Miro la pantalla, perplejo. Éste debe ser el quinto (¿o ya el sexto?) intento de escribir esta reseña. En esta ocasión -- la definitiva, espero -- renuncio por completo a tratar de resumir la trama. Son tantas las sensaciones que deja este cómic que resulta inútil encontrarle un hilo conductor. Final Crisis es el Dark Side of the Moon del universo DC. Al final, uno se pregunta qué rayos estaba pensando (¡o qué demonios consumió!) Grant Morrison cuando para escribirla. En el último de los casos, no importa: es cuestión de dejarse llevar por las páginas, de rendirse al poder de los trazos, y de adentrarse en una licuadora de universos.

Final Crisis es, en su mínima expresión, una historia del bien contra el mal. Eso sí, esta vez el mal no se anda con rodeos. La dominación mundial es para los principiantes. Darkseid va por todas las canicas: quiere gobernar la realidad. A través de la ecuación antivida -- una demostración matemática de que Darkseid es el amo de todo -- logra esclavizar a toda la humanidad en un parpadeo. Sus vasallos viven, trabajan y mueren por él, en sintonía con su conciencia. Es el estado totalitario en su máxima expresión: cuando Darkseid grita, grita con tres millones de gargantas; cuando mira, mira con seis millones de ojos. Escalofriante.

En la contraparte, el redentor. ¿Quién mejor que Superman para la antítesis del mal encarnado? El Hombre de Acero debe viajar a los confines del espacio y el tiempo para enfrentarse contra Mandrakk, el Anti-Monitor -- todo, con la esperanza de obtener una sustancia que le salve la vida a Lois Lane. Es Superman quien viaja al futuro por la Máquina del Milagro, el que canaliza su energía para reiniciar la realidad, el que resiste los embates -- ciego, lastimado más allá de la reparación -- cuando todo está perdido.

Son demasiados los momentos brillantes de Final Crisis como para atreverse a ennumerarlos todos: la carrera de Flash contra la Muerte ("Es un hecho poco conocido que la luz es más veloz que la Muerte"); la resistencia -- estoica pero fútil -- de Dan Turpin (¿Cómo resistir cuando no hay nada por qué hacerlo?); o la benévola traición de Lex Luthor ("Quedará asentado que es la primera vez que el bien y el mal unen fuerzas. Quiero todo el crédito para mí."). Pero el que queda grabado a fuego en la retina es el enfrentamiento de Batman contra Darkseid, un cierre perfecto para la gestalt del Hombre Murciélago. Lo que la bala quita, la bala lo da.

Final Crisis es un cómic para experimentarse, no entenderse. Aún dentro de su retorcida narrativa, mantiene un ritmo trepidante que hace casi imposible despegarse. En cierto modo, se asemeja a la saga del Infinity Gauntlet de Marvel, pero con esteroides. Su lectura te dejará perplejo, con la sensación de no haber entendido nada pero haberlo comprendido todo. Grant Morrison no es pretencioso con su entrega. No se pone filosófico ni existencialista. Simplemente deja fluir la pluma hacia mundos, universos y tiempos recónditos e inaccesibles. Ésa es su virtud más grande o su defecto más evidente. ¿Cómo saberlo? Quizá algún día -- cuando nos actualicemos a 4-D -- consigamos comprenderlo un poco más.

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