Los pacientes del doctor García, la novela de Almudena Grandes llevada a la televisión por RTVE, llegó hace tiempo también a Netflix. Los últimos rezagados que aún no hubiesen visto la serie pueden disfrutar ahora de la historia del doctor Guillermo García Medina, un personaje ficticio que en realidad cuenta la historia de un médico real: el canadiense Norman Bethune. Su papel fue clave durante la Guerra Civil Española, pues desarrolló el primer servicio móvil de transfusiones de sangre que llegaban hasta el frente de batalla. El suyo fue un trabajo pionero en tiempos de guerra, aunque lo cierto es que la historia de las transfusiones de sangre es mucho más antigua.
Fueron siglos de tropiezos y algún que otro acierto los que llevaron hasta las transfusiones de sangre que tantas vidas salvan hoy en día. En la actualidad se trata de un proceso muy bien optimizado, que es posible también gracias a la bondad de los donantes, que acuden a entregar su sangre cada vez que se les pide. Pero en el pasado hubo muchos errores y muertes hasta dar con el proceso adecuado.
Para empezar, fueron vitales los descubrimientos sobre la circulación sanguínea realizados por Miguel Servet y William Harvey. Antes de que ellos descubrieran este proceso, se intentaron hacer transfusiones, pero con desastrosos resultados. Una vez hecho este hallazgo, también resultó clave el descubrimiento de los grupos sanguíneos, por parte de Karl Landsteiner. Poco a poco, se fueron colocando nuevas piezas. ¿Pero cómo era el rompecabezas de las transfusiones de sangre antes de que estas se pusieran en su lugar?
Un primer intento desastroso
A mediados del siglo XVI, Miguel Servet describió por primera vez la circulación pulmonar, explicando cómo la sangre se oxigena y desoxigena a medida que se distribuye por el cuerpo. Más tarde, ya en el siglo XVII, William Harvey describió el proceso de la circulación sanguínea con más detalle. Esto fue clave para las transfusiones, porque ya se sabía por dónde circula la sangre. Aun así, antes hubo algunos intentos.
El primero tuvo lugar en 1492, cuando el papa Inocencio VIII cayó en coma. Su médico, Giacomo di San Genesio, quiso probar con una transfusión de individuos sanos. Por lo que sacó sangre a tres niños de 10 años, bajo la promesa de algo de dinero. Dado que ni Servet ni Harvey habían hecho aún sus hallazgos, el doctor introdujo la sangre a través de la boca del pontífice, sin lograr ningún resultado. De hecho, tanto el Papa como los tres niños fallecieron.
Todo esto lo contó el historiador Stefano Infessura, aunque hay expertos que creen que se trata de una invención para desprestigiar a la Iglesia. Lo que está claro es que Inocencio VIII murió ese año, tras un coma, y que su médico no pudo hacer nada por él, intentase lo que intentase.
Transfusiones de sangre exitosas por pura casualidad
En el siglo XVI, poco después de la muerte de Inocencio VIII, los conquistadores españoles que llegaron a América vieron cómo los incas y otras culturas indígenas realizaban transfusiones de sangre a sus enfermos, con un alto porcentaje de éxito.
Los españoles quedaron sorprendidos; pues, si bien en Europa ya se conocía la circulación sanguínea y se sabía dónde debía colocarse la sangre, los intentos realizados eran un fracaso y nadie sabía por qué.
Fue necesario esperar a principios del siglo XX para saberlo. Y es que, en 1901, el patólogo austríaco Karl Landsteiner describió por primera vez el sistema AB0 de los grupos sanguíneos y más tarde, en 1940, el Rh. Explicó la importancia de que las transfusiones se realizasen entre grupos compatibles , siendo el 0- el donante universal y AB- el receptor universal.
Si bien el donante universal es el 0-, el 0+ también puede donar a cualquier grupo sanguíneo positivo. En definitiva, las personas con grupo 0 son grandes donantes. Hoy en día sabemos que entre los indígenas incas había un alto porcentaje de personas con grupo 0. Por eso, el alto índice de transfusiones de sangre exitosas se debía a una ventajosa casualidad, mientras que en Europa, con mucha más variedad de grupos sanguíneos, era más difícil que hubiese compatibilidad si esta no se estudiaba previamente.
Mejor entre humanos
En el siglo XVII, ya con un conocimiento mucho más profundo de la circulación de la sangre y los casos en los que eran necesarias las transfusiones, se empezaron a realizar con enfermedades como la sífilis. Se sabe que uno de los síntomas de esta infección de transmisión sexual es la anemia, que se trata con transfusiones de sangre.
Y comenzó a hacerse, pero no precisamente bien. En 1667, el médico francés Jean-Baptiste Denys describió el caso de un enfermo de sífilis que murió después de haber recibido tres transfusiones de sangre… ¡de cordero!
Inicialmente parecía que todo iba bien, pero después el paciente empeoró con síntomas como calentura, dolor en los riñones y el estómago u oscurecimiento de la sangre. Claramente estaba sufriendo una reacción inflamatoria muy grave y sus riñones no daban abasto para limpiar esa sangre que el cuerpo estaba rechazando. Así, se descubrió que la sangre debía ser compatible. En primer lugar debía ser de una misma especie, pero incluso dentro de los propios seres humanos había unas compatibilidades que se terminaron de explicar con el hallazgo de Landsteiner. Esto hizo las transfusiones de sangre mucho más eficaces, empezando así a salvar muchísimas vidas.
La historia real de las transfusiones de sangre en la Guerra Civil española
Guillermo García Medina no existió. Pero sí existieron el español Fréderic Durán-Jordá y el canadiense Norman Bethune. El primero organizó en Barcelona un banco de sangre que permitía donaciones a distancia durante la Guerra Civil. No obstante, el segundo fue más allá, llevando la sangre directamente al campo de batalla, como vemos hacer al doctor García.
También se puede congelar
Para tener las transfusiones de sangre que conocemos hoy en día solo quedaba congelarla. Esto es algo que se descubrió a finales de la década de 1930. Entonces, el médico estadounidense Charles Drew descubrió que la sangre se podía separar en el plasma, que es la fracción líquida de la misma, y las células que contiene. El plasma se podía congelar, de modo que podría conservarse durante más tiempo y no serían necesarias las donaciones constantes.
Con el paso de los años se ha observado también cuál es la temperatura óptima de conservación de cada tipo celular, así como el tiempo que pueden conservarse sin sufrir daños. Esto ha facilitado que se puedan realizar donaciones de sangre específicas para la dolencia de cada paciente y sin necesidad de tener siempre donantes preparados. Gracias a ello se han salvado muchísimas vidas. Han hecho falta siglos para perfeccionar la técnica, pero quienes comenzaron a indagar en ella sabían lo mucho que nos podía ofrecer. Seguro que todos estarían muy orgullosos del lugar al que hemos llegado hoy en día.