Las luces de las ciudades son una de las principales características de nuestra sociedad. Sea que estén volviendo del trabajo a sus casas después de que haya anochecido, hayan salido a tomar algo con amigos, si están caminando de noche las luces artificiales que se encuentran en todas las veredas iluminándonos otorgan una atmósfera especial, curiosamente (para mi gusto y valga la redundancia) poco artificial. Algunas escenas de películas no serían lo mismo sin el paisaje de millones de luces en la noche y díganme si la vista de una ciudad desde un avión, de noche, no es simplemente maravillosa. De todos modos, mantenerlas representa un problema enorme para algunos municipios y ciudades y caminar por una calle oscura, en algún que otro barrio, podría no ser tan lindo.
A pesar de todo lo dicho, el principal problema de la iluminación de las grandes ciudades es, justamente, la iluminación (no su ausencia). Porque (y vamos con la definición de Wikipedia), existe algo llamado contaminación lumínica y se trata de "la emisión de flujo luminoso de fuentes artificiales nocturnas en intensidades, direcciones, rangos espectrales u horarios innecesarios para la realización de las actividades previstas en la zona en la que se instalan las luces". El problema es que la planificación ha sido pésima, las luces se prenden antes de lo debido, apuntando en la dirección equivocada y utilizando las lámparas incorrectas. ¿Y adivinen qué? La contaminación lumnínica es prácticamente una constante a lo largo de las ciudades de todo el mundo y su principal consecuencia es el aumento del brillo del cielo nocturno: por eso es que hoy en día no se ven tantas estrellas. En fin, que es un problema.
Y si las luces pueden tener una finalidad estética, aún más lo tienen los árboles. Además de purificar el aire, otorgan de una calidez al paisaje urbano que puede hacer que dos ciudades sean completamente distintas. Ahora bien, científicos de Taiwán descubrieron por accidente (mientras buscaban un modo de crear un método de iluminación similar a la tecnología LED pero que no contamine) que poniendo nanopartículas de oro dentro de las hojas de los árboles se logra que los árboles generen un brillo que podría alumbrar por sí mismo una calle. El color está más cerca del rojo que del dorado y el resultado que es simplemente increíble. Evidentemente, se estarían matando dos pájaros de un tiro: se plantarían más árboles en las ciudades y a la vez se dejaría de emitir CO2, en tanto se disminuiría radicalmente la contaminación lumínica. El profesor Shih-Hui Chang explica el problema de manera sencilla:
La tecnología LED está reemplazando a las fuentes de iluminación tradicionales en muchas ciudades. Y muchas de las fuentes LED (en especial las de luz blanca) utilizan polvo de fósforo para estimular la luz y este polvo es altamente tóxico, además de caro.
Al implantar las nanopartículas en las hojas de los árboles, lograron que la clorofila genere esa tonalidad rojiza que puede ser utilizada como iluminación nocturna. Otro de los científicos que participaron del descubrimiento, Yen-Hsun Su, explicó en una entrevista que "en el futuro, la iluminación bio-LED puede ser utilizada para iluminar los caminos y las calles, ahorrando energía y absorviendo dióxido de carbono, ya que la luminiscencia bio-LED hará que los cloroplastos realicen más fotosíntesis". Sin dudas un avance importantísimo que, a la vez, hará más bellas las ciudades.