Tengo que admitir que se me ponen los pelos de punta solo de pensar en los inocentes años 20. A día de hoy, la palabra radiactividad hace saltar las alarmas de cualquiera. Todos sabemos que este fenómeno natural, producido por ciertos elementos, es capaz de matar a una persona en cuestión de minutos, con las dosis adecuadas, o en años de agonía, debido a un terrible cáncer. Toda precaución es poca y sus efectos pueden ser devastadores. Sin embargo, hubo un tiempo en el que la gente no pensaba lo mismo. Todo lo contrario, la comunidad científica y la sociedad pensaban que los efectos de los materiales radiactivos eran beneficiosos en muchos aspectos. Así que no dudaban en recomendar su uso para todo tipo de productos: pinturas, cremas, agua o pasta de dientes.

Despertando la fiebre por la radiactividad

En 1898, el matrimonio Curie descubrió por primera vez las extrañas propiedades de un producto obtenido de la uraninita. Habían dado con el polonio y con el radio. Este fue el comienzo de un estudio largo, fascinante y peligroso. **Las propiedades de la radiactividad fueron puestas de manifiesto, analizadas y acuñadas por la mismísima Marie Curie**, quien propuso todo el corpus de la teoría de la radiactividad que hoy explica las propiedades físicas de estos elementos.

Marie llevaba tubos radiactivos en los bolsillos, guardaba las muestras junto a su escritorio y llegó a dormir junto sus metalesEl matrimonio no sólo aisló los elementos y los describió, sino que comprobó, entre otras cosas, como la radiactividad era capaz de acabar con las células tumorales. **Entre esta capacidad y la de dar luz de forma espontánea y calentar, a falta de más conocimientos, no tardaron quienes vieron en el radio y el polonio, así como en el uranio y otros metales radioactivos, una panacea capaz de aliviar cualquier mal. Lo que nadie tuvo en cuenta fueron los efectos reales que la radiactividad estaba teniendo, por ejemplo, en el propio matrimonio Curie.

Marie Curie
El matrimonio Curie en su laboratorio.

Mientras que Pierre comenzaba a encontrarse cada vez más enfermo, Marie sufrió de varias afecciones de la "enfermedad de los rayos", que no es otra cosa que una radiotoxemia que hincha, provoca manchas y malestar. Pierre, sin embargo, fue atropellado en un desgraciado accidente de carruaje, por lo que la radiación no llegó a mostrar su cara abiertamente. No ocurrió lo mismo con Marie quien sí que sucumbió ante su propio hallazgo (probablemente). Aunque ella misma nunca admitió ni previó los peligros de la radiación.

La radiactividad te hará más fuerte

Las biografías de esta física, eminente y brillante en todos los sentidos, cuentan que llevaba tubos con sustancias radioactivas en los bolsillos, guardaba las muestras en una caja de cartón, junto a su escritorio e, incluso, que llegó a dormir junto algunos minerales de los que procedían sus estudios. Todo esto ha hecho que los materiales de sus primeros años se deban guardar, a día de hoy, en cajas especiales, pues hasta su libro de cocina es terriblemente radiactivo. Pero volviendo a la fiebre del radio, en los años 20 y 30, los verdaderos efectos de la radiactividad era totalmente desconocidos. Así, montones de farmacias, inventores e industriales comenzaron a usar el radio y el uranio para crear todo tipo de productos.

radiactividad

Entre ellos se encuentran cremas, que "limpian más y mejor" gracias a su acción atómica; pintura para relojes que se iluminan en la oscuridad por la radioactividad; pasta de dientes; complementos de ropa y artículos de uso diario; incluso jarras irradiadoras para meter el agua y tónicos con radio. Las sales de radio se vendían como remedio para todo tipo de males: depresiones, impotencia, cáncer, anemia... La cuestión era que se podía usar el radio en todo tipo de productos. Incluyendo la comida, por supuesto. Efectivamente, se vendían alimentos "enriquecidos" con el sanísimo radio: chocolate, mantequilla o gelatina. También cigarrillos y cerveza. Todo eso a pesar de que los trabajadores y consumidores comenzaron a caer como moscas al cabo de unos años.

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La fiebre del radio se impuso y continuó un poco más allá de los años 30, a pesar de la clara evidencia de lo nocivo que tiene la radiactividad. No obstante, parte de esta moda quedó en el colectivo social. En los años 50 todavía se podía ver un comercial promovido por una miss Europa, llamada Jacqueline Donny, quien promocionaba una crema con supuestos beneficios radioactivos (aunque según los análisis posteriores, no tenía ni un ápice de radio ni torio, por suerte). En cualquier caso, fueron solo unos pocos años, pero fueron suficientes para demostrarnos que las novedades científicas a veces se toman, también, con demasiado entusiasmo.