Hubo una época en la que el cambio climático era una exagerada hipótesis de la comunidad científica contraria a los intereses de grandes compañías petrolíferas. El reciente acuerdo de la Cumbre de París muestra que, por fortuna, las cosas han cambiado. La evidencia acumulada durante los últimos años, unido a la sensación de un loco invierno, que ha dejado temperaturas más frías en Texas que en el Polo Norte, han hecho el resto.

Hoy en día pocos niegan ya el calentamiento global y la culpa que tiene la especie humana en el incremento de los gases de efecto invernadero. Los innumerables informes del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas han dado a conocer una realidad tan alarmante como catastrófica. Con una probabilidad superior al 95%, el ser humano está detrás del cambio climático. El aumento de las temperaturas desde 1951 hasta 2010 se debe al incremento de los gases de efecto invernadero, y en particular, al aumento del dióxido de carbono (CO2). Tal y como se puso de manifiesto en la Cumbre de París, uno de los objetivos prioritarios para la próxima década será reducir la concentración y las emisiones de CO2.

El papel del dióxido de carbono

Lo que no estaba tan claro era el papel que jugaban los gases de efecto invernadero en el cambio climático inverso. El mismo que sucedió hace quince millones de años, cuando la temperatura del planeta Tierra llegó a reducirse entre siete y nueve grados en latitudes medias. Este enfriamiento, según un estudio publicado en Nature Communications, fue causado por el descenso en los niveles de dióxido de carbono. El trabajo realizado por científicos de la Universidad de Oviedo aporta nuevas evidencias sobre la relación entre los gases de efecto invernadero y el cambio climático. Durante más de una década, los investigadores analizaron las causas de este cambio climático a la inversa, aunque la falta de pruebas sobre este período tan largo de tiempo desechó algunas de las hipótesis.Las conchas fósiles de algas invisibles al ojo humano sirvieron como "huella dactilar" de la investigación

El equipo de Heather Stoll recuerda "que hace quince millones de años la Tierra estaba bastante más cálida que en la actualidad, entre siete y nueve grados". Desde aquel entonces, sin embargo, el clima se fue enfriando progresivamente con ligeras oscilaciones. La tendencia a la baja se rompe durante el último siglo debido al CO2 antropogénico, en otras palabras, el dióxido de carbono procedente de la actividad del ser humano. El cambio climático se correlacionó, según la investigación, con la disminución de los niveles de CO2 en la atmófera. ¿Pero cómo pudieron saber los científicos cuál era esta concentración hace quince millones de años?

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De izquierda a derecha, Heather Stoll, Saúl González y Lorena Abrevaya. Imagen cedida por la Universidad de Oviedo.

Precisamente una de las curiosidades de este trabajo es que se ha basado en el estudio de los cocolitóforos, unas conchas fósiles de algas unicelulares. "Estas conchas representan una herramienta muy valiosa", según Stoll, ya que permiten evaluar cómo estos organismos -la base de la cadena trófica- han respondido en el pasado a los cambios del clima y del océano". Los fósiles de estas algas, imperceptibles a simple vista, fueron extraídos de sondeos realizados en el océano Atlántico e Índico. Después de realizar el muestro, los científicos pudieron comprobar que el espesor de las conchas se redujo a la mitad durante los últimos diez millones de años, de forma simultánea a la disminución del nivel de CO2. El estudio también sugiere que una elevada concentración de dióxido de carbono no tendría por qué ser siempre dañina, como sucede en el caso de organismos vivos como los cocolitofóridos.Los investigadores han demostrado por primera vez el papel del dióxido de carbono en el "enfriamiento global" que ocurrió hace millones de años

Con el fin de comprobar la relación entre el espesor de las conchas y el cambio climático inverso, el equipo de Oviedo midió el grosor de miles de conchas fósiles de estas algas unicelulares. Así demostraron que en los dos océanos su espesor se redujo a partir de nueve millones de años antes del presente. Al descubrir estos cambios en dos zonas tan separadas geográficamente, los investigadores concluyeron que "fueron causados por una alteración global en las condiciones climáticas". Las medidas geoquímicas de las conchas y de las gotas de grasa pegadas a ellas mostraron que, efectivamente, había habido modificaciones en la concentración del CO2 atmosférico. Como explican desde la Universidad de Oviedo, "las conchas se hicieron más delgadas mientras se redujo el nivel de CO2 porque las células rebotaron el carbono para emplearlo en la fotosíntesis".

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Imágenes al microscopio de los cocolitofóridos, las conchas fósiles de algas unicelulares empleadas en el estudio. Imagen cedida por la Universidad de Oviedo.

Los resultados publicados ahora son coherentes con otro trabajo anterior del grupo de Stoll. En él los científicos de la Universidad de Oviedo demostraron que, ante niveles bajos de CO2, las algas se adaptan reduciendo los aportes de carbono para la formación de conchas. Otros organismos vivos que no presenten esta estructura, tales como corales o almejas, no tendrían por qué actuar de la misma forma ante un cambio climático a la inversa como el que ocurrió hace millones de años. Actualmente, sin embargo, el calentamiento global hace peligrar muchas especies del océano, dado que este absorbe mayores cantidades de dióxido de carbono antropogénico. Dicha situación podría poner en peligro la biodiversidad marina, una situación crítica a la que, según Heather Stoll, los políticos no están prestando suficiente atención al debatir "cómo mitigar cambios climáticos irreversibles en la Tierra".

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