En 1998, el transbordador Columbia despegó de la base de Cabo Cañaveral en Florida. En su interior, la sonda contaba con 26 experimentos que tenían como objetivo determinar el efecto de la gravedad sobre el sistema nervioso. La misión Neurolab incluía un homenaje al considerado como fundador de la neurociencia moderna. Una pequeña bolsita azul portaba en su interior una caja especial para almacenar doce preparaciones histológicas que el Instituto Cajal cedió a la NASA. La agencia espacial de Estados Unidos quería rendir un sentido tributo al investigador que cambió para siempre el estudio del cerebro. Lo que pocos saben es que Santiago Ramón y Cajal fue también uno de los pioneros de la fotografía en España.
El primer contacto del investigador con el mundo fotográfico ocurrió durante su niñez. Él mismo lo relató en su libro Recuerdos de mi vida, donde narra las correrías de su infancia. El joven Santiago era un niño travieso al que le apasionaba el dibujo y no tanto los estudios, por lo que aprovechaba cualquier momento para burlarse de sus maestros dibujando caricaturas. El problema es que muchos de estos bocetos corrían como la pólvora entre los compañeros hasta llegar a manos del profesor de turno. El castigo que solía recibir Ramón y Cajal era permanecer durante horas en una habitación casi subterránea y llena de ratones, que provocaba los temores de los chicos de su pandilla.
Su juventud, entre travesuras y descubrimientos
La inquietud que le llevaría a desarrollar la teoría neuronal décadas después hizo que Santiago agudizara el ingenio en aquel cuarto oscuro que el resto de sus amigos detestaba. El ventanillo cerrado de la prisión escolar daba a la iluminada plaza del pueblo, repleta de gente. Al mirar el techo, Ramón y Cajal descubrió que un "filete de luz" que atravesaba un minúsculo orificio proyectaba lo que ocurría en el exterior de aquel cuartucho. Al hacer más grande la brecha del ventanillo, el joven comprobó que el efecto desaparecía; mientras que al empequeñecerlo con ayuda de papeles y saliva, la proyección volvía. Sin saberlo, el travieso estudiante había descubierto las propiedades de la cámara oscura y los principios ópticos que la apoyan, según lo dispuesto siglos antes por Leonardo Da Vinci, tal y como admite el propio Cajal en sus memorias:
Allí, en las negruras de la cárcel escolar, sin más luz que la penosamente cernida a través de las grietas de ventano desvencijado, tuve la suerte de hacer un descubrimiento físico estupendo, que en mi supina ignorancia creía completamente nuevo. Aludo a la cámara obscura, mal llamada de Porta, toda vez que su verdadero descubridor fue Leonardo de Vinci.
Las aventuras infantiles en Ayerbe, un pequeño municipio al noroeste de Aragón, terminaron cuando su padre mandó a Santiago a estudiar a Huesca. El traslado a la capital no impidió que el joven siguiera tramando travesuras que provocan una sonrisa al recordar el carácter rebelde del primer Nobel de la ciencia española. En una ocasión, Cajal se propuso hacer un diccionario de los colores al que denominó "diccionario pictórico", ignorando la existencia de la conocida gama cromática de Chevreuil. Con el fin de completar su idea, Santiago convenció a varios de sus amigos para robar rosas por toda Huesca.
Una noche, cuando trataban de hurtar ejemplares de la apreciada rosa de Alejandría, los dueños de la casa les sorprendieron y comenzaron a perseguirles. Los ladrones trataron de huir, con tan mala fortuna que no fueron capaces de saltar la tapia del huerto. Así, los jóvenes empezaron a correr en círculos esperando que no les atraparan, pero tras veinte minutos dando vueltas al jardín, varios de sus compañeros cayeron al suelo fatigados. Mientras Cajal trepaba a un manzano para salir a la calle, sus amigos eran molidos a palos por los dueños de la casa.
La lluvia de golpes de aquella noche no le impidió robar ejemplares de rosas de té de otros jardines, situados en la estación de ferrocarril. En esta segunda ocasión, fue Santiago el que probó la receta del infortunio. Al mismo tiempo que un guardia le perseguía, el adolescente cayó a un lodazal tras haber traspasado la acequia y creer estar a salvo. "¿Qué mozalbete o señorito, por romántico que sea, expondría hoy el pellejo por el placer de poseer una rosa y de enriquecer un álbum?", se preguntaba años más tarde Ramón y Cajal en su autobiografía. El "navarro loco", como le llamaban muchos de sus amigos, a pesar de que siempre se consideró aragonés, no cejó en sus deseos de asomarse al mundo de la fotografía. En Huesca, cuando tenía dieciséis años, conoció el daguerrotipo y quedó fascinado por aquella técnica:
Había topado con tal cual fotógrafo ambulante, de esos que, provistos de tienda de campaña o barraca de feria, cámara de cajón y objetivo colosal, practicaban, un poco a la ventura, el primitivo proceder de Daguerre. Según es sabido, las copias se obtenían sobre láminas de plaqué, y eran necesarios varios minutos de exposición.
Lo que de verdad impresionó al joven, sin embargo, fue el descubrimiento de la fotografía al colodión húmedo. Un amigo le llevó a lo que entonces eran las ruinas de la iglesia de Santa Teresa, cuyas bóvedas eran utilizadas por un grupo de aficionados para revelar imágenes. El adolescente se sorprendió al ver cómo aquellos fotógrafos amateur realizaban las manipulaciones necesarias para obtener la capa fotogénica y para sensibilizar el papel albuminado, usado para dar lugar a la imagen positiva. Cajal llega a calificar de "estupefacción" la sensación al ver que en la película amarilla de bromuro de plata, después de utilizar el ácido pirogálico como agente reductor, se impresionaban los dibujos tras revelarse en la cámara oscura.
La emoción del joven Santiago desencadenó un torrente de preguntas que los aficionados a la fotografía no supieron o quisieron contestar. Contrariado, el ya adulto Ramón y Cajal lamenta en sus memorias cómo podían ser capaces de obrar "tamaños milagros sin la menor emoción, horros y limpios de toda curiosidad intelectual". Su respuesta se limitó a la "casualidad", dado que, según le dijeron, les traía sin cuidado la teoría de la imagen latente. Ante estas palabras, el científico que cambió para siempre nuestros conocimientos sobre el sistema nervioso exclama "¡el azar! ¡Todavía el azar como fuente de conocimiento científico en pleno siglo XIX!" Cajal recuerda este episodio para convencer al lector de su autobiografía sobre la necesidad de apostar por el conocimiento científico y la inagotable curiosidad que le acompañó durante toda su vida. "Todos podemos ser inventores", afirma.
La fotografía, una afición que jamás abandonó
El flechazo instantáneo que sufrió aquel estudiante por la fotografía continuó durante toda su vida. Décadas después, según recoge el neurocientífico José Ramón Alonso en su blog, Cajal habla de esta afición como "una pasión, apenas mitigada hoy, cumplidos los sesenta y cinco". Sus primeras experiencias en Huesca le llevaron, una vez terminada la carrera de Medicina y siendo capitán en la guerra de Cuba, a montar un pequeño laboratorio fotográfico con cajones y latas vacías en el puesto de Vista Hermosa, donde también cayó enfermo de malaria.
Tras regresar a España, el médico convertido en paciente regresó a sus orígenes aragoneses para curarse por completo de las secuelas que probablemente le dejó el paludismo. En los alrededores de Jaca (Huesca), entre el balneario de Panticosa y el monasterio de San Juan de la Peña, disfrutó de la fotografía a la que llegó a describir como "el arte salvador". En el Legado Cajal, conservado en el Instituto del mismo nombre y abandonado durante décadas por el Gobierno, se conservan más de 2.773 bienes fotográficos, entre los que destacan las placas de vidrio originales del propio Santiago y microfotografías realizadas sobre preparaciones histológicas. Del total de imágenes archivadas, 1.349 fueron tomadas por el propio Cajal, según un estudio realizado por la documentalista Olga Górriz Arnanz.
La fotografía más antigua conservada en el legado del Instituto Cajal del CSIC es una placa de vidrio, que pudo tomarse en 1870, en la que se ve al Nobel español posando con un amigo durante la adolescencia. Esta imagen se realizó con la técnica de colodión húmedo que descubrió Cajal en las ruinas de la iglesia de Santa Teresa. Por el contrario, de acuerdo con la información publicada por Górriz Arnanz en El legado fotográfico de Cajal, los bienes de mayor antigüedad son dos placas microfotográficas en las que se observan células del cerebro de un conejo, que pudieron ser realizadas por el investigador hacia 1933, justo un año antes de su muerte.
Tras obtener el doctorado y ganar la cátedra en Valencia, Santiago Ramón y Cajal transformó lo que había sido una afición en una buena fórmula de negocio. Él y su esposa Silveria Fañanás comenzaron a fabricar placas de vidrio emulsionadas al gelatino bromuro o plata seca, una técnica desarrollada por Richard Leach Maddox que terminó por desplazar a la fotografía al colodión húmedo. Según cuenta Cajal en Recuerdos de mi vida, aquellas placas eran fabricadas por la casa Monckoven a un precio demasiado alto para los aficionados españoles a la fotografía. Tras experimentar en el laboratorio gracias a sus conocimientos en química, Cajal dio con la fórmula para producirlas a un precio más bajo. El nicho de mercado vino luego, cuando tras difundir unas imágenes de una corrida de toros, las placas "hicieron furor, corriendo por los estudios fotográficos y alborotando a los aficionados", en palabras del científico. ¿Perdió España la oportunidad de ver nacer una empresa como Kodak? Eso es al menos lo que parece sugerir Cajal en sus memorias:
Si en aquella ocasión hubiera yo topado con un socio inteligente y en posesión de algún capital, habríase creado en España una industria importantísima y perfectamente viable. Porque, en mis probaturas, había dado yo, casualmente, con un proceder de emulsión más sensible que los conocidos hasta entonces, y por tanto, de facilísima defensa contra la inevitable concurrencia extranjera. Por desgracia, absorbido por mis trabajos anatómicos y con la preparación de mis oposiciones, abandoné aquel rico filón que inopinadamente se me presentaba.
Como aquellas placas no eran sensibles al color rojo, Santiago y Silveria debían manipularlas a la luz de una linterna de tonalidad encarnada. La razón es que eran placas ortocromáticas, es decir, los rojos no llegaban a impresionarse sobre la placa, por lo que se "traducían" a un tono negro. Esto daba pie a que los vecinos, tan sorprendidos como curiosos, les tomaran "por duendes o nigrománticos". El investigador de la Universidad de Sevilla sostiene que "Ramón y Cajal fue un adelantado en su tiempo, que se mantenía al día en cuestiones de química fotográfica". Y es que las placas ortocromáticas se introdujeron a nivel mundial en 1878; solo un año después, el científico había modificado la técnica para poder comercializarlas en Valencia. Posteriormente, en 1904, según explica Miguel B. Márquez, se introduciría la emulsión pancromática, sensible a todos los colores del espectro visible.
Por aquellas fechas, Cajal también escribió un libro sobre la historia de la fotografía en España, inédito hasta 1983, de acuerdo con José Ramón Alonso. Los aportes que realizó a una de sus grandes pasiones llevaron a la Real Sociedad Fotográfica a nombrarle presidente de honor en 1900. Cajal también poseía una amplia colección de cámaras, aunque solo se conserven ocho dispositivos en el legado del centro del CSIC en Madrid. El cargo honorífico llegó justo después de haber realizado la contribución más importante a la neurociencia, al determinar que el tejido nervioso no se constituía mediante una "red enmarañada", sino que las células que lo conforman son en realidad unidades autónomas e independientes. Gracias a estas investigaciones, Ramón y Cajal ganó el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1906. Un 25 de octubre de 1906, hace hoy 110 años, el científico recibió un "lacónico telegrama" en el que el Instituto Carolino le anunciaba el galardón.
El histólogo español, que continuó la lista de españoles ganadores de un Nobel que comenzó José Echegaray, hizo de la fotografía algo más que una afición. Aunque existen pocas imágenes acerca de sus trabajos y observaciones microscópicas, ya que la mayoría fueron reflejadas a través de sus impresionantes dibujos, Cajal puede ser considerado como un pionero de la fotografía en España. Además del cargo honorífico de la Real Sociedad, el científico publicó en 1912 Fotografía de los colores. Bases científicas y reglas prácticas, una obra que nos permite conocer la evolución de este mundo hace algo más de un siglo.
El investigador llegó incluso a anticiparse a las modas actuales. "Cajal fue el primero en hacerse selfies", comenta irónicamente a Hipertextual el Dr. Juan A. de Carlos, anterior responsable del Legado Cajal. Son múltiples las imágenes donde aparece autorretratándose a sí mismo, junto a otras fotografías donde sale con su familia, colaboradores o amigos. El científico que fundó la neurociencia moderna consideraba la fotografía como un elemento de "perdurabilidad", que le permitía inmortalizar tanto a la naturaleza como a sus seres queridos. A su juicio, esta afición era una forma de ocio y un arte para reflejar la realidad tal y como era. Aunque siempre será recordado por sus contribuciones científicas, solo entre 1901 y 1926 publicó dieciséis artículos y una monografía en relación con las aplicaciones de la fotografía, las reproducciones del color o la morfología de las emulsiones. Aportes desconocidos de un investigador pionero de la fotografía y del estudio del cerebro, que fue premiado un día como hoy hace nada menos que 110 años.