Bienvenidos a Genosha, la potencia mundial. Gobernada por Magnus, esta nación ha florecido en una nueva era, donde los mutantes son la regla y no la excepción. El homo superior prevalece, mientras que el homo sapiens se resiste a su inminente extinción. La carencia de poderes y habilidades sobrehumanas en socialmente condenada, sobre todo, si no han sido adquiridas de nacimiento --¡peor si hemos sido mordidos por una araña radiactiva!--. Se trata de un universo irreal, fantástico, una utopía... que se convirtió en verdad.

Pocas sagas han sido tan trascendentales para Marvel como House of M (2005). Teniendo como principales protagonistas a los X-Men, este arco narra la forma en que nuestro mundo fue modificado para convertir a los mutantes en la raza dominante. La inestabilidad emocional de Scarlet Witch provoca que sus poderes se salgan de control. Claro, cuando se trata de una mujer con la capacidad de alterar la realidad a voluntad, no suena como una buena noticia. En su último deseo, modificada todo con una sola premisa: darle a cada quién lo que siempre quiso.

Así, nos encontramos con un Magneto que es soberano de la nación mutante más próspera del mundo; un Apocalipsis tiránico que gobierna con puño de hierro en el norte de África; un Spider-Man que al fin goza de popularidad y cariño --eso sí, con el secreto del origen de sus poderes--; entre muchos otros. Héroes reconvertidos a celebridades y conductores de TV, en profesores de primaria, en gente normal en una tierra donde lo extraño es canon. El precio, claro, es el sometimiento de los humanos casi hasta la esclavitud, el ostracismo y la persecución.

House of M es el perfecto retrato de las fallas de la utopía. De entrada, Magneto no puede con todo. Ahí esta Victor Von Doom, el humano más cercano a los mutantes, como el fiel escudero --una mascota en jaula de oro, básicamente--. O también está T'Challa, la Pantera Negra, quien mantiene a raya a los mutantes de la zona central de África. Y qué decir de Bruce Banner, quien convertido en Hulk supo declarar la independencia de Australia del yugo mutante, y construyó relaciones comerciales con Genosha con una doctrina que George W. Bush envidiaría: "¡si no cooperas, Hulk te aplasta!"

Sin embargo, el mensaje más profundo de House of M tiene que ver con el estatus quo, con la pirámide social que --tengas poderes o no-- es tan inheremente humana. Más allá de los humanos como metáfora de la minoría (como su contraparte mutante en su momento), las reglas no cambian. No hay triunfo de los oprimidos, sólo cambios de élite. Esta perla --profundamente marxista-- es muy bien maquillada por los guionistas, sutil y delicada. La premisa es evidenciada por Ororo (Storm), quien en una aparición televisiva cuestiona sobre los mutantes que aparecen frente a cámara. Ella deja en claro que la pantalla es, paradójicamente, para los seres con rasgos humanos: nada de plumas, alas, pelos u otros rasgos. La belleza como aspecto de discriminación permanece, por más que se alegue un nuevo mundo.

Al final, el teatro se colapsa, gracias a que Wolverine, ese eterno olvidadizo, ha recuperado la memoria. Los héroes preparan el asalto, pero fallan. Scarlet Witch, completamente en la locura y desesperación, sólo atina a susurrar algo casi ininteligible. De pronto, la luz blanca inunda la realidad y todo vuelve a ser como antes, salvo por un detalle: los mutantes han desaparecido. De ser cientos de miles (quizá, algunos millones), el número se reduce de golpe a menos de 200. La era de la mutandad termina de golpe, con otra extinción en ciernes. La Casa de Magnus ha caído, y con él, una raza entera. Hoy en día, a seis años de su publicación, la cicatriz no termina por cerrar.

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