Terminas de comer en un restaurante. Tienes el estómago lleno hasta decir basta. De hecho, te has dejado un poco de comida en el plato. Sin embargo, cuando el camarero te pregunta si quieres postre, saltas como un resorte y, para sorpresa de todos en la mesa, aseguras que sí. Algo ligero. Quizás un coulant de chocolate. Si crees que esta historia te describe a la perfección, seguro que alguna vez has dicho eso de que tienes un segundo estómago reservado para el postre. Y también es muy probable que se hayan reído de ti por hacer tal afirmación. Pues no te preocupes. Ahora puedes darle a todas esas personas con la ciencia en la cara, ya que lo que te ocurre tiene una explicación científica. Eso sí, la verdad es que no se trata de un segundo estómago, sino de una cuestión de neuronas.

Este segundo estómago para los postres que se encuentra en el cerebro ha sido descrito por científicos del Instituto Max Planck en un estudio que se acaba de publicar. En él, se reúnen los datos de estudios con ratones, pero también con humanos.

Esto último es importante, pues buena parte de los fenómenos que se describen en animales de laboratorio no pueden extrapolarse a humanos. En este caso, se ha visto que sí. En nuestro cerebro hay una serie de neuronas que nos invitan a comer azúcar aunque estemos totalmente saciados. He ahí ese segundo estómago que reservamos para los postres.

Estudios en ratones sobre el famoso segundo estómago de los postres

Nuestro sistema nervioso, con el cerebro a la cabeza (nunca mejor dicho), está continuamente en comunicación con el sistema digestivo. Gracias a eso, entre otras muchas cosas, experimentamos una sensación de saciedad cuando hemos comido mucho o sentimos hambre cuando se nos agotan las reservas de energía. Esto generalmente se hace a través de la liberación de hormonas como la grelina o la leptina. La primera se secreta mayormente en el estómago y los intestino e indica al cerebro que debemos comer, porque las reservas de energía se están agotando. Es así como nace la sensación de hambre. En cuanto a la leptina, se libera generalmente desde las células de la grasa y su función es totalmente contraria. Cuando hemos comido mucho se ralentiza el vaciado del estómago y se indica al cerebro que debe generar sensación de saciedad.

Por lo tanto, cuando comemos mucho y nos sentimos llenos es especialmente a causa de los procesos que libera la leptina. Sin embargo, a veces ocurre esa situación que hemos descrito al principio. Estamos llenos, pero el mero hecho de pensar en el postre ya nos genera más hambre. O quizás no tengamos hambre, pero en cuanto lo probamos no podemos parar de comer. Ya no nos sentimos tan llenos.

células madre
El estudio se llevo a cabo inicialmente en ratones.

Para comprobar por qué ocurre esto, los autores del estudio que se acaba de publicar llevaron a cabo una investigación con ratones. Procedieron a encender y apagar distintos grupos de neuronas para ver cómo influían en la sensación de saciedad. Así, se dio con un grupo de neuronas llamadas POMC que producían un efecto interesante. En condiciones normales, los ratones saciados se pirraban por el azúcar y no podían parar de comer al probarlo. Sin embargo, cuando se inhibían estas neuronas, los ratones saciados permanecían saciados cuando se les daba a probar azúcar, así que decidían no comer. Con los ratones hambrientos no había ninguna diferencia.

Doble función

Se comprobó que estas neuronas liberan moléculas de señalización que impulsan la saciedad cuando no hay azúcar de por medio. Sin embargo, cuando se saborea algo de glucosa estas mismas células desencadenan la liberación de beta endorfinas, unas moléculas que, al unirse a los receptores de opiáceos, causan una sensación de placer que invita a los ratones a comer más. Por lo tanto, no se trata de un segundo estómago para los postres, sino de un grupo de neuronas que nos generan mucho placer. O les generan. Veamos qué pasa con los humanos.

Nosotros también lo experimentamos

Para ver si los humanos también tenemos ese segundo estómago metafórico en el cerebro, se dio a un grupo de voluntarios una solución de glucosa a la vez que se analizaba su cerebro con un escáner. Así, se vio que cuando estaban saciados y consumían glucosa se activaban las mismas regiones en el cerebro que cuando se hacía eso mismo en ratones. Son regiones en las que hay muchos receptores de opiáceos, de manera que se intuye que las neuronas POMC y las beta endorfinas están haciendo de las suyas.

comer
Pero también se llevó a cabo en humanos. Crédito: Kampus (Pexels)

¿Para qué sirve este segundo estómago metafórico?

Nuestro cerebro no distingue entre lo energético y lo saludable. Si pensamos en nuestros antepasados, comer algo muy alto en calorías era beneficioso para ellos, pues les daba la energía necesaria para huir de cualquier peligro. Por eso, evolutivamente desarrollamos esos sistemas de recompensa que nos dan placer al comernos una hamburguesa o una tarta de chocolate. Así, lo volvemos a hacer, por si hay que salir corriendo de una amenaza. Estos sistemas de recompensa funcionan normalmente mediante la liberación de dopamina.

Sin embargo, ahora sabemos que también están involucradas las beta endorfinas que se liberan cuando comemos azúcar estando saciados. En definitiva, nuestro segundo estómago metafórico tiene una función muy importante: motivarnos para tener energía para correr de un león que nos persiguiera mientras recolectamos bayas. Vale, esas cosas ya no nos pasan, pero no podemos olvidarnos de todo lo que hemos evolucionado. Aún nos quedan algunos remanentes y, si están ahí, es porque siguen sirviendo para algo. Díselo a quien se ría de ti cuando insistas en comerte un postre.