sincronicidad

"Dice", de Daniel Dionne, bajo licencia CC BY SA 2.0.

¿Te ha sucedido alguna vez una coincidencia tan sorprendente que te pareciera mágica, como si el universo te estuviera mandando una señal? Como el filósofo alemán Friedrich Schiller dijera, "no existe la causalidad, lo que se nos presenta como azar surge de fuentes profundas". En 1952, **Carl Jung acuñó el concepto de "sincronicidad" para definir "la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera acausal".* Es decir, la coincidencia temporal de dos o más eventos, que guardan relación entre sí, pero que no son uno causa del otro, sino que su relación es de contenido.

El poeta francés y teórico del surrealismo André Bretón hablaba también del "azar objetivo" (hasard objectif*), que designa la confluencia inesperada o azarosa "entre lo que una persona desea y lo que el mundo le ofrece". El azar objetivo es uno de los conceptos fundamentales del **surrealismo: coincidencias o casualidades cuya carga emocional las dota de significado.

De acuerdo con Jung, la sincronicidad consiste en la unión de sucesos externos e internos, de una manera dotada de sentido para el individuo que observa o experimenta estos sucesos. Estas coincidencias podrían darse por una atracción no consciente que genera la ocurrencia de ciertos eventos, y asimismo les concede un valor simbólico, aunque solamos creer que las causas provienen de circunstancias metafísicas, como la suerte o la magia.

Esta teoría junguiana, por supuesto, no se aviene bien con el materialismo o el racionalismo más tajantes, sino que viene de las profundidades del psicoanálisis. Según Jung, los períodos de transición o transformación de los seres humanos -como muertes, cambios de trabajo, divorcios- son más propensos a la ocurrencia de sincronicidades**, posiblemente porque nuestra reestructuración interna causada por los cambios o crisis genera una energía de búsqueda de sentido que nos obliga a encontrar patrones en las circunstancias externas.

sincronicidad
"A little luck", de JD Hancock, bajo licencia CC BY 2.0.

Sea como sea, es sabido que los seres humanos somos propensos a un impulso de reconocimiento de patrones que es, incluso, capaz de verlos donde no existen, por ejemplo en los casos en que la dopamina en el cerebro se encuentra elevada, circunstancia que nos hace propensos al pensamiento mágico y a creer en la buena fortuna. De hecho, ciertos estudios han demostrado que el estrés y los eventos de particular significado emocional nos acercan al pensamiento mágico. Sin embargo, también han probado que el extremo escéptico de ese espectro tampoco es nada saludable: la carencia de capacidad para el pensamiento mágico está, entre otras cosas, ligada a la anhedonia, la incapacidad de experimentar placer.

La capacidad de distinguir patrones en la vida cotidiana no sólo es una habilidad esencial para la supervivencia desde la época de las cavernas, sino que también es un aspecto importante de la creatividad y el trabajo artístico. Sin embargo, en circunstancias normales, la realidad es que la mayor parte de nuestro cerebro se encuentra procesando a toda velocidad una cantidad tal de información que jamás podríamos manejar de manera consciente, y que en muchos casos donde podríamos pensar que algo llamado "intuición" nos empuja en determinado sentido, simplemente se trata de que nuestro cerebro posee información que nosotros desconocemos y nos está mostrando patrones que no hemos visto.

Es difícil, pues, evitar los modos en los que la sincronicidad podría influir sobre nuestras inclinaciones, pensamientos o decisiones; todos somos propensos a encontrar señales que confirman o descartan ideas en las que venimos pensando. Pero quizás sea hora de comprender que existen procesos no conscientes que pueden ser mecanismos valiosos para adquirir conocimiento y tomar decisiones, aunque a priori puedan sonarnos un poco hippies.

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