Como vimos en el anterior artículo sobre la historia de la fotografía, el avance del nuevo descubrimiento es imparable. Surgieron por doquier manuales, productos y clases prácticas para poder plasmar en un papel, previamente sensibilizado, la realidad.

Pero, en los inicios, había más fracasos que éxitos, y todavía quedaba tiempo para que la fotografía estuviese realmente al alcance de todo el mundo. La inversión inicial era muy fuerte y las complicaciones muchas. No hay que olvidar que la primera cámara de daguerrotipos con todos sus componentes pesaba cerca de cincuenta kilos y costaba alrededor de 400 francos (aproximadamente un sueldo mensual). Las copias y los imitadores, sobre todo americanos, consiguieron en muy poco tiempo reducir el peso y acortar los tiempos de exposición.

Los adelantos fundamentales fueron tres:

  • Una nueva lente veintidós veces más luminosa que el objetivo primitivo de Daguerre. En diez años se vendieron más de ocho mil.

  • La sensibilidad de las placas ante la luz fue aumentada, por lo que se redujeron notablemente los tiempos de exposición.

  • Los tonos de la placa fueron enriquecidos con una solución de oro. La calidad de las luces mejoró enormemente y la superficie del daguerrotipo se endureció.

El retrato fue la especialidad más extendida entre los nuevos profesionales. El primer negocio fotográfico fue un estudio que invirtió 5000 dólares de 1841 en equiparse, y conseguir los derechos de utilización de la cámara daguerroniana. En un año recuperó treinta veces lo invertido. No olvidemos que Daguerre dio todos los derechos en Francia, pero en Inglaterra pidió y obtuvo la patente de su invento.

Los primeros fotógrafos, pintores venidos a menos, aplicaron la nueva tortura a sus clientes sin miramientos. Como dato curioso, la siguiente reseña de 1861:

 ...el modelo, expuesto durante ocho minutos, el sol en plena cara, las lágrimas chorreándole por las mejillas mientras el operador iba y venía, reloj en mano, contando en voz alta cada cinco segundos hasta que se agoten las lágrimas.

Para paliar el sufrimiento existieron aparatos que sujetaban las cabezas, brazos y manos, pero nada evitaba el calor multiplicado por los espejos que reflejaban hasta el último atisbo de luz que entraba a raudales en el estudio totalmente acristalado. A pesar de estos pesares, los fotógrafos comerciales hacían una media de 1500 retratos anuales, cantidad que para sí querrían muchos contemporáneos nuestros. La novedad podía con todo, y tener un retrato era un símbolo de distinción. Prácticamente era la primera vez que podías perpetuar tu imagen a bajo coste, y más parecido que nunca a la realidad:

Conserva la sombras, donde la sustancia se esfuma/ Deja que la naturaleza imite, lo que la naturaleza hizo.

El paisaje fue el otro gran tema de los primeros daguerrotipistas. El mundo quería conocer las maravillas que el mundo ofrecía, y era la primera vez que las podía ver en todo su esplendor. Los países exóticos, entre los que se incluía el pasado medieval de España y sus antecedentes árabes, iban a ser vistos por primera vez. Egipto, Constantinopla, las islas griegas y las ruinas romanas disfrutaron de un renovado esplendor por la avidez con la que la gente quería conocer los lugares donde se desarrollaron las historias que sólo habían podido leer en los libros. El daguerrotipo funcionaba como un mero libro de apuntes. Sólo servía para documentar, y los arqueólogos no dudaban en cargar con todo un equipo fotográfico para plasmar todo lo que veían sobre el terreno para luego poder estudiarlo con más calma en sus  despachos...

Entre 1840 y 1844 se publicaron en París 114 litografías en Excursiones daguerrianas, a partir de daguerrotipos realizados de todo el mundo: la Acrópolis de Atenas, El Cairo, las cataratas del Niágara, el Kremlin en Moscú... pero lo curioso es que las obras publicadas tenían dibujadas figuras y tráfico urbano para contrarrestar el aspecto fantasmal de las largas exposiciones.

Los avances se pisaban unos tras otros. De la obra única que suponía el daguerrotipo, pronto se pasó al calotipo (1841) que posibilitaba la imagen multiplicable, gracias a la creación de un negativo. Fox Talbot fue su inventor, y fue él quien hizo el primer libro de fotografía, El lápiz de la naturaleza, lleno de copias originales pegadas a mano. No era más que una representación de bodegones y objetos personales que ilustraban la vida y obra del autor.

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