La referencia más antigua que tenemos sobre los juegos data desde el siglo V AC, cuando Herodoto narra la historia de los lidios, quienes utilizaron el juego de las tabas (astrágalos) y dados como forma de distracción para superar una hambruna. Hay evidencias de pinturas y esculturas en Antigua Grecia que plasma personas adultas de ambos sexos jugando con astrágalos. El juego, lo lúdico ha estado siempre presente en la historia de la humanidad; sólo que en algún punto comenzamos a considerarlo como algo exclusivamente infantil.

Muchos investigadores exponen que el juego tiene una importancia crucial en el desarrollo del niño, pues es un medio de aprendizaje de habilidades cognitivas, sociales y motoras, es la forma en la que se comunica con el mundo. En los primeros años de vida el niño explora a través del juego cómo funciona el mundo, además modela conductas y las representa a través del juego; el proceso de socialización está profundamente imbricado con esta actividad. Luego, el desarrollo del pensamiento lógico matemático, el lenguaje y otras habilidades se aprenden a través del juego, que funciona como un vehículo tangible y material entre el mundo físico y lo abstracto. Asimismo, a través de las actividades lúdicas funcionan como una forma de desarrollo de estrategias sociales, pues a través del juego comunitario se aprenden las reglas de convivencia básica como comunicación, cooperación y límites sociales, además del impacto de las acciones en los otros.

El juego en la edad adulta

A partir de la adolescencia, el aspecto lúdico no desaparece sino que se transforma. Ya el juego no es una herramienta de aprendizaje y exploración del mundo exterior, sino que se convierte en una forma de sociabilización. Entonces aparecen otras formas de juego, orientadas a tener contactos físicos con personas que le atraen (la botella, 7 minutos en el cielo, por ejemplo) o para crear lazos en un grupo de individuos. Este último objetivo persiste en la adultez, de hecho juegos de cartas, el ajedrez, los deportes, entre otros, son socialmente aceptados como escape para la necesidad de lo lúdico, como forma de distracción.

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Si bien es cierto que ciertas actividades se siguen considerando adultas y “serias”, a pesar de ser formas de juego, hay comportamientos inadmisibles. Esto puede ser herencia de la sociedad industrializada, donde se supone que un individuo tiene valor por lo que hace, lo que produce; entonces cualquier actividad sin otro objetivo que el de divertir y distraer se considera una pérdida de tiempo. Desde esta perspectiva, una persona realmente productiva y ocupada no tiene tiempo que desperdiciar en juegos de niños.

La necesidad de lo lúdico no ha desaparecido por completo durante varias generaciones, sino que es la forma de expresarla la que se transforma y adapta a las necesidades personales y sociales.

La ruptura ocurre con la modernidad. Con la llegada de la tecnificación y optimización de ciertos procesos, el trabajo ya no es una actividad larga y extenuante. Si a esto le aunamos la aparición de las consolas de videojuegos, podremos entender que la expresión de la necesidad lúdica comienza a evolucionar. Esta generación creció con las consolas de videojuegos, por lo que no es de extrañar que en plena adultez, cuando tiene autonomía económica y social suficiente, desee invertir su dinero y su tiempo frente a una pantalla jugando videojuegos o en una mesa, frente a un tablero y unos dados; un poco por la nostalgia de los años felices de la infancia, otro poco porque se satisface la necesidad básica del juego. Se hace patente que la necesidad de lo lúdico no ha desaparecido por completo durante varias generaciones, sino que es la forma de expresarla la que se transforma y adapta a las necesidades personales y sociales.

¿De qué sirve jugar?

Para muchos ya se hacen obvios los beneficios terapéuticos y preventivos de los juegos en los adultos. Se acepta que jugar es una herramienta de terapia exitosa para tratar casos de depresión y ansiedad, así como para prolongar y hacer más feliz la vida de las personas de la tercera edad. También es posible afirmar que jugar es una forma maravillosa para prevenir y tratar el estrés. Los avances en la aceptación e implementación de lo lúdico en nuestra cotidianidad son inmensos, ya estamos hablando de gamificación y de utilizar los videojuegos como estrategias de entrenamiento y resolución de problemas, orientadas a dotar a los individuos de ciertas habilidades o a potenciar la cognición, memoria y percepción espacial. Pero, ¿cuáles son los beneficios personales e íntimos de jugar?

En teoría, para los adultos, el juego no es un forma de acercarse al mundo y experimentarlo, al menos no en el sentido literal que puede tener para un niño. Ya no necesitamos lanzar una pelota una y otra vez para saber lo que sucede, ya aprendimos las consecuencias de ciertos actos y como plantea el filósofo y sociólogo Alfred Schutz en su teoría del mundo vivido, no podemos vivir en un eterno estado de sorpresa ante lo que nos rodea. Pero el juego nos permite acercarnos a realidades que no podríamos experimentar de otros modos, sobre todo en el terreno de lo moral.
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Juegos con historias y personajes complejos, como la historia de The Bloody Baron en The Witcher 3 o el conflicto con los Geth en Mass Effect 3 nos pone frente a dilemas morales que no quisiéramos enfrentarnos en la vida real, pero que podemos encarar en un ambiente más o menos seguro dentro de un juego. A través de las vivencias de los personajes nos hacemos más empáticos, si se quiere. Por otra parte, los juegos complicados que tienen una curva de aprendizaje lenta y que te hacen perder una y otra vez (¡hola, Dark Souls!) te enseñan a manejar la frustración y la rabia, utilizando estas emociones como combustible para encontrar soluciones y optimizar procesos.

Los juegos que requieren interacción y trabajo en equipo, sobre todo RPGs como World of Warcraft, League of Legends, Dungeons&Dragons Online, DOTA, entre muchos otros crean un ambiente donde se hace necesario el desarrollo de herramientas de cooperación, gerencia y administración de recursos. El tejido social que formas a través de estos juegos se fortalece, surgen lazos espontáneos de cooperación y confianza. Todas habilidades imprescindibles en la cotidianidad.

Todos los juegos, de mesa, de rol, de vídeo son una forma de enfrentarnos al mundo desde otras perspectivas, desde la imaginación, retando esto que percibimos como absolutos y ofreciéndonos un universo de posibilidades. Seguir jugando cuando somos adultos es una forma de potenciar la creatividad en la resolución de conflictos, aspecto íntimamente ligado a la inteligencia.