El estadounidense James Ponsoldt estrena su quinto largometraje como director, que adapta la novela homónima de su compatriota Dave Eggers, con un reparto lujoso pero escasa lucidez en las formas.**Eggers había llamado la atención de los lectores, de la prensa y de los trabajadores del sector de las nuevas tecnologías en 2013 al publicar El Círculo**, narración en la que se sube al carro de la tecnofobia en la era de las telecomunicaciones, las redes sociales y la sobreinformación. Tal fue el revuelo que causó con ella que la importante revista **Wiredpublicó una reseña de la novela en la que reprochaba vivamente al autor, entre otras cosas, su ignorancia** en los temas centrales de la misma, respecto al funcionamiento de esta tecnología y a cómo son quienes trabajan en su ámbito: “Si eres alguien que realmente está familiarizado con las comunidades en línea (…), El Círculo probablemente te sonará más que un poco desafinada”, decía Graeme McMillan en el texto.
Pero lo que parece no entender este señor es que la fidelidad al mundo real, salvo en la verosimilitud de los comportamientos personales, no constituye un valor artístico, y si esto es así en recreaciones históricas, mucho más en la pura ficción. Es decir, la novela de Eggers no es peor si McMillan está en lo cierto en cuanto a sus acusaciones de desconocimiento de las características del sector neotecnológico porque, tengámoslo claro de una vez, no se trata de un aspecto evaluable en un relato no documental ni ensayístico. Y, pese a que uno desconoce si Ponsoldt ha tenido en cuenta críticas semejantes, no parece que su libreto para esta adaptación, coescrito con el propio Eggers, sufra ninguna falta de credibilidad en este sentido, tanto en lo que se refiere al ambiente empresarial, digamos, “supercool” organizado para el currito medio como en las diversas presentaciones de estilo Apple que lleva a cabo el jefe y demás.
**Para Ponsoldt, por otra parte, una película como El Círculo (2017) supone salirse por completo del terreno que había pisado** en sus cuatro largometrajes anteriores: la sencillez formal y el foco en determinados dramas que suelen primar en el cine independiente estadounidense, agarrado a cuyas faldas se crio como realizador, no tiene cabida en un producto como el que ahora nos ha entregado, y ya no hay aquí ningún interés en mostrar una conexión íntima que se da de forma inesperada entre dos personas, como sí lo hubo en Off the Black (2006), Smashed (2012), The Spectacular Now (2013) y *The End of the Tour*(2015). Y aunque la planificación visual de su último filme es quizá la más elaborada y ágil de todas las suyas porque los medios con los que cuenta se lo permiten, falla en el tono que le imprime y que, así, determina sus decisiones, de las cuales a su vez emana la película resultante.
Las reflexiones que plantea acerca del conflicto entre el derecho a la intimidad y la demanda de seguridad y transparencia en un mundo hipertecnológico son de lo más interesantes, y sólo por ellas se justifica su visionado. Pero *lo que no se puede hacer es convertir una historia con clarísimos ecos de la terrible y magnífica novela 1984, de George Orwell, y su Gran Hermano, del totalitarismo que abruma al individuo disidente y desea rebelarse, en prácticamente un simple drama de conflictos laborales que afectan a la vida privada y, encima, con la estética colorista del episodio “Nosedive” (3x01) de la serie Black Mirror y las mismas ventanitas virtuales salientes, pero sin su capacidad de producir una intensa impresión trágica por el contraste.
Un filme como este requería oscuridad, téngala o no la novela, y una intriga vigorosa, con un esquema visual que potenciase, no ya lo siniestro, sino al menos la opresión, reforzado con una banda sonora en ese tono que el mismo Danny Elfman, quien repite con Ponsoldt tras The End fo the Tour, es muy capaz de componer si vigila las estridencias. Y la absoluta indefinición de “los villanos” también pesa en la película como una losa*, porque es imposible ni tan siquiera indignarse con ellos dado que, en definitiva, nos caen bien. No se trata de que “los malos” estén carentes de complejidad y sean de una pieza, sin ambigüedades de ningún tipo, con lo que su encanto sería nulo, pero la vaguedad característica resulta bastante peor que eso.
Su conocido reparto pica lo que puede en esta ensalada tan ligera, y tampoco podemos criticar ninguna de las inflexiones de Emma Watson como la protagonista, Mae Holland, de Tom Hanks como Eamon Bailey, de John Boyega como Ty Laffite, de Karen Gillan como Annie Allerton, de Ellar Coltrane como Mercer ni de Bill Paxton y Glenne Headly como Vinnie y Bonnie Holland. Y, aparte del gran Elfman, repiten como habituales en su equipo Gerald Sullivan en el diseño de producción y Avy Kaufman como directora de casting.
No obstante, tampoco os llevéis a engaño: El Círculo no es un completo desastre ni mucho menos, ya que se deja ver y las ideas en las que hurga bullen en la mente de los espectadores cuando abandonan la sala de proyección. Pero ese burbujeo mental dura poco y su huella en el ánimo y la memoria es efímera porque, en rigor, su blandura impide que nos golpee de veras para dejarnos moretones emocionales, que es lo que hacen las más valiosas experiencias cinematográficas, esas que no se olvidan nunca.
Conclusión
James Ponsoldt no había realizado antes una exhibición visual más trabajada y dinámica que en El Círculo, pero erra en el tono general con la que la ha presentado: el filme necesitaba otra cosa para que su enojoso totalitarismo no fuese de chichinabo, y se queda en una obra agradable de ver que podría haber sido incluso fascinadora.
Pros
- Que el guion adaptado de James Ponsoldt y Dave Eggers no sufre la falta de credibilidad que le imputaban a la novela.
- Que la planificación visual de Ponsoldt es la más elaborada y ágil de todas las suyas.
- Que las ideas que maneja bullen en la mente del espectador cuando abandona el cine.
- El lujoso reparto.
Contras
- Que requería oscuridad, una intriga vigorosa y un esquema visual opresivo.
- Que ahoga los ecos de 1984 en una trama blanda.
- La absoluta indefinición de “los villanos”.
- Que el poso que deja es escaso y efímero.