La serie de El juego del calamar, estrenada en 2021 y con todavía los efectos de la pandemia, desafió toda previsión de Netflix. Durante la última década, la compañía había intentado encontrar la fórmula que hace exitoso un título. Probaron con grandes presupuestos, mucha promoción, eventos temáticos y por último, renovando su contenido de manera casi semanal. Y sin embargo, el proyecto coreano, sin apenas publicidad y casi de inmediato, se volvió un éxito mayúsculo — es la producción más vista de la historia de la plataforma — y también, controvertido. Después de todo, se trataba de una competencia en la que cientos de participantes debían matar o morir para lograr un suculento premio en metálico. El comentario social era obvio. Y fue uno de los puntos que más sorprendió desde el comienzo.
La segunda temporada de El juego del calamar tiene muy en cuenta ese éxito y el motivo por el cual sucedió. Por lo que regresa a la arena de competencia sin variar apenas la fórmula. De nuevo, la hostilidad, el rencor de clases y la avaricia son el centro de la premisa. Pero, en esta ocasión, también hay un contrapeso para eso. Un grupo de jugadores que, aun en medio de los mortales juegos, están allí para evitar que continúen y detenerlos a toda costa. Una especie de cruzada idealista que hace de cada reto una demostración de valores, ética y cómo todo lo anterior, puede encontrar un denso simbolismo entre balazos, caídas fatales y sangre derramada.

El Juego del Calamar T.2
La segunda temporada de ‘El juego del calamar’, hace esfuerzos en parecer más sádica y ambiciosa de su icónica primera entrega. La mayoría de las veces lo logra, haciendo de su premisa mucho más densa en su comentario político y apuesta a escenas sangrientas. Pero el guion falla al intentar explicar algunas de sus situaciones, así como al desarrollar a sus nuevos personajes. El punto más bajo de la temporada.
Es evidente que el creador y guionista Hwang Dong-hyuk tiene las mismas preocupaciones que le llevaron a concebir la serie en primer lugar. En otras palabras, la cruel lucha de un sistema que favorece a los privilegiados y aplasta a cualquier ciudadano del mundo. Solo que en esta ocasión, sin el factor sorpresa, el argumento se traslada hacia zonas más grises. De forma que hay mucho de utilizar cada juego — y hay docenas de variaciones distintas de lo visto en la primera temporada — para enviar un mensaje. Si en los episodios iniciales toda la trama tenía un sentido de urgencia — había que ganar para evitar morir —, ahora hay un ligero segundo sentido. Hay que mantenerse con vida, sí. Pero también demostrar la injusticia y la desigualdad que propician los juegos en primer lugar.
Del punto de origen en adelante

Tal y como anunciaba el final de temporada de la primera entrega, Seong Gi-hun, (Lee Jung-jae) decidió regresar por cuenta propia a la arena. Sin embargo, esta vez no se trata de codicia o avaricia. La serie utiliza su primer capítulo para profundizar en la transición de tiempo — y de punto de vista — de su protagonista. Por lo que explora en un punto que quedó claro en la anterior entrega pero vale la pena recordar. Gi-hun ganó 45.6 mil millones de wones (31,5 millones de dólares) en una competencia atroz que le demostró que ser pobre era el menor de sus problemas.
En especial, cuando le obligó a volverse un asesino — por acción u omisión — y después, encontrarse con que sus preocupaciones fundamentales habían cambiado. Durante los primeros dos episodios de la nueva temporada, El juego del calamar es cruel al recordar que su jugador estrella perdió más que lo que ganó. Aún peor, que se considera culpable y, en esencia, tan detestable como los organizadores de los juegos. De modo que la decisión de volver no es tanto una venganza como una forma de hacer justicia.
Puede parecer un matiz sutil, pero no lo es tanto, cuando la serie logra establecer una nueva configuración entre sus jugadores. Si antes matar era un precio menor para un premio cuantioso, ahora hay una línea concreta que separa en dos la competición. Aunque todos desean triunfar , y por supuesto evitar ser asesinado s, hay dos grupos concretos. A un extremo, los X, que intentarán a cómo dé lugar que el juego se detenga, entre los que está Gi-hun. Al otro extremo, los O, que solo desean obtener el dinero y, por supuesto, que el juego continúe, no importa cuál razonamiento.

Brindarle una capa de complejidad a la historia evita que la segunda temporada de El juego del calamar parezca que es lo mismo que la temporada anterior. Lo cual es un riesgo que correr cuando no cambia en lo esencial. No obstante, en esta ocasión, la arena es mucho más sádica porque buena parte de los torneos y retorcidas pruebas tienen por único objetivo la traición. Ganar ya no es parte de la fortaleza física o mental de los competidores. O al menos, no únicamente. También, de qué tanto están dispuestos a perder como seres humanos a medida que avanzan de etapa en etapa.
Una historia que se hace más profunda y dura

Claro está, buena parte de la atención de la serie está enfocada en Gi-hun, lo que permite dar un rostro más humano a lo que solo podría ser un escenario repleto de asesinatos. Con la visión del que conoce los peligros que corre, el personaje es más cauto en alianzas y mucho menos compasivo. A cambio, está decidido a detener y destruir el sistema desde el centro mismo.
Por lo que la segunda temporada de El juego del calamar dedica tiempo e interés a profundizar en su mitología. Si para la primera, apenas estaba claro que todo era un circuito depravado creado para diversión de un grupo de privilegio, esta vez se muestra la infraestructura de algo semejante. Esto permite al guion explorar todo tipo de sofisticadas precauciones para evitar ser descubiertos y para encubrir los crímenes que ocurren dentro de la isla.

Más interesante todavía resulta la idea que la serie propone la posibilidad de que esta sea una arena de muchas. No es algo que se explore de manera frontal — es evidente que es una cuestión que profundizará la tercera y última temporada — pero si ayuda a entender el peso del horror. Lo que se muestra es más que una arena de juegos de uso particular. Es un sistema cada vez más enrevesado, perverso y refinado, para lucrar y convertir la muerte en diversión.
Un buen argumento que flaquea a ratos

Si algo se echa de menos es que la serie sea más lógica en las explicaciones de los sucesos que muestra. La llegada de los jugadores — que ya se describió en la primera temporada — esta vez parece un proceso de selección más complicado. Tampoco hay demasiadas explicaciones para algunas situaciones tanto en la arena como para lo que ocurre detrás de ella. El guion cae en imprecisiones y agujeros de lógica — atención al juego del quinto capítulo — , lo que hace parecer todo más tragicómico que dramático.
A pesar de eso, la producción de la serie se esmera en hacer más grande, elaborado y mejor todo lo que se refiere a las pruebas. La estética no varía demasiado — versiones despiadadas y mortales de juegos infantiles — y al fondo, la preocupación es la misma. Solo que si antes la pobreza y la desesperación eran la tónica general, ahora lo es la inseguridad económica y la fractura moral que eso genera. Todos temas realmente serios y duros que la serie insinúa, pero no llega a explorar con mayor énfasis.

Con una tercera temporada confirmada, la serie no tiene problemas en dejar al aire la historia con una escena traumática que redimensiona la trama. Pero, todavía, El juego del calamar en toda su crudeza no puede superar la pesimista visión de nuestra época de su ya histórica primera entrega. El más complicado punto con que los nuevos capítulos deben lidiar, sin lograrlo siempre.