Segunda entrega es este especial sobre ciencia, tecnología y feminismo. Si en la primera vimos un poco sobre la construcción del género a través de la práctica científica, es momento de movernos hacia otros terrenos. Hagámonos otra pregunta: ¿interviene el género en la forma en que los seres humanos percibimos al mundo? Con este punto de partida surge la idea del feminismo diferencial, una corriente filosofica que sugiere que el hombre y la mujer son versiones ontológicamente distintas del ser humano.

El argumento central de esta postura en los estudios sobre ciencia y tecnología (S&TS) se basa en que cada género tiene estilos singulares de pensamiento cientifico. A lo masculino se le relaciona con un conocimiento caracterizado por el reduccionismo, la distancia objetiva, y la búsqueda del control técnico. En contraparte, a lo femenino se le asocia con la atención a las relaciones, la intimidad entre observador y observado, y la búsqueda del entendimiento.

No hay que caer en el error de identificar lo masculino y lo femenino con el conocimiento del hombre y la mujer respectivamente, sino identificar una relación entre género y ciencia. ¿Cómo? Por ejemplo, la relación entre científico y naturaleza puede ser entendida como masculina/femenina, en el estereotipo de que la ciencia domina a lo natural. En este sentido, se pueden observar metáforas de dominación, control, violación y matrimonio entre ciencia (masculino) y naturaleza (femenino). Frases como «el dominio sobre los elementos», «la violación de las leyes físicas», entre otras construcciones, son parte común del lenguaje científico.

En el caso de la tecnología, esta dicotomía es particulamente obvia. De acuerdo con los estudios de Sherry Turkle (1994), los acercamientos de los hombres y mujeres a los ordenadores pueden ser retratados burdamente como dominio "duro" o "suave". Muchos ingenieros utilizan este mismo esquema de pensamiento, entendiendo al valor técnico (masculino) como el núcleo de la práctica, por lo consiguiente, minimizando los aspectos sociales (femenino) de su profesión. En otra investigacion, Knut Sorensen (1992) halló que las mujeres tienden a resistir más la erotización de las tecnologías con las que están trabajando.

Sin embargo, el feminismo diferencial es muy criticado por presentar una dicotomía tan tajante. Wendy Faulkner (2000) señala que esta perspectiva sobresimplifica las relaciones. En la práctica, ambos lados de la moneda son necesarios, y "coexisten en tensión". Además, esta dualidad a menudo es asociada a un género de formas contradictorias. Faulkner ejemplifica cómo la idea de abstracto/concreto puede ser designada con cualquiera de los dos géneros.

Por una parte, la ideología de la ingeniería enfatiza las habilidades manuales concretas, por lo que éstas pueden ser evaluadas como masculinas. Sin embargo, esta disciplina también valora el desapego emocional de las matemáticas, así que el pensamiento abstracto puede ser asociado a lo masculino también. Es decir, lo que está relacionado a un género no es necesariamente un método, sino su lenguaje.

A propósito de estas críticas, surge una postura antiesencialista del feminismo. El punto de quiebre surge a inicios de los 1980, cuando las mujeres de color marcan sus frustraciones hacia el feminismo de las blancas. ¿Cómo se puede hablar de lo femenino como unidad? Un manifiesto cyborg, el famoso ensayo de Donna Haraway (1980), ilustra perfectamente esta situación. Para la autora, las experiencias y los reclamos de las mujeres de color dejan claro que el concepto "mujer" no es una categoría política natural. Sus identidades están "fracturadas", estructuradas por una multiplicidad de causas. Como señala Haraway, ella prefiere ser un cyborg que una diosa.

El cyborg -- en ciencia social -- es una invención de Haraway, adoptada de la ciencia ficción para cuestionar las categorías políticas tradicionales. En una sociedad de la información, las personas deben ser entendidas como una combinación de humano/máquina, una visión "posthumana" en el rechazo de la idea de que sólo el individuo representa el lugar de la acción y el pensamiento. De este modo, Haraway cimbra los cimientos de las S&TS con una perspectiva posmodernista, en la que los bordes y las fronteras se difuminan. Los límites tradicionales de la ciencia y la tecnología (organismo/máquina, humano/animal, físico/intangible) deben ser reevaluadas. Esta reformulación afecta, por supuesto, a la dualidad hombre/mujer -- y por sí misma, a la idea de lo femenino como categoría.

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