En el anterior post sobre la edición fotográfica vimos que el proceso -propuesto por José Manuel Navia- se puede dividir en tres actos. Hoy vamos a ver en qué consisten el segundo y el tercero. Como todo en la vida, no hay que tomarlo al pie de la letra, pero hasta que tengamos más experiencia, es bueno confiar en maestros como Navia.
Segundo acto
Hemos llegado a nuestro punto de destino. Hemos interiorizado todo lo que hemos aprendido sobre el lugar, sabemos hasta por dónde sale el sol y la mejor hora para fotografiar el monumento en cuestión. Hemos estudiado la ciudad a la que vamos de tal manera que sabemos más de ella que cualquier vecino. Además hemos aprendido todo de las fotografías que hizo fulanito de tal sobre nuestro lugar de destino. Por lo tanto hemos ganado el derecho de olvidarlo todo y disparar la cámara las veces que sea necesario. Una de las cosas que conseguiremos es disparar con cabeza y nunca a lo loco. No hacemos fotos porque sí, sino porque es necesario hacerlas en ese momento.
La cámara es una extensión del ojo que se abre o se cierra de manera automática, casi sin pensar. Por supuesto, como hemos practicado mucho, la cámara fotográfica no tiene ningún secreto para nosotros. Nos olvidaremos de comprobar cada dos por tres la pequeña pantalla y nunca borraremos las fotografías hasta descargarlas en el ordenador. Estamos haciendo fotos, no estamos editando.
A lo mejor hemos traído todo el equipo, o sólo una pequeña parte. El trípode igual lo hemos dejado en el maletero del coche o en el hotel, o hemos pensado que con una sola lente fija cargamos menos peso y conseguimos mayor calidad, y además nos cansamos menos...
Ahora estamos solos ante la fotografía. Descubrimos si todo el trabajo realizado antes ha merecido la pena. Podemos innovar y encontrar nuestro estilo. Todo adquiere sentido. Es el gran momento de estrés que tiene el fotógrafo. Trabajar y ver que las cosas no salen como espera, o que no aparece esa luz que tenía en mente, o que el equipo falla...
Todo se soluciona con calma. Por ejemplo, hay que tener planes alternativos, o llevar siempre dos cámaras, aunque sea una compacta, y revisar siempre el estado de las baterías y de las tarjetas. Por supuesto no hay que olvidar un buen sistema para guardar las copias de seguridad.
Y sobre todo, toca disfrutar. Estamos de viaje, tenemos una cámara entre nuestras manos y tiempo para hacer lo que más nos gusta. Ya vendrá el trabajo duro.
Tercer acto
Hemos llegado a casa con todo el material. Y empieza lo más duro de la fotografía, siempre y cuando queramos hacer bien las cosas: la edición, es decir, la selección de todas las imágenes para que tengan coherencia con el lenguaje visual que practicamos cuando cogemos una cámara: líneas, formas, colores, luces,...
La situación es la siguiente. Tenemos tres mil fotografías de nuestro viaje. Por supuesto queremos enseñarlas lo antes posible y que queden lo mejor posible. Somos conscientes de que el viaje ha terminado y que las cosas que no hayamos hecho ya están perdidas y que ese es el material del que disponemos. Ahora tenemos que mejorarlo mediante la edición.
Si el mundo fuera ideal, podríamos dejar pasar hasta tres meses para que las fotos maduraran, pero es imposible. Las ganas que tenemos de verlas o de enseñarlas harán que las clasifiquemos cuánto antes. Lo primero es catalogarlas dentro de nuestra base de datos, para tenerlas perfectamente identificadas. Y limpiar todas aquellas que nos hayan salido mal, muy movidas, muy desenfocadas, muy oscuras, muy malas. Procuremos borrar sólo los casos extremos. Después, con todas las fotografías catalogadas, procedemos a realizar nuestras copias de seguridad pertinentes.
Y con toda la tranquilidad y tiempo del mundo empezamos a seleccionar las imágenes que formaran parte de nuestro reportaje final. Si tenemos ese storyboard del que hablé al principio es muy buen punto de partida, si no, lo tendremos más complicado, pero podremos hacer el trabajo igualmente. En el próximo artículo sobre el tema veremos cómo.