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Cuando mejor se ve lo absurda que es la discriminación de una sociedad contra algún colectivo es en el momento, siempre crucial, en que impide a las personas realmente cualificadas que lo integran contribuir al progreso o a la consecución de un objetivo muy importante en cualquier campo. Es lo que nos muestra con suma claridad *la película Hidden Figures* (Theodore Melfi, 2016), que narra la historia de tres mujeres afroamericanas que trabajaron en el Langley Research Center de la NASA y fueron esenciales** para el éxito del Programa Mercury (1961-1963), con el que Estados Unidos pretendía poner al astronauta John Glenn en órbita alrededor del globo, en el contexto de la carrera espacial de la Guerra Fría.

La gran contribución de Katherine Johnson, Dorothy Vaughan y Mary Jackson

Si en mayo de 2016 le pusieron el nombre de Katherine G. Johnson a las nuevas instalaciones informáticas en el Centro de Investigaciones de Langley que la NASA edificó en la localidad virginiana de Hampton, no fue precisamente por nada. En el verano de 1918, Johnson tuvo la fortuna de nacer en el seno de una familia, la de los Coleman de White Sulphur Springs, que valoraba la educación de sus hijos por encima de todo; no en vano, su madre era maestra; así que contó con la oportunidad de dar rienda suelta a sus capacidades para el estudio de las matemáticas.

Para que ella y sus hermanos pudieran seguir su escolarización, se trasladaron durante cada curso a Institute, pues en el Condado de Greenbier de Virginia Occidental, al que pertenecía White Sulphur Springs, no ofertaban secundaria para afroamericanos. A los quince años se matriculó en la Universidad Estatal de Virginia Occidental para aprender todo lo que pudo sobre matemáticas, empujando incluso a algún profesor a crear asignaturas específicas para ella, y en 1937, a su mayoría de edad, se graduó con summa cum laude. Luego, en 1938, fue la primera mujer afroamericana que realizó estudios de posgrado en la Universidad de Virginia Occidental, ubicada en Morgantown, habiendo puesto fin allí a la enojosa segregación.

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Y precisamente a Morgantown se trasladó la familia de Dorothy Vaughan, nacida en Kansas City, Misuri, en 1910, para que continuase su educación secundaria. Más tarde, gracias a una beca y a su propio y decisivo esfuerzo, se graduó en Matemáticas a los diecinueve años en la Universidad de Wilberforce, Ohio, en 1929, institución a la que sólo asistían afroamericanos; y rechazó los estudios de posgrado en la Universidad de Howard, en la ciudad de Washington, para ayudar a su familia durante la Gran Depresión trabajando como profesora, igual que Johnson y Mary Jackson. Y no fue hasta 1943 cuando empezó su carrera como matemática y, tiempo después, programadora en el Langley Research Center de lo que unos años después sería la NASA, al que llegó Jackson en 1951, y Johnson, en 1953 bajo su supervisión en los cálculos de trayectorias de vuelo.

Hampton era la ciudad natal de Jackson, que había venido al mundo en 1921, así que su asignación al Departamento de Guía y Navegación no le supuso una mudanza como a las otras dos. Se había graduado en Matemáticas y Ciencias Físicas en el Instituto Hampton en 1942, y tras diversos empleos, se integró en el área de cálculos segregada, que Vaughan supervisó como pionera desde 1949 sin el cargo y la remuneración correspondientes durante varios años. En 1953, Jackson se unió al equipo del ingeniero Kazimierz Czarnecki para estudiar el efecto de vientos que casi doblan la velocidad del sonido sobre los aparatos en el Túnel de Presión Supersónico, y su jefe la alentó a que continuase su formación para convertirse en ingeniera aeroespacial, cosa que logró en 1958 tras vérselas con la segregación racial en los centros educativos de la misma Hampton.

Así, Jackson fue la primera mujer afroamericana ingeniera de toda la NASA, donde trabajó en diversas secciones. Le otorgaron más de una decena de galardones y reconocimientos por su labor y pudo ayudar a otras mujeres a estudiar y ascender como ella. Vaughan, su amiga y supervisora durante un tiempo, preparó a sus compañeras para la transición desde los complejos cálculos que efectuaban a mano hasta la programación y el uso de computadoras electrónicas, de cuya división formaron luego parte gracias a ello. Johnson estuvo poco con ellas porque pronto fue reasignada, y así calculó la trayectoria del primer vuelo espacial tripulado por un estadounidense, Alan Shepard, en 1959 o la ventana de lanzamiento, las fechas óptimas para el mismo, del Programa Mercury en 1961.

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Barack Obama le pone la Medalla Presidencial de la Libertad a Katherine Johnson en 2015 - WeForum.org

Fue necesaria para verificar los cálculos de la órbita de Glenn a bordo de la Friendship 7 en febrero de 1962, ejecutados por computadoras, que más tarde utilizaría ella misma. También se encargó de los cálculos de la trayectoria de vuelo a la Luna del Apolo 11 en julio de 1969, y las instrucciones y cartas de navegación de respaldo para que el malogrado Apolo 13 regresara a la Tierra en abril 1973 también fueron obra suya. Y, además de haber publicado 26 artículos científicos en su campo, ha sido acreedora de múltiples premios, como la Medalla Presidencial de la Libertad en 2015, y fue incluida el año pasado en la lista elaborada por la BBC de las cien mujeres más influyentes del mundo. No me digáis, pues, que Johnson no merecía su nombre en un edificio del Langley Research Center de la NASA, inaugurado en 2009 por el 55 aniversario del vuelo de Alan Shepard.

‘Hidden Figures’, una nueva película necesaria

Si ya nos hacía falta que nos contasen la historia del matrimonio Loving y el modo en que echaron abajo uno de los puntales del racismo en Estados Unidos, igual de *bien nos viene un filme como Hidden Figures*, sobre estas tres grandes mujeres afroamericanas que lograron destacar en su trabajo de la NASA pese a la segregación racial que teóricamente acabó allí en 1958, y en medio de una época sacudida por la lucha justa contra ella de los activistas proderechos civiles. Se trata del tercer largometraje del neoyorkino Theodore Melfi* tras la inencontrable Winding Roads (1999) y la gratísima comedia dramática St. Vincent* (2014), y coincide con la primera en ser un drama protagonizado por otras tres mujeres que se enfrentan a sus propias cuitas, y con la segunda, en el buen rollo que le mete en el cuerpo a los espectadores.

No cabe duda de que Melfi no ha destacado aún como cineasta, si es que consigue destacar alguna vez; y en esta ocasión nos ha entregado la típica película que seduce a la Academia de Hollywood porque, primero, su factura resulta irreprochable, y segundo, la de sus heroínas es la historia de superación de toda la vida yanqui, aderezada con una indignante época opresiva para ellas y con un tono apacible que jamás incomoda al público, mostrándole de paso cómo se alcanzó uno de los grandes hitos tecnológicos de la historia de su país. Y, sin embargo, pese a su mediocridad rampante, Melfi se las vuelve a arreglar para que uno no considere su visionado tiempo perdido de tan agradable que es verla.

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La base de la película es el libro homónimo que Margot Lee Shetterly, afroamericana nacida precisamente en Hampton y cuyo padre era un científico del Langley Research Center, publicó en 2010. Octavia Spencer está impecable como Dorothy Vaughan, tanto como de costumbre, y Janelle Monáe se defiende más o menos como Mary Jackson; pero es Taraji P. Henson la que destaca como Katherine Johnson, brindándonos una interpretación llena de matices gestuales. El cómico Jim Parsons, famosísimo por su Sheldon Cooper de The Big Bang Theory, y Kirsten Dunst no nos dicen demasiado con sus respectivos Paul Stafford y Vivian Mitchell, y el Al Harrison de Kevin Costner tampoco sobresale.

Vaughan se jubiló en 1971 y falleció en noviembre de 2008, a los noventa y ocho años de edad; Jackson se retiró en 1985 y murió en febrero de 2005, a los ochenta y tres; y Johnson dejó la NASA en 1979 y aún vive. Estas tres mujeres afroamericanas, que integran dos de los grupos humanos más históricamente discriminados, merecen que se conozcan sus aportaciones y triunfos a través del cine, y una sencilla película tan académica como Hidden Figures, sobre todo, da el gusto de ver cómo personas valiosas derriban la mezquindad de un sistema obtuso y consiguen cosas grandes.