Una generación entera entró en el mundo de la literatura y creció de la mano de J.K Rowling y Harry Potter. Por ello, la idea de reencontrarse en Harry Potter and the Cursed Child con los personajes que les acompañaron durante casi una década, en libros y películas, no podía ser más atractiva, pese a las claras diferencias con respecto a las primeras entregas de la saga.
Lo primero y esencial es que estamos ante la adaptación de un guión de una obra de teatro, nada de una novela al uso que pueda recordar, en fondo y forma, a lo leído hasta ahora. Más allá, hablamos de una historia que comienza justo tras el epílogo de Las Reliquias de la Muerte, escrita por J.K Rowling y adaptada por Jack Thorne.
A grandes rasgos, el libro nos cuenta los primeros años en Hogwarts de Albus Severus Potter, tercer hijo de Harry Potter y Ginny Weasley. Le acompañará Scorpius Malfoy, hijo de Draco, creando una pareja protagonista que volverá a transmitir, casi a cada página, el valor y el peso de la amistad en sus vidas.
Por otro lado, mientras vemos cómo Albus intenta lidiar con sus problemas familiares y en Hogwarts, podremos dar un vistazo, pasados 19 años desde la Batalla de Hogwarts, a las vidas del trío protagonista y otros personajes de peso como Draco Malfoy, Neville Longbottom o la Profesora McGonagall.
La relación entre Harry y Albus, núcleo de la aventura
La mayor carga narrativa, evidentemente, recae en Albus y, en el fondo, la relación con su padre sirve para enarbolar el relato. Harry Potter es un trabajador estresado del Ministerio de Magia y un padre que no sabe cómo lidiar en el día a día con Albus, superado por la carga que supone ser el hijo de uno de los mayores héroes de la historia de la magia.
Pero, aquí, el formato influye en que todo sea, quizá, demasiado directo. Nada de centrar la narración en las vivencias de los protagonistas durante un año lectivo en Hogwarts o detenerse en contar qué le ha pasado al antiguo trío protagonista durante estas casi dos décadas. El tiempo, en un relato repleto de elipsis, avanza sumamente rápido y no hay momento para entrar en detalles.
Esto, lógico si tenemos en cuenta las limitaciones de tiempo y ritmo de una representación teatral, hace que las relaciones entre personajes se sientan demasiado ligeras, poco profundas y desaprovechadas. Asimismo, el contexto físico y temporal queda, casi siempre, vago y poco definido. De hecho, el lapso de tiempo que abarca la obra no tiene una justificación evidente y puede llegar a generar confusión, si atendemos a ciertas decisiones o acciones de los personajes.
Debido a la nueva estructura, todo es más ligero y menos definido. Falta contexto
Desde la misma premisa que da pie a la aventura hasta el tramo final, las decisiones narrativas son, en su mayoría, sumamente mejorables, llegando a cambiar las reglas establecidas hasta ahora en la saga. Uno de los momentos clave de la historia se resuelve de forma precipitada e inverosímil, un personaje de gran peso en el transcurso de la historia no podría estar definido de peor forma y, por último, la gran revelación de la historia roza lo absurdo y se siente sumamente forzada.
Harry Potter and the Cursed Child no es, en absoluto, lo que esperaba. Tras la confirmación oficial de que se trataba de la octava aventura de la saga, mantenía la ilusión de ver el mundo de Harry Potter desde otra perspectiva, conocer personajes con historias interesantes que contar o comprobar cómo había afectado el paso del tiempo a Harry, Ron, Hermione y compañía.
Y nada de esto ocurre: recorremos épocas, situaciones y escenarios ya visitados, los pocos personajes nuevos son planos y poco interesantes y la inmensa mayoría del plantel protagonista no ha cambiado un ápice: Hermione sigue siendo responsable y efectiva, Ron es inmaduro y bobalicón y Ginny derrocha ternura y comprensión. Harry y Draco son los únicos en los que, en cierta medida, se intuye cierta evolución.
Demasiado en The Cursed Child parece sacado de un fanfiction
Olvidaos también de encontrar nuevas criaturas, artilugios, eventos o tradiciones; en Harry Potter and the Cursed Child no hay hueco para la menor novedad, todo tiene un enorme peso autorreferencial y se notan las ganas de rendir homenaje a las aventuras vividas hasta ahora, sacrificando verosimilitud, profundidad y riqueza por el camino. ¿Falta de ideas, presión comercial o resultado de la coautoría? En este sentido, el breve relato sobre Ilvermorny, la escuela de magia de Estados Unidos, que J.K Rowling publicó hace unas semanas supone un vistazo mucho más efectivo a ese mundo mágico más allá del trío protagonista que conocimos en 1999.
Durante la lectura, no pude quitarme de encima la sensación de que todo había sido escrito, desde el primer minuto, con la intención de volver atrás y revisitar lo ya contado de la forma más fácil y menos ocurrente posible, explotando y visitando todas las teorías y especulaciones más populares entre los lectores. Y en un universo tan rico y atractivo, dar la espalda a crear algo fresco y no visto hasta el momento, aprovechando ese lienzo en blanco tan atractivo, me parece un error garrafal e inexplicable. Todo se siente sacado de un mal e improvisado fanfiction.
Con todo, Harry Potter and the Cursed Child tiene cierto valor y merece ser leído por el simple hecho de reencontrarnos con todo aquello que empezó hace casi veinte años. Más allá, queda lejos de ser una aventura a la altura de las expectativas y, mucho menos, un nuevo cierre equiparable a lo leído en Harry Potter y las Reliquias de la Muerte. La espera no ha merecido la pena.