Estuve probando por un rato el Samsung Gear S. Para quien no lo conozca, básicamente es un smartwatch con una pantalla algo más grande de lo habitual y ranura para una tarjeta SIM. Esto último es la principal diferencia respecto al resto de smartwatches. Ya no es dependiente de un smartphone, ya se ha cumplido el viejo sueño del teléfono en nuestra muñeca.
Empecemos por ahí. Desde hace lustros, tener un teléfono en nuestra muñeca es el sueño futurista. O más simple: es el futuro. Se ve como tal. El cine en buena medida ha contribuido a esta visión.
Nadie desconoce el mítico gesto de Hasselhoff en El Coche Fantástico.
O las interfaces futuristas eternas de Minority Report.
O hasta El Inspector Gadget.
O el reloj de los niños en Spy Kids (ugh, qué horror de película).
Si me preguntasen qué fabricante se iba a encargar el primero de llevar un producto así al mercado, tendría clara la respuesta: Samsung, en lo bueno y en lo malo. Y así ha sido. Tras los Pebble, Galaxy Gear, Sony Smartwatch y compañía, Samsung ha ido un pasito más allá para poner la primera piedra en el camino del smartwatch independiente del smartphone.
El prototipo
Ser “el primero” en algo tiene un peligro: los siguientes llegarán a tu terreno habiendo aprendido de tus errores. En este caso, que el Gear S sea el primero supone además que aunque llegue al mercado como producto final, sigue siendo un prototipo por su concepto, más que por su funcionamiento. Me explico.
El Gear S es muy grueso, muy visible, algo aparatoso, y sin embargo sigue estando lejos de ser cómodo de usar, sobre todo si queremos usarlo como sustituto completo del smartphone. Aunque sea por unas horas. Además, su batería dura desde entre 7-8 horas hasta dos días dependiendo de cómo lo usemos.
Dentro de unas cuantas generaciones, este producto, de Samsung o de cualquier otra marca, será más completo, tendrá una mejor pantalla, la interfaz estará bien resuelta, será más fino, y tendrá mejor autonomía. De momento, se va a quedar como producto muy de nicho, casi exclusivo de early-adopters.
Esto no es nuevo. Ocurrirá igual que con los primeros ordenadores, las primeras consolas portátiles, los primeros teléfonos móviles, etc.
Los auriculares
El accesorio natural del Gear S es algo que nos permita evitar tocar la pantalla en la medida de lo posible. Exacto, nuestra voz. Manejar un smartwatch mediante la voz tiene mucho más sentido que manejar con ella un smartphone.
En este caso, el del Gear S es Gear Circle (y de hecho lo regalan con él en la reserva), unos auriculares Bluetooth en forma de collar. El cierre inferior, magnético, puede abrirse para usar los auriculares mientras el conjunto del dispositivo sigue colgado en nuestro cuello.
Es el ejemplo perfecto de tecnología visible. Siempre está ahí, se nota, se ve, y además no es muy estética. No es discreta. Eso define a estos auriculares. El mejor complemento de un reloj muy visible es un collar que hace de auriculares más visible aún.
Her
Hasta ahora, todo lo visto en el Gear S entronca perfectamente con el tipo de interfaces de Minority Report. Sin embargo, hace tiempo que estoy convencido de que la tecnología debe ir por otro lado. Debe tender a ser invisible, a integrarse en nosotros y nuestro entorno sin percibirse apenas.
¿Ejemplos de tecnología invisible? El Moto 360, que por ser redondo y lo suficientemente discreto parece un reloj normal. La Nike FuelBand, que parece una pulsera estándar.
Cuando vi Her, el pequeño dispositivo en la oreja de Joaquin Phoenix me pareció el mejor ejemplo de tecnología invisible que vi en mucho tiempo. No sólo por su forma, sino también por la función. Permite hablar con nuestro teléfono aunque esté en el bolsillo y escuchamos las respuestas únicamente nosotros. Escuchamos las notificaciones y todo lo que ocurre en el terminal. Ese es exactamente el futuro al que creo que deberíamos apuntar. Y es totalmente invisible.
El futuro
Asumo que el futuro pasa por tener un reloj cada vez más vitaminado, que vaya mucho más allá de ser un espejo de notificaciones y un control remoto. El Gear S es el camino en cuanto a función, pero sigue lejos de lo que debería ser un resultado final. Culpa en parte de ser el primero que apunta ahí, culpa en parte de que la innovación en Samsung está entendida lejos de conceptos como el de la tecnología invisible.
Algún día, no sé si en 2016, en 2017 o en 2025, podremos tener un reloj tan discreto y bonito como el Moto 360 con muchas más funciones y autonomía, manteniendo el diseño y las dimensiones. De momento, para tener todas esas funciones hace falta llegar al tamaño y la forma del Gear S.
Por otro lado, si la interacción natural con un dispositivo en nuestra muñeca se realiza mediante la voz, hace falta algo que haga de puente entre nosotros y el dispositivo de forma invisible. Exacto: algo como lo de Her. Algo como el Moto Hint.
Samsung ha logrado fabricar grandes productos. El Note 4 está sin duda en el Top 3 de 2014, y para muchos es el mejor. Ha sabido cómo sacarle partido a las grandes pantallas en smartphones y justificar sus tamaños. Hace tres años todo el mundo se reía del Note y hoy nadie se ríe, de hecho todos han seguido ese camino. Incluso Apple o BlackBerry. La Gear Fit fue y es otro gran producto por su concepto y desempeño.
Pero con el Gear S, queda bastante recorrido. Como producto, y como concepto. Su interfaz es compleja y la navegación basada en gestos no está exenta de fallos, hay funciones que permite hacer a medias (deja editar las citas del calendario pero no añadir nuevas, por ejemplo), y la sincronización entre aplicaciones funciona sólo con las propias de Samsung: al no haber Gmail para el Gear S, deberemos usar el 'Correo.app' de TouchWiz si queremos tener todo sincronizado entre ambos.
La combinación de Gear S con un auricular inalámbrico desde el que controlar la mayoría de la información es el futuro que vendrá como habitual dentro de unos cuantos años, pero vamos a necesitar ver las ideas de más fabricantes hasta llegar a algo en común que lo que Samsung por sí sola pueda ofrecer. De momento, sigue mucho más cerca de Minority Report que de Her.