En su célebre texto de el Arte en la Era de la Reproducción Mecánica, Walter Benjamin discutía sobre el concepto de la obra de arte en una época que la reproducción de esta llegaba a tales niveles de perfección que era casi indistinguible de la obra de arte original. La pregunta que planteaba, era qué tenía la obra de arte original que la ponía sobre sus copias, por más perfectas que fueran.
En el mundo actual, la fotografía sufre un fenómeno no lejano al que Benjamin experimentó. Hoy en día la tecnología permite no sólo la reproducción perfecta de una obra original; sino que la popularidad de la fotografía y la democratización de las cámaras fotográficas, permiten crear fotografías originales que repiten otras fotografías.
En su momento los grandes fotógrafos como Cartier-Bresson recorrían las calles en busca de la imagen única. Hoy encontramos en miles de ejemplos de fotografías callejeras ecos y similitudes a las de Cartier-Bresson que no por eso dejan de ser originales.
Hoy en día es posible copiar una fotografía y al mismo tiempo ser el autor verdadero de esta imagen y en ocasiones sin un propósito objetivo de plagio. Al mismo tiempo ocurre que algunas ideas visuales, técnicas y temáticas aparecen repetidos con cierta constancia en nuestros feeds de fotografías, en los blogs que visitamos o las galerías de amigos. ¿La fotografía de un atardecer cancela la posibilidad de otros atardeceres?.
Es verdad que los fotógrafos con más éxito son aquellos que consiguen una muestra original y auténtica, siendo cada vez mayor el reto para encontrar la idea única. Pero al mismo tiempo entre nuestros fotógrafos favoritos también estarán aquellos que traen a nuestra presencia imágenes familiares y repetidas, pero no por eso menos hermosas.
Pero esto va un paso más allá. El fotógrafo que ha conseguido una imagen única, encontrará admiradores y fans que intentarán emularla, usando las técnicas e ideas novedosas que puede haber creado este fotógrafo, llevando sus ideas hacia otros rumbos que este no se había planteado.
La instantaneidad que está empezando a afectar a la fotografía, aquel fenómeno que ya ha vivido la información, hace que nos veamos enfrentados a un torrente visual permanente. Muchas fotografías que nos han gustado casi desaparecen guardadas en algún oscuro archivo de nuestro ordenador y de nuestra memoria. La fotografía que nos gustó, no volveremos a verla, pero si otras similares que llegarán despertando similares sentimientos. Hay algo esperanzador en esa seguridad que si bien las imágenes desaparecen (como lágrimas en la lluvia), regresarán en una especie de reencarnación fotográfica.