Si Salvador Martí, Ernesto Jiménez e Irene Larra organizaran hoy una misión para un nuevo capítulo de El Ministerio del Tiempo, bien podrían viajar hacia un domingo como éste de hace 84 años. El 12 de abril de 1931, España celebraba unas elecciones municipales inéditas. Sus resultados marcaron un cambio de rumbo en la historia del país, que desembocaría finalmente en la proclamación de la II República.
Decía Ortega y Gasset que «para definir una época no basta con saber lo que en ella se ha hecho; es menester además que sepamos lo que no ha hecho, lo que en ella es imposible». Cruzar la puerta del tiempo de abril de 1931 supone volver la vista atrás hacia una época compleja, marcada por la dictadura de Primo de Rivera apoyada por el monarca Alfonso XIII. ¿Tuvieron en realidad estos comicios carácter plebiscitario? ¿Cómo pudieron unas elecciones municipales provocar un giro político tan radical?
El fin de la «dictadura con rey»
Para entender qué ocurrió el 12 de abril de 1931, debemos viajar por una puerta del tiempo auxiliar, la que señala el 28 de enero de 1930. La también conocida como «dictadura con rey» no sólo había disuelto las Cortes, prohibido el uso de otras lenguas que no fueran el castellano o restringido las libertades políticas e impuesto la censura. También había sido responsable de la destitución de Miguel de Unamuno y de constantes conflictos sociales, lo que finalmente provocó la dimisión del gobierno dirigido por Primo de Rivera.
La caída del general Primo de Rivera supuso el principio del fin de la monarquía de Alfonso XIII. El ascenso del también general Dámaso Berenguer vino motivado por el propósito de restablecer la «normalidad constitucional».Berenguer dijo que «llegaba como soldado para actuar como ciudadano»
Nada de esto sucedió. El ejemplar de La Voz de Asturias recogía las intenciones del nuevo presidente, que declaraba tras su reunión con el rey que «llegaba como soldado y que se preparaba para actuar como ciudadano».
Berenguer, sin embargo, no reestableció plenamente la Constitución de 1876. Tampoco convocó elecciones a las Cortes, como le exigía la oposición republicana unida tras el Pacto de San Sebastián. Incluso llegó a sofocar la conocida como sublevación de Jaca de diciembre de 1930 con el fusilamiento de los capitanes Galán y García Hernández. Durante los trece meses que duró su mandato recibió duras críticas de diversos sectores, llegando a merecer el calificativo de «dictablanda» en una célebre viñeta publicada en el periódico El Sol por el humorista Luis Bagaría.
Tras el revuelo generado, Berenguer fue destituido y el almirante Juan Bautista Aznar fue nombrado presidente del gobierno el 18 de febrero de 1931. Relatan las crónicas de la época que el militar recibió a los periodistas en su domicilio, donde contestó a las preguntas explicando que pretendía «devolver al país sus libertades y reestablecer la normalidad política y jurídica».
Contrariamente a lo que prometía, Aznar no eliminó los mecanismos de censura que limitaban la libertad de prensa, como se observa en este ejemplar del diario El Liberal. A pesar de ello, la llegada al poder del almirante sí supuso un importante cambio de rumbo político gracias a la convocatoria de los comicios municipales, previos a las elecciones de diputados provinciales y generales.
Una elección reñida y emocionante
«La lucha que se aproxima promete ser reñida y los ánimos se hallan bastante excitados», narraban desde El Día de Palencia el 6 de abril de 1931. Acababa de verificarse la proclamación de concejales en algunos distritos, puesto que las elecciones municipales seguían regulándose por la Ley electoral de 1907. Este marco legal implicaba que, en virtud del artículo 29, en los distritos en que el número de diputados fuera igual al número de candidatos presentados, no se celebraba elección. Es decir, los candidatos eran elegidos de manera automática -lo que perpetuó en muchos lugares el caciquismo-.En las elecciones municipales de 1931, sólo podían votar varones mayores de 25 años
Este curioso precepto, que se modificó con la llegada de la II República, implicó que los comicios municipales se dividieran en realidad en dos fases. Una semana antes, allí donde el famoso artículo 29 podía aplicarse, se proclamaba la elección automática de los candidatos. En los distritos donde este mandato no se cumpliera, los comicios se celebraron el domingo 12 de abril, fecha en la que pudieron votar los varones mayores de 25 años. La llegada de la II República también cambió las reglas de juego, introduciendo el derecho de sufragio femenino.
Pero a pesar de lo reñida que parecía la contienda electoral, pocos imaginaban el vuelco histórico que supondrían las elecciones del 12 de abril. La emoción en los mítines y las calles también se trasladó a los medios de comunicación. No era extraño, por tanto, encontrar titulares en los que se pedía expresamente el voto para una u otra candidatura.
Incluso el mismo día de las elecciones municipales, resulta extraño ver el modo en que la prensa monárquica y republicana apoyaron a sus candidaturas. Las líneas editoriales fueron algo más que eso, demostrando la importancia de unas elecciones que, a pesar de no tener carácter plebiscitario, acabaron siendo determinantes para el futuro de España. En el diario católico La Cruz, los editores reflexionaban así sobre las necesidades del país:
¿Qué remedios se deben aplicar para sanar al cuerpo social de esas morbosidades? Unos propugnan la revolución y otros en cambio la evolución. Examinémolos brevemente. La revolución generalmente y de modo especial ahora en nuestro país se limita al intento de un cambio de régimen sustituyendo la monarquía por la república valiéndose para esto de toda clase de medios y preconizando preferentemente los más violentos. [...] La experiencia y el buen sentido, nos enseñan pues que que los políticos dignos de tan honroso nombre, deben buscar el remedio del malestar actual en la evolución, que hace factibles todas las reformas interviniendo de manera legal en el gobierno del Estado.
La proclamación de la II República
Tan reñida fue la votación, que las crónicas de los días siguientes no pudieron escribirse sin la emoción latente entre líneas. Hubo medios republicanos que proclamaron un «¡Hurra!» en portada, mientras que el ABC advertía de «la grave situación política». Este periódico también hacía hincapié en que les corría mucha prisa decir todo aquello por si al día siguiente «una censura periodística lo impidiera en el nombre de la libertad».
Las candidaturas republicanas habían ganado en una gran parte de las capitales españolas, obteniendo un mayor número de votos de los previstos inicialmente. Según los datos del **Anuario del Instituto Nacional de Estadística de 1931**, las fuerzas políticas que apostaban por la II República sumaron más de 276.000 votos en Madrid, mientras que los partidos monárquicos no alcanzaron los 60.000 votos.
En distritos como la Latina, por ejemplo, los republicanos obtuvieron un número de apoyos ocho veces superior al de las fuerzas que apoyaban a la monarquía. Por otro lado, en el barrio del Congreso no hubo votos a partidos monárquicos. En este caso los apoyos se repartieron entre las fuerzas socialistas, republicana-federal, republicana-radical y los independientes.
La victoria republicana fue aplastante en ciudades como Madrid, Barcelona o Valencia, logrando ganar en 41 de las 50 capitales de provincia. Por el contrario, las fuerzas monárquicas se habían impuesto en las áreas rurales -donde habitaba un mayor porcentaje de la población y con una importante influencia de los caciques-.Los partidos republicanos ganaron en 41 de las 50 capitales de provincia
El martes 14 de abril, las ciudades de Éibar, Valencia y Barcelona alzaron la bandera tricolor en sus instituciones. Sólo quedaba Madrid, pendiente de la decisión del monarca. Reunidos de urgencia el presidente Aznar y el monarca Alfonso XIII, se debatieron varias alternativas. Entre otras, destacaba el exilio del rey. Esta opción fue elegida finalmente tras el acuerdo entre el Conde de Romanones y representantes de los partidos republicanos en una reunión en el domicilio del doctor Gregorio Marañón, en el que se pactó la salida de la Familia Real de España con total seguridad.
Niceto Alcalá-Zamora, que dirigía el Comité revolucionario, planteó a Alfonso XIII un ultimátum: su retirada debía producirse «antes de que se pusiera el sol». La llegada de la II República era imparable, mientras que a primera hora de la tarde unos funcionarios alzaban en el edificio de Correos y Telégrafos la bandera tricolor, Alcalá-Zamora entraba en la Puerta del Sol como primer presidente del Gobierno provisional.
La reflexión que compartía El Correo Extremeño se hacía patente también en otros medios de comunicación. La proclamación de la II República «se había hecho con el mayor orden y sin incidentes de importancia». El determinante resultado de las elecciones municipales del 12 de abril provocó un giro político histórico en España. Cruzar la puerta del tiempo de aquel domingo nos permite volver la vista atrás a un momento en el que el poder de las urnas -y no de las armas- había logrado que el país, tal y como explicaba el almirante Aznar, se acostara monárquico y se levantara republicano.