James Harrison tenía 14 años cuando tuvo que someterse a una operación en la que perdió mucha sangre. Necesitó varias transfusiones para mantenerse con vida. Por eso, durante su recuperación decidió que quería devolver a la sanidad un poco de lo que esta le había dado. Pensó que cuando fuese mayor se haría donante. Pero lo que no imaginaba es que acabaría convirtiéndose en la persona con mayor número de donaciones de sangre de la historia. Este mes de febrero ha fallecido a los 88 años, pero millones de personas en todo el mundo siguen vivas gracias al que muchos ya conocen como “el brazo de oro”.
Si decidió donar tanta sangre fue porque se descubrió que produce grandes cantidades de un anticuerpo muy necesario. Este se utiliza para tratar a las mujeres embarazadas con riesgo de que sus hijos experimenten la enfermedad hemolítica del recién nacido. Es una afección que se produce por incompatibilidad entre el grupo sanguíneo materno y el fetal. No suele causar problemas en el primer embarazo, pero en el segundo, si se reúnen ciertas fatídicas condiciones, puede ser incluso mortal.
Hasta los años 60, esta enfermedad causaba una gran mortalidad infantil. Además, estaba detrás de muchas discapacidades. Sin embargo, en dicha década se descubrió un anticuerpo que, administrado a las embarazadas, podría evitar la afección. Para alegría de todos, pocos años después de que James Harrison comenzase con sus donaciones, se comprobó que su sangre contiene concentraciones altísimas de dicho anticuerpo. No sería necesario recurrir a donaciones de sangre masivas. Con el plasma sanguíneo de este bondadoso australiano hubo suficiente para salvar muchísimas vidas.
¿A qué se debe la enfermedad hemolítica del recién nacido?
Existe un número mucho mayor de lo que tendemos a creer de grupos sanguíneos. Pero todos estamos de acuerdo en que los más comunes son 4: 0, A, B y AB. Cada uno de ellos, además, puede ser + o -, dependiendo de si esa persona contiene en sus células la proteína Rh. Por ejemplo, alguien con grupo A, pero sin Rh, será A-. Alguien con 0 y Rh será 0+.
La proteína Rh es muy antigénica. Es decir, el sistema inmunitario puede reconocerla como una amenaza si no está familiarizado con ella. Las personas Rh+ no tienen ese problema, pues sus sistema inmunitario ha convivido siempre con la proteína. En cambio, las personas Rh- sí pueden experimentar una gran respuesta defensiva de su organismo.
Justamente eso es lo que ocurre cuando una mujer con Rh- está embarazada de un feto Rh+. En principio la proteína del feto no entra en contacto con el sistema inmunitario materno. Sin embargo, si la placenta se rompe, por un golpe, un aborto o una prueba prenatal invasiva, las células del bebé y de la madre se pueden mezclar en grandes cantidades, de modo que el sistema inmunitario se topa de lleno con la proteína Rh. Cuando eso ocurre, se produce una primera oleada de anticuerpos para combatir lo que el cuerpo de la madre interpreta como una amenaza. Esta no es una respuesta excesiva. Sin embargo, se generan anticuerpos de memoria, como con una vacuna. En ese caso, al producirse un segundo encuentro con el Rh puede haber una respuesta defensiva desmesurada.

Por ese motivo, si hay un segundo embarazo y el bebé también es Rh+, el sistema inmunitario, ya preparado, puede atacar con todo su arsenal, causando serios problemas al feto. Pueden darse daños en el hígado, el bazo o el cerebro, entre otros órganos. Estos pueden ser transitorios, afectar al bebé durante toda su vida o, en el peor de los casos, causarle la muerte.
Lo que se descubrió en los años 60 fue un anticuerpo que ayuda a atacar a la proteína Rh en ese primer encuentro, pero de una forma mucho más controlada, de manera que no es necesario que el sistema inmunitario entre en juego.
Este anticuerpo comenzó a usarse como parte de un fármaco preventivo para embarazadas en riesgo. James Harrison había empezado a hacer sus donaciones de sangre en 1954. Inicialmente era algo mucho más puntual, pero al ver su poco habitual concentración de esta proteína se le hizo una propuesta que no pudo rechazar. La mejor forma de devolver lo que hicieron por él a los 14 años.
James Harrison, una fábrica de fármacos humana
Los doctores que descubrieron la curiosa cualidad de James Harrison le propusieron donar sangre más a menudo. Podría haberlo rechazado, pues nadie le obligó. Además, sufría miedo a las agujas. Ya se había enfrentado suficiente a sus miedos con unas pocas donaciones de sangre. Pero él no dudó en ayudar.
Comenzó a donar plasma cada 15 días hasta los 81 años de edad. En total fueron 1.173 donaciones de sangre de las que se obtuvieron suficientes anticuerpos para salvar la vida de 2,4 millones de bebés.
Su mujer también era una donante de sangre habitual. Murió antes que él; pero, a pesar de la pena que le supuso, no faltó a su cita con la aguja hasta que se consideró que era demasiado mayor para seguir.
Hoy lamentamos su muerte, que ha tenido lugar de forma pacífica, mientras dormía en su casa de Nueva Gales del Sur. Él mismo se mostró siempre muy orgulloso de lo que hizo y deseó que alguien batiera su récord. De momento nadie lo ha hecho, pero quizás pronto aparezca esa persona. Hasta entonces, no podemos más que recordarle y celebrar todo lo que se logró gracias a su bondad.
Otros récords de donaciones de sangre además de James Harrison
James Harrison tenía el récord de donaciones de sangre a nivel mundial. En España tenemos nuestro propio brazo de oro. Es cierto que está lejos de llegar a las cifras del australiano, pero también ha donado una cantidad enorme de veces.

Se trata del burgalés Francisco del Amo Zarco, de 68 años. En 2024 se convirtió en el europeo que más veces ha donado sangre, al superar las 500 donaciones. Solo lo superaban James Harrison y un hombre de Texas, que no lo supera, pero sí lo iguala. Aunque hay una gran diferencia entre el donante de Texas y Harrison y del Amo. Y es que, mientras que las donaciones de sangre están remuneradas en Estados Unidos, en España y Australia son totalmente altruistas. Eso hace aún más importante la hazaña de personas como ellos. Porque el único pago del español y el australiano ha sido siempre la satisfacción de saber que con un solo pinchazo pueden salvar muchísimas vidas. Desde luego, sus historias son tan inspiradoras que seguro que animan a muchas personas a convertirse en donantes.
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