "de silencio". No sólo en persona, también en línea. No hay mensajes de correo electrónico o redes sociales; no se toca a los compañeros en el hombro, no se habla y no hay reuniones. Lo cuentan en Medium, y a pesar de que les tomó meses acostumbrarse, después de cuatro años, estiman que el equipo es ahora un 23% más productivo.

Esta claro que eso no va a pasar en todos los trabajos. Y que si vives en ciudades, no siempre se puede escapar del ruido. Pero teniendo en cuenta y en mente la importancia de, de vez en cuando, buscar el silencio, es más probable que vayamos a bibliotecas, templos o montes en los cuales podamos darnos un “chapuzón” de ese absoluto silencio que tanto parecemos necesitar.