La semana pasada, tras meses y meses de duras y tensas negociaciones, Spotify firmó un acuerdo histórico con Universal que básicamente le permite tomar oxígeno y clarear su complicada senda hacia la rentabilidad. A lo largo de su historia, Spotify se ha ganado el respeto de la industria, el respeto de su competencia, la simpatía de los usuarios y el derecho a tener un hueco en la historia de la música. Apostó por un modelo, creyó, y hoy la música entera no se entiende sin él. Pero le faltaba algo: la dependencia.

Necesitaba que la industria musical (esto es, las discográficas) tuviesen una relación de dependencia con Spotify para pasar de tener que plegarse ante ella a buscar fórmulas de cooperación, un win-win en toda regla. Hasta ahora, los royalties asfixiaban a Spotify y le impedían lograr beneficios. Con el nuevo acuerdo, estos pagos serán menores y habrá que esperar a que Spotify vuelva a hacer públicas sus cuentas (cuado le venga en gana, ya que todavía no ha salido a bolsa y se espera que lo haga en 2018) para ver qué efecto tiene esta rebaja en sus cuentas. Pero, al menos de momento, este movimiento es una señal de que Spotify ya tiene la sartén por el mango, o al menos no está en una relación de sumisión.

Llegar a este punto le ha costado a Spotify tanto esfuerzo como millones de dólares perdidos, pero ha conseguido el objetivo: dejar de limitarse a obedecer órdenes y poder participar en la elaboración de las normas.

En 2016, la música en streaming superó por primera vez a cualquier otra vía de ingresos para la industria. Y además, con la mejor tendencia posible, al alza, en contraste con las de las ventas en formato físico o las ventas digitales, ambas a la baja. Salvo el repunte del vinilo, una moda limitada a un nicho que quedará aún más acotada a él conforme siga pasando el tiempo, los lectores de CD's siguen desapareciendo de todos los reductos de los que todavía formaban parte en nuestras vidas: los ordenadores, los reproductores portátiles, los coches, los sistemas de entretenimiento doméstico... Por no hablar del smartphone.

El modelo de ventas por canciones individuales fue una revolución que llegó de la mano de Apple y el iPod, pero fue tan bonita como efímera. Una transición hacia el sistema de suscripción mensual que triunfa más allá de la música: las series y películas son el mejor ejemplo, pero los videojuegos e incluso las apps también empiezan a asomar como parte de la transformación de un modelo, el de la propiedad, al del usufructo.

Apple Music, el otro gran servicio en streaming, forma parte de ello desde junio de 2015. Está contribuyendo y contribuirá a este proceso y a esta transformación, pero Spotify, que comenzó su andadura en una pequeña oficina sueca en 2006, es quien se va a llevar justificadamente el mérito. Nació con la vocación de resolver un problema a muchas escalas: querer escuchar música en formato digital, con las posibilidades que este modo ofrece, sin pagar centenares de dólares cada mes para hacerse con las novedades. Más que conseguido.