Poco más se puede decir acerca del legado de los grandes escritores que lo que sus obras han supuesto para la evolución de la literatura. Pero hay ocasiones en las que nos han dejado algo más para la posteridad, y en el caso del español Mariano José de Larra, autor de una buena Colección de artículos dramáticos, literarios, políticos y de costumbres que se suicidó, en febrero de 1837, con un tiro en la sien por el fin de una relación amorosa, **nos legó indirectamente una infamia típica de la picaresca: las estafas piramidales que inventó su hija menor, doña Baldomera Larra**.La levantisca política española del siglo XIX fue uno de los factores que llevaron a la invención de las estafas piramidales
Había sido el último fruto del desgraciado matrimonio entre el escritor y Josefa Wetoret, y se había casado nada menos que con Carlos de Montemayor, el médico de la Casa Real cuando la corona la llevaba el progresista Amadeo de Saboya. Este rey turinés, que no estuvo en el trono ni tres años contados, había accedido al mismo después de que un Gobierno provisional instaurara una monarquía constitucional tras la Revolución de 1868 que derrocó a Isabel II.
Como Carlos III era su tatarabuelo, se suponía que eso le daba cierta legitimidad dinástica, pero no las ganas de soportar durante mucho tiempo la dificultosa y levantisca política española de la época: “No entiendo nada; esto es una jaula de locos”, declaró después de sufrir un intento de asesinato en julio de 1872. Así que, cuando abdicó en febrero de 1873, pasó la breve Primera República y sobrevino la Restauración borbónica en diciembre de 1874, **Montemayor se largó a Cuba con viento fresco, dejando a doña Baldomera y a sus hijos en unas condiciones poco halagüeñas** económicamente hablando.Baldomera Larra pagaba a los primeros inversores o prestamistas con el dinero de los siguientes, un sistema que conduce sin remedio a la quiebra
Se cuenta que echó mano de préstamos por los que pagaba grandes intereses, y que esta dinámica le dio la idea de la estafa piramidal: un día, viéndose desesperada, le pidió a una vecina una onza de oro con la promesa de que le devolvería dos en un mes, cosa que consiguió, y se corrió la voz por toda Madrid de tal modo que muchas personas quisieron dejarle dinero, que ella devolvía al mes siguiente con un treinta por ciento de interés. La buena marcha del negocio le permitió fundar la Caja de Imposiciones, y largas colas de gente se formaban frente a esta en la calle de la Greda, la de los Madrazo en la actualidad, en la plaza de la Cebada y, por último, en la de la Paja.
Irónicamente, la clientela comenzó a llamarla “la Madre de los Pobres”, si bien se la conocía más como la Patillas por los tirabuzones que le colgaban a ambos lados de la cabeza, y la fama que cosechó llegó a ser tal que hablaron de ella hasta en periódicos como L’Independance Belge, de Bruselas, y el parisino Le Figaro. De su negocio sólo decía cuando la interrogaban que era “tan simple como el huevo de Colón”, y bromeaba con que la única garantía en caso de quiebra era “el viaducto”, el Viaducto de Segovia madrileño, por el que ya acostumbraban a lanzarse los suicidas.La fama de Baldomera Larra llegó a periódicos como L’Independance Belge, de Bruselas, y el parisino Le Figaro
Por supuesto, lo que doña Baldomera hacía era pagar a los primeros inversores o prestamistas con lo que le daban los que acudían a ella después, que es en lo que se basan las estafas piramidales, un mecanismo que conduce sin remedio a la quiebra. Esta ocurrió en diciembre de 1876, y como ya había hecho su marido por razones distintas, ella salió por patas de Madrid y de España cargada con todo el dinero que pudo. En 1878 la detuvieron en la localidad francesa de Auteuil, y fue extraditada, juzgada y sentenciada en mayo de 1879 a seis años de cárcel, pero recurrió y una inconcebible campaña de recogida de firmas logró luego que la absolviesen en 1881.
Baldomera Larra recaudó cerca de 22 millones de reales de unas 5.000 personas, lejos de los 65.000 millones de dólares de cientos de miles de inversores que les sacó Bernard Madoff
Lo que hizo cuando salió de prisión sigue siendo un misterio. Unos afirman que se quedó a vivir con su hermano mayor, Luis Mariano de Larra, que era un popular libretista de zarzuelas; otros, que se fue a la Argentina y allí pasó el resto de sus días; y por último, que siguió los pasos del marido huido a Cuba y que, a su muerte, volvió a Madrid con su hermano reconvertida en la tía Antonia. Si esto último fue lo que ocurrió, uno se pregunta si sonreiría al escuchar *las canciones que compusieron sobre ella, El gran camelo* y Doña Baldomera, o si le resultarían un absoluto fastidio.
Y de sobra sabemos que otros han replicado su negocio fraudulento hasta tiempos no muy lejanos. Entre ellos, William Miller, el Estafador del 520 por Ciento, desde su firma neoyorquina Franklin Syndicate entre 1899 y 1903; el italiano Carlo Ponzi, emigrado a Boston, en 1919, al que se tomaba por el inventor de las estafas piramidales que, de hecho, llevan su nombre como el Esquema Ponzi; y naturalmente, Bernard Madoff, autor del mayor fraude individual de la historia, cuyas víctimas se suman por cientos de miles a un coste de 65.000 millones de dólares, pues el sistema financiero le permitió ir mucho más lejos que Baldomera Larra, quien solamente recaudó cerca de 22 millones de reales de unas 5.000 personas. Pero está claro que la picaresca no tiene nacionalidad**.