La palabra "empatía" surgió por primera vez para explicar nuestra relación con los objetos, no con otros seres humanos. La palabra viene del alemán Einfühlung, que se descompone en ’ein’ para ‘dentro’ y ‘fühlung’ para ‘sensación’. Vendría a significar, por tanto, “sensación que procede del interior”.

Einfühlung, como decíamos, se usaba para describir el “sentimiento” que eran capaces de producir en las personas las cosas, generalmente cosas como el arte o la naturaleza, pero también podía definir a la capacidad de proyectarse a sí mismo en un objeto estético, como una obra pictórica o musical. Vendría a ser lo que un trabajo artístico o un paisaje te “suscita” o bien el “sentimiento” que puedes producir en otras personas con tu creación.

Con el tiempo, la empatía llegó a describir cómo los seres humanos se relacionan entre sí, con el mismo fondo que con el que se aplicaba a los objetos: ¿qué sientes cuando lo ves? Como pasa con una fotografía, canción o cuadro, donde hay personas que sienten mucho con determinada representación y otras no sienten nada, también hay individuos más empáticos que otros frente a los sentimientos de sus iguales.

Por otra parte, ¿se puede perder la empatía? Absolutamente, y no hace falta ser un psicópata o sufrir Asperger para ello; de acuerdo con investigaciones recientes, está sucediendo. La empatía, la capacidad para ponerse en la piel de otra persona y comprender sus sentimientos y perspectivas, parece estar en caída libre. De hecho, tiene bastantes detractores. Se dice que en los tiempos modernos, la empatía ya no es lo mismo, y que ahora puede ser una estrategia para evitar la responsabilidad: nos sentimos mal un rato por una foto de un niño hambriento o un perro mutilado, pero al rato pasamos a otra cosa. Sentirnos mal nos libera de la necesidad de actuar pues, con dicho sufrimiento, ya sentimos haber pagado nuestra parte.

“La empatía es irracional”, advierte el profesor de psicología de Yale, Paul Bloom, autor de “Contra la empatía: el caso de la compasión racional”. Uno de sus argumentos es que es más probable activar nuestra empatía con una sola cara y una historia personal triste que con una tragedia humana a escala generalizada.

Sin embargo, si bien no podemos estar seguros de si es empatía o compasión lo que necesitamos, la evidencia es sorprendente respecto a que la estamos perdiendo, sin saber si la necesitaremos en el futuro: más de 70% de los adultos han experimentado acoso en línea. Estudios muestran una disminución a largo plazo en los niveles de empatía entre los estudiantes universitarios de casi el 50% en las últimas tres décadas. Otra investigación revela que cuanto más rico eres, menos empático es probable que seas, una preocupación que cada vez es mayor dado que la desigualdad se está ensanchando. Y, en esa misma línea, se ha descubierto que los altos ejecutivos son cuatro veces más propensos a carecer de la empatía del trabajador de promedio.

¿Qué se puede hacer para dar la vuelta este descenso? Afortunadamente, las últimas investigaciones dicen que el 98% de nosotros tiene la capacidad de identificarse, pero estamos viviendo muy por debajo de nuestro potencial empático. Este último estudio sugiere que el remedio es “escuchar al corazón”.

Soy consciente de que suena como un cliché, pero es exactamente lo que hicieron: los autores pidieron a la mitad de los participantes que contaran todo el tiempo mentalmente sus latidos del corazón, utilizando un enfoque estrictamente no interventivo (sin tocarse para tomar el pulso). Como paso siguiente, todos los sujetos —tanto los que se medían como los que no— vieron vídeos cortos de personas hablando entre ellas, y luego rellenaron las preguntas de una encuesta acerca de lo que imaginaban que los protagonistas pensaban y sentían.

Las personas que acertaron más respecto a los sentimientos de los protagonistas de los vídeos estaban midiendo sus latidos del corazón. En otras palabras, cuanto más interocepción demostraron, mejores eran en la lectura de las emociones ajenas.

Nos enfrentamos a un desafío generacional, en la era del hiperindividualismo y la cultura en línea, que nos acerca pero nos aleja a la vez, podría ser necesario, incluso urgente, regenerar nuestra empatía, como individuos y como sociedad. Y si puede ayudar el simple acto de estar pendiente de los latidos, ¿por qué no intentarlo?