La falta de referentes y la nula visibilidad son dos de los problemas a los que se enfrenta actualmente el colectivo de lesbianas, gais, transexuales y bisexuales en los países occidentales. Tras la conquista de históricos derechos, como la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo o la posibilidad de adoptar, la lucha por superar el odio al diferente y por terminar con la discriminación por cuestión de orientación sexual o de identidad de género continúa.
El astrofísico y director del Planetario de Pamplona, Javier Armentia, ha decidido aportar su granito de arena para "una nueva visibilización de la ciencia LGTBI, de las personas que hacen la ciencia y son LGTBI, buscando referentes necesarios para una sociedad más integradora (y más científica y racional)". Con ese propósito nace Ciencia LGTBIQ, una plataforma donde pretende divulgar historias desconocidas sobre personajes relacionados con la investigación que, por la época en la que vivieron o por sus circunstancias, fueron invisibilizados o discriminados por el simple hecho de amar a otra persona del mismo sexo o no identificarse con el género asignado al nacer.
La desconocida historia de Sally Ride
La iniciativa personal de Armentia ha recibido el apoyo de buena parte de la red española de comunicadores científicos. El astrofísico ha decidido arrancar Ciencia LGTBIQ con una historia probablemente desconocida para muchos, protagonizada por la primera mujer norteamericana que llegó al espacio, Sally Ride. La astronauta de la NASA, que se situó en órbita en 1983 a bordo del transbordador Challenger, tomó el testigo de las cosmonautas soviéticas Valentina Tereshkova y Svetlana Savitskaja, que lo lograron en 1963 y 1982, respectivamente. Lo que tal vez pocos sepan es que Ride no solo rompió moldes como mujer ante el machismo imperante en la ciencia, sino que también se enfrentó a la homofobia de la época.
La astronauta estadounidense (Los Ángeles, 1951 - La Jolla, 2012) estudió Filología Inglesa y Física en la Universidad de Stanford, donde también obtuvo su doctorado en 1978, estudiando la interacción de los rayos X con el medio interestelar. Ese mismo año, después de leer un anuncio de la NASA en el periódico estudiantil de la universidad, decidió solicitar una plaza. Sally Ride fue elegida entre más de 8.000 candidatos; tras superar las pruebas, ya como astronauta, tuvo que lidiar con preguntas obscenas como si el vuelo espacial afectaría a sus órganos reproductores o si lloraba cuando las cosas iban mal en el trabajo. El 18 de junio de 1983, pese a las inoportunas y absurdas preguntas de algunos periodistas, la investigadora se embarcó en su primera misión espacial, la STS-7, que continuaría al año siguiente. En total, permaneció catorce días, siete horas y cuarenta y seis minutos en el espacio.
Así llegó la primera bandera LGTB al espacio
Sally Ride puso el máximo celo en mantener su vida privada fuera de la esfera pública. Tras separarse de su primer marido, el también astronauta Steven Hawley, con el que mantuvo una relación durante cinco años, la californiana conocería a la mujer de su vida, de la que no se separaría jamás, ni en lo personal ni en lo profesional. Sally Ride era en realidad lesbiana y su pareja durante casi tres décadas fue Tam O’Shaughnessy, profesora de Psicología de la Universidad de San Diego. Junto a ella impulsó diversas iniciativas para promover la difusión de la ciencia y con la que publicó una colección de libros divulgativos dirigidos al público infantil.
La desconocida historia de Ride, un referente para el colectivo LGTBIQ, salió a la luz en 2013, un año después de su muerte, cuando Barack Obama le concedió la Medalla Presidencial a la Libertad a título póstumo, que fue recogida por su pareja. "La Dra. Sally Ride fue mucho más que una astronauta, fue un verdadero tesoro para América", afirmó Charles Bolden, administrador de la NASA. Su legado al promover que las niñas y mujeres optasen por una carrera en ciencia, tecnología, ingeniería o matemáticas es un trabajo que continuará a través de Sally Ride Science [la entidad que fundó con O’Shaughnessy], junto con la inspiración que siempre nos dará como modelo a seguir y verdadera ciudadana del mundo", añadió Bolden durante el acto.
Cuando se lobotomizaba al diferente
La falta de referentes LGTBIQ en investigación, con excepciones como Sally Ride o Alan Turing, es solo uno de los problemas que ha aquejado a la ciencia durante el último siglo. Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que la homosexualidad era considerada una patología por la Organización Mundial de la Salud. Todo cambió el 17 de mayo de 1990, cuando la Asamblea General declaró que la atracción por personas del mismo sexo no era "un trastorno, disturbio o perversión". El gesto de la OMS no hubiera sido posible sin el trabajo del psiquiatra Robert Spitzer, cuyos estudios científicos fueron clave para que la homosexualidad dejara de ser descrita como una enfermedad mental. Fue un logro importante tras décadas de humillación, maltrato y discriminación.
Durante años, la ciencia y la medicina desarrollaron y aplicaron tratamientos aberrantes contra las lesbianas, gais, bisexuales o personas transgénero. El presunto objetivo era cambiar la orientación sexual o la identidad de género con prácticas monstruosas como las terapias aversivas, para inducir el vómito, las descargas eléctricas acompañadas de pornografía homosexual, las lobotomías o el electroshock. Todo con una finalidad que atentaba contra la dignidad humana, los derechos y las libertades de las personas, según analizan ensayos como Al margen de la naturaleza, de Víctor Mora Gaspar (Debate, 2016) o exposiciones históricas como Subversivas, que repasa cuarenta años de activismo LGTB en España en Centro Centro (Madrid).
Cuando las Ramblas quisieron ser Stonewall
"Mi último paciente era un desviado. Después de la intervención quirúrgica en el lóbulo inferior derecho presenta, es cierto, trastornos en la memoria y en la vista, pero se muestra ligeramente atraído por las mujeres", dijo el doctor Juan José López Ibor. El psiquiatra español, que presentó sus terribles investigaciones durante un Congreso en San Remo (Italia) en 1973, no sería el único en realizar este tipo de tratamientos carentes de cualquier base científica y cargados en realidad de prejuicios, odio y discriminación. El conocido médico Gregorio Marañón o el también psiquiatra Antonio Vallejo Nájera alentaron ideas cargadas de prejuicios ideológicos sin base científica para fomentar la discriminación e incluso los ataques contra las personas homosexuales, bisexuales o transexuales.
Décadas después, el colectivo LGTBIQ sigue peleando contra los prejuicios y discriminaciones que todavía sufren. Su lucha ha conseguido que la Asociación Americana de Psiquiatría deje de considerar a la transexualidad como una enfermedad, una descripción que aún mantiene la Organización Mundial de la Salud. Los ataques y los delitos de odio contra las lesbianas, bisexuales, transexuales y gais, el repunte en las infecciones por VIH o la discriminación social y laboral son algunas de las tareas pendientes en España. Unos objetivos a los que también se une en este 28 de junio, Día del Orgullo, la necesidad de contar con referentes y visibilizar la diversidad, también en el ámbito de la investigación. Con iniciativas como la de Armentia, la ciencia sale del armario donde lleva años escondida.