Hace años que sabemos que muchas de las antiguas esculturas griegas y romanas que conocemos no eran blancas, sino de colores vivos. La detección de restos de pigmentos en la piedra y el análisis de los mismos ha llevado a comprender que se pintaban mediante una técnica conocida como policromía. Eso, sin duda, haría que la experiencia de observar dichas estatuas fuese mucho más inmersiva. Pero lo que no sabíamos hasta ahora es que era tan sumamente inmersiva que no solo tenían colores. También se dotaban con olores.
Un estudio recién publicado por la arqueóloga Cecilie Brons, del museo Glyptotek de Copenhague, demuestra que muchas de esas esculturas de la antigua Grecia y Roma se impregnaban con aceites esenciales. Posiblemente las estatuas desprendían un agradable perfume que impregnaba los templos y estancias en los que se encontraban. ¿Pero cómo ha llegado Brons a esta conclusión?
Lo cierto es que no lo ha hecho mediante un análisis químico de las estatuas. En realidad, se ha basado en el estudio de multitud de escritos de historiadores e inscripciones ubicadas en templos griegos y romanos. De este modo, ha llegado a la conclusión de que muchas esculturas estaban perfumadas. Es algo que también se sostiene si se tienen en cuenta algunos hallazgos arqueológicos, pues se han encontrado numerosos talleres de perfumería en yacimientos cercanos a los templos. A pesar de su certeza de que las esculturas griegas y romanas estaban perfumadas, esta arqueóloga considera que se debería unir un análisis químico al realizado por ella. Así, si todo se confirma, el siguiente paso sería decidir si, a la hora de restaurarlas, el aroma debería también tenerse en cuenta.
Colores y aromas de las esculturas griegas y romanas
Hace años que se sabe que muchas de las esculturas griegas y romanas no eran blancas, sino de colores.
Con el paso del tiempo, debido a las condiciones de enterramiento, las inclemencias meteorológicas o el simple deterioro normal de los pigmentos, la mayoría de ellos desaparecen. No obstante, ha habido algunas estatuas en las que se han detectado restos pequeños de pigmentos. Estos se han analizado a través de técnicas avanzadas de la química y la física, como la microscopía electrónica de escaneo (SEM) con rayos X, la espectroscopia infrarroja de transformada de Fourier, la espectroscopia láser Raman y la espectrometría de masas con plasma acoplado inductivo. Todo ello ha permitido detectar los pigmentos que más se empleaban en aquella época.
Destacan el cinabrio, de color rojo, el ocre, con un tono anaranjado o marrón rojizo, el orpiment y el realgar, ambos amarillos, el azul egipcio, el negro hueso, el blanco plomo y la malaquita, con un característico color verde.

Gracias al análisis sobre la composición y la ubicación de los pigmentos se han podido hacer recreaciones de cómo eran en realidad las esculturas. Muchas de esas recreaciones se reunieron en 2022 y 2023 en Chroma, una exposición del Museo Metropolitano de Nueva York.
Ahora sabemos que las esculturas tenían color, pero posiblemente también aroma. En su artículo, Brons cita, por ejemplo, el caso de varios escritos del romano Cicerón, en los que habla del uso de aceites esenciales en las esculturas. También se conoce el caso de una estatua de la diosa Artemisa ubicada en la ciudad siciliana de Segesta. Hay escritos sobre ella en los que se menciona su impregnación con aceites esenciales. Además, siguiendo con esculturas griegas, en los templos de la isla de Delos hay numerosas inscripciones en las que se habla de que las esculturas se frotaban con aceites de rosas.
¿Por qué se hacía todo esto?
Muchas de estas esculturas griegas y romanas representaban a los antiguos dioses. Una deidad no debía verse como algo frío y sin vida. Tiene más sentido que las dotasen de color en sus opulentas ropas, cuando las había, y que desprendiesen aromas propios de los dioses.
Lógicamente, por muy potentes que fuesen los aceites esenciales, estos debían reponerse, de modo que posiblemente todo formase parte de rituales religiosos periódicos. Y todo quedaba en casa. La cercanía de los talleres de perfumería indica que se recurría a perfumistas locales para aromatizar las estatuas.
¿Cómo deberían restaurarse las esculturas griegas y romanas?
En su artículo, Brons se pregunta si sería posible detectar los restos de aceites esenciales a través de las técnicas de la química moderna. Esto sí que es posible. En España, de hecho, tenemos algunos ejemplos.

Uno de ellos forma parte de un hallazgo iniciado en 2019. Un equipo de arqueólogos encontró un ungüentario en una urna funeraria en la actual Carmona, en Sevilla. Se trataba de un frasco de cuarzo en el que había restos solidificados de lo que debió ser un perfume. Los restos tenían unos 2.000 años de antigüedad.
Estos restos fueron analizado más tarde por un equipo de científicos de la Universidad de Córdoba. El recipiente se había cerrado con un tapón de dolomita y se había sellado con betún. Posiblemente ese era el motivo por el que su contenido se había conservado suficientemente bien como para poder analizarlo mediante técnicas como la difracción de rayos X, la cromatografía de gases acoplada y la espectrometría de masas. Se vio que el perfume constaba de dos ingredientes, una base de aceite vegetal, posiblemente de oliva, y la esencia, compuesta principalmente de pachulí.
Si una estatua se hubiese conservado en las condiciones adecuadas, quizás aún podría encontrarse algún resto de perfume que se pueda analizar. No es sencillo, ya que las estatuas no estaban cerradas y selladas. Sin embargo, dada la revisión de los escritos de la época realizada por Brons, vale la pena estudiarlo. Si se descubren cuáles eran los aceites esenciales concretos que se usaron, las restauraciones y reproducciones de las obras podrían ser más exactas que nunca.