Cualquiera podría pensar que **la capacidad del software libre para fomentar el desarrollo tecnológico y humano con el trabajo compartido, las revisiones y los ajustes en los que colaboran muchas personas de todo el mundo y, faltaría más, la posibilidad de acceder a ello fácilmente sería algo que encantaría a todos. Pero esta vida es una sorpresa detrás de otra, y resulta que el software libre también tiene sus detractores con cosas que decir. Veamos cuáles son.
- “El software libre es una chapuza porque lo toquetean demasiadas manos. Nada como los sistemas operativos y programas de las compañías serias”. Nadie pone en duda que los desarrolladores de las empresas que proporcionan software privativo puedan ser profesionales como la copa de un pino, pero no tienen por qué serlo más que aquellos programadores que han decidido centrar su actividad en el software libre con la misma formación y experiencia. Además, por el propio medio de desarrollo de software privativo, las mejoras y avances son menores y mucho más lentos: no es lo mismo facilitar el acceso ilimitado al software, que la dinámica de desarrollo se acelere de forma exponencial y nunca pare, como ocurre con el software libre, que permitir que lo manipule un número reducido de empleados, ocultándolo celosamente a la competencia, que se testee de forma generalizada cuando salga al mercado y que, pasado un tiempo, sólo esos mismos empleados decidan qué modificaciones llevar a cabo y cuáles no en la versión siguiente. Tropecientas cabezas desarrollan más y mejor que unas cuantas.
- “El software libre es gratis y no genera movimiento económico”. No tiene por qué ser así: no hay ningún problema en que uno desarrolle sistemas, programas o aplicaciones de software libre y decida venderlos. Puede cobrar perfectamente por la distribución, los manuales de uso y el soporte. Lo único que ocurre es que todo el código desarrollado ha de ser público, al contrario que en el software privativo, del que solamente se publican archivos ejecutables.
- “El software libre no es apto para sistemas críticos porque no es seguro”. De nuevo, el sinsentido de creer que esta tecnología es peor que la privativa por prejuicios absurdos: que el código del software esté disponible para cualquiera que desee analizarlo y modificarlo no implica que los sistemas y programas que se desarrollen sean menos seguros, y se puede comprobar fácilmente. Lo que en verdad no es posible es verificar que cualquier software privativo sea seguro antes de ser comercializado, pues su propia esencia impide tal verificación.
- “El software libre es la muerte para las pequeñas empresas desarrolladoras”. De ninguna manera: el 90% del software libre que se desarrolla en el mundo es hecho por encargo**, es decir, por personas y empresas que viven de ello. Y esta tecnología no la podrían usar las grandes compañías si se pasaran a ella para eliminar a la pequeña competencia: no es lo mismo software libre que gratuito, y es lo gratuito lo que quizá podría barrer a los competidores.
- “Patentar códigos fuente modificados es posible por culpa del software libre”. La existencia de esta tecnología no tiene relación alguna con las características de las leyes que regulen las patentes de software y su laxitud o dureza y la posibilidad de vacíos o paraguas legales en determinada jurisdicción para prácticas nocivas.
- “El software libre es malo para el desarrollo del mercado tecnológico”. Si hemos dicho que tropecientas cabezas desarrollan más y mejor que unas cuantas y que los programadores pueden vivir de ello, es obvio que **el mercado se fortalecería con la comercialización extensiva de software libre.
- “Las regulaciones legales en favor del uso de software libre en la Administración pública y los centros de enseñanza son injustas. La implantación de este software o el privativo debería decidirse en base a la libre competencia”. En primer lugar, la libre competencia funciona en las transacciones del sector privado, no en el ejercicio de las instituciones estatales, y dado que la Administración, si acaso, es el cliente que contrata los servicios tecnológicos, ya en libre competencia tiene todo el derecho a escoger en favor del software no privativo. Además, los intereses principales de la Administración pública son la eficiencia y la moderación en el uso presupuestario, por lo que le favorece más el software libre con el ahorro en licencias y demás.
Llama la atención que muchas personas que se autodenominan liberales en economía detesten las posibilidades del software libre, ya no sólo por el propio concepto y la etimología, sino también porque apoyan los intentos de controlar el mercado tecnológico en beneficio del software privativo**, incluso con falacias contra el software libre. Pero el auge de este último parece imparable, así que quizá sea mejor que se vayan acostumbrando.