William Shakespeare es, sin duda, el mascarón de proa de la literatura en lengua inglesa, otra metáfora de lo más justa si tenemos en cuenta la orgullosa tradición naval británica, y por supuesto, el dramaturgo más ilustre de la historia. Hasta el siglo XVIII sólo fue considerado un genio difícil, aunque algunos de los contemporáneos del poeta admiraron sus obras: el controvertido Ben Jonson, lector voraz, dijo que “son tales, que ni hombre ni musa pueden alabarlos suficientemente”, y que “él no es de un siglo, sino de todos los tiempos”.Durante siglos han surgido teorías según las que las obras de Shakespeare fueron compuestas por alguien de educación superior
Esta opinión choca, no sólo con la de otros intelectuales de entonces, que rechazaron a Shakespeare por estimar que su dramaturgia, como el resto del teatro, era un vulgar entretenimiento, sino que, siglos más tarde, figuras como el gran Voltaire se expresaron en tal sentido: “Lo más espantoso es que ese monstruo tiene partidarios en Francia; y para colmo de calamidades y de horror, fui yo quien habló primero de ese Shakespeare, fui yo el primero que mostró a los franceses algunas perlas que había encontrado en su enorme basurero”. Hubo que esperar al siglo XIX para que su impagable contribución a la literatura recibiese el reconocimiento merecido.
Por otro lado, existen numerosas suposiciones y muy pocos datos comprobados en torno a la vida de este genio. Durante centurias han surgido teorías según las cuales sus obras fueron compuestas por alguien de educación superior, como el empirista Francis Bacon, Henry Wriothesley, conde de Southampton y mecenas a quien el propio Shakespeare había dedicado dos poemas narrativos y al que se suele identificar como el Fair Youth de sus sonetos, o el camorrista Christopher Marlowe, quien, habiendo sido acusado de herejía, pudo fingir su muerte en una reyerta de taberna, huir al continente y, desde allá, enviar a Inglaterra sus nuevos trabajos bajo el pseudónimo de Shakespeare.Su pieza teatral 'Cardenio', hoy perdida, deriva del personaje homónimo que aparece en la primera parte del 'Quijote'
Curiosísima es también la anécdota sobre la pobre Dalia Bacon, escritora estadounidense que se empecinó en que las obras atribuidas a Shakespeare fueron escritas por un club secreto de eruditos, integrado por Walter Raleigh, Edmund Spenser y el ya mencionado Francis Bacon, que difundían sus ideas revolucionarias al amparo de ese anonimato, y demandó exhumar la tumba del poeta para hallar pruebas de que fue “un vulgar e iliterato cazador furtivo de venados, que cuidaba la caballeriza de Lord Leicester”: se refería a esa historia, hoy rechazada, de que tuvo que huir a Londres desde Stratford, la ciudad en la que se supone que nació en 1564, por cazar ilegalmente en la propiedad del juez lugareño. Tal demanda sólo sirvió para que la encerrasen en un manicomio.
Del dominio público es la mortal relación de Shakespeare con Miguel de Cervantes, a quien es falso que no conociese porque su pieza teatral Cardenio, hoy perdida, deriva del personaje homónimo que aparece en la primera parte del Quijote: el creador de Alonso Quijano murió diez días antes que él pero, debido a la diferencia de calendarios en uso por entonces, el juliano y el gregoriano, el fallecimiento de ambos coincidió en el 23 de abril. Tal como revela la nota final de su ensayo sobre el dramaturgo inglés y la genialidad, semejante circunstancia llevó a la confusión, entre otros, al mismísimo Victor Hugo, quien dice de Shakespeare que “de guardián de caballos se hizo pastor de hombres”.
El gusto por la tragedia de Shakespeare nada tiene que envidiar al de los clásicos griegos, y como en las de estos últimos, exceptuando la desmesura por la que los dioses castigaban a hombres y mujeres, las calamidades sobrevienen a causa de las pasiones humanas básicas. El público que le aplaudió se entusiasmaba con la conmoción de las emociones fuertes y, según cuenta Antonio Aura en el prólogo al ensayo de Hugo de cuya traducción al castellano se ocupó él mismo, “los dramas de entonces eran verdaderas carnicerías. Todos o casi todos los personajes, quién por puñal, quién por veneno, morían a la vista de los espectadores”. Pero “el que llevó el horror a límites apenas imaginables fue Shakespeare”, porque las suyas “son tragedias que espantan”.Las obras más destacadas de Shakespeare son 'Hamlet', 'Macbeth' y 'Romeo y Julieta', tres tragedias que espantan
Junto con Hamlet (1601), su obra más característica y su soliloquio calavera del bufón Yorick en mano, y *Macbeth (1606), en la que sus logros resultan más evidentes, Romeo y Julieta (1597), leída hasta el hartazgo, miles de veces representada y otras tantas parodiada, es su pieza más célebre, tal vez porque jamás se había considerado algo como el romance el motor de una tragedia. Pero no hay que olvidar Otelo (1603) ni El Rey Lear* (1606), y además de dramas históricos como Ricardo III (1592) o Enrique V (1599) también compuso unas cuantas comedias, de las que El sueño de una noche de verano (1595) y Mucho ruido y pocas nueces (1600) son hoy las más señaladas, y algo menos, La fierecilla domada (1592), El mercader de Venecia (1597) y La tempestad (1611).
A los románticos les chiflaba el genio de Shakespeare, y los victorianos sentían tal devoción por él que su colega irlandés George Bernard Shaw lo consideraba “bardolatría”; **el crítico literario estadounidense Harold Bloom aseguró que “ningún otro escritor ha tenido nunca tantos recursos lingüísticos”*, pero que su mayor originalidad “reside en la representación de personajes”; y la Enciclopedia Británica* afirma con contundencia, y quizá se excede un poco, que “Shakespeare es generalmente reconocido como el más grande escritor de todos los tiempos, figura única en la historia de la literatura”, que ningún otro “ha llegado a alcanzar la reputación de Shakespeare”, cuyas obras “hoy se leen y representan con mayor frecuencia y en más países que nunca”.'Enciclopedia Británica': "Hoy sus obras se leen y representan con mayor frecuencia y en más países que nunca"
Y el caso es que el propio Bardo declaró en uno de sus sonetos: “Ni el mármol, ni los dorados monumentos / de príncipes han de sobrevivir a estas potentes rimas”. Lo curioso es que se quedó corto en su presunción, porque no únicamente sus poemas han logrado sobrevivir a tanto ruido y tanta furia, a la historia de la vida de generaciones y generaciones “contada por un idiota”, sino que lo mismo ha sucedido con la obra teatral que le ha inmortalizado. Es la constatación de su triunfo sobre sus detractores, que a pesar de todo estaban como él, y como estamos nosotros, “tejidos de idéntica tela que los sueños”.