Actualmente hay seis propuestas de ley, aparte de otras iniciativas, en Estados Unidos que tienen como objetivo renovar el sistema de patentes en el país para acabar con los trolls de patentes. Estas personas y organizaciones se aprovechan de patentes vagas o demasiado amplias para demandar a las empresas que utilizan tecnología que podría estar recogida por ellas. En general, tratan de llegar a acuerdos antes que a juicio, pero son muchas las compañías que prefieren pactar para evitar el largo proceso judicial. La renovación es necesaria, pero éste no es el único problema que se debería combatir.
La idea del cambio tiene defensores de peso, como Gary Becker, profesor en la Universidad de Chicago y ganador del Nobel de Economía en 1992. En su opinión, el sistema actual es "demasiado amplio, demasiado impreciso y demasiado caro". Y una prueba de ello son, precisamente, los trolls de patentes.
Los litigios son una pérdida de tiempo y dinero
Becker también cree que los litigios entre los gigantes del sector son una pérdida de tiempo y dinero. "Se necesitan reformas del sistema que limiten la concesión de patentes para reducir esta litigación tan costosa e improductiva". Cuando entran en juego empresas más pequeñas, el problema es mayor, pues no tienen los recursos necesarios para defenderse.
Esto no quiere decir que el economista se oponga por completo a la forma de actuar de estos trolls, a los que considera intermediarios que podrían tener valor en el mercado de las patentes. La culpa es del sistema, no de quien lo utiliza. Y cuando el sistema permite demandar a cualquier empresa que tenga una página web interactiva, algo falla.
No se trata de ninguna exageración. Una empresa llamada Eolas tenía una de las primeras patentes relacionadas con la web e hizo rico a su dueño a base de demandas. Microsoft, por ejemplo, pagó 100 millones de dólares a la compañía cuando atacó a su navegador, Internet Explorer. Afortunadamente, hace poco se invalidaron dos de sus patentes.
Los trolls de patentes cuestan dinero; las patentes perennes, vidas
Como solución, Becker propone reducir la duración de las patentes y el rango de innovaciones que se pueden patentar. Actualmente una patente dura 20 años, pero reducir esta cifra a la mitad no afectaría a la innovación. Además, el coste de este monopolio temporal también se vería reducido. Es decir, quienes presentasen la patente tendrían menos tiempo para encontrar formas de extenderla en el tiempo y, de este modo, ampliar el monopolio. Sin embargo, todavía contarían con una ventaja importante.
Aquí entra en juego otro concepto: el de las patentes perennes, aquellas que se renuevan tras introducirse pequeños cambios. El caso más conocido, el de las patentes sobre medicamentos que evitan que se puedan comercializar genéricos. India es uno de los países que ya ha tomado medidas para combatir esta práctica. Los trolls de patentes cuestan dinero; las patentes perennes, vidas.
Incluso las compañías farmacéuticas y de biotecnología, los principales ejemplos donde las patentes son claramente necesarias para fomentar la innovación, normalmente no necesitan más de una década de monopolio para promover sus grandes inversiones en nuevas medicinas.
Ajustar los límites de lo que se puede patentar es más complicado. Para empezar, porque hay cosas que no se pueden patentar, como recuerda Becker. Teorías científicas, ADN y conceptos deberían estar fuera del proceso, porque las consecuencias serían terribles. Los descubrimientos científicos deberían ser de dominio público. En opinión del economista, premios y becas ya son suficiente incentivo para la innovación. Y se olvida de quien investiga simplemente porque puede hacerlo.
Acabar con las patentes de software podría suponer un ahorro
En esta línea, cree que el software tampoco debería poder patentarse. "Las disputas sobre patentes de software están entre las más comunes, caras y contraproducentes". Sacarlas del sistema podría tener connotaciones negativas, pero afectaría mucho a los trolls de patentes y el ahorro haría que mereciese la pena. Incluso podría fomentar la innovación, pues acabaría con el miedo a las demandas.
Sin embargo, la solución de Becker tiene fallos. Por ejemplo, propone proteger el software mediante secretismo en lugar de emplear patentes, algo que no tiene mucho sentido. Además, se crearían ecosistemas aún más cerrados. Pero la idea general sí es interesante. "Las patentes deberían considerarse un último recurso, no el primero". Y para ello debe cambiar el sistema.