Alrededor de 2.000 millones de personas menstrúan una vez al mes en todo el mundo. Aproximadamente 632 millones utilizan tampones. Eso son muchísimas personas. Sin embargo, hasta ahora nadie había analizado la presencia de metales que puedan resultar tóxicos en estos productos de higiene. Teniendo en cuenta que las paredes de la vagina están recubiertas por un tejido tan absorbente que puede pasar el contenido de los tampones al torrente sanguíneo, es una brutalidad que esto no se haya hecho antes. Pero también sabemos que hasta no hace demasiado tiempo los estudios de productos menstruales se realizaban con sangre falsa. Nada nos sorprende a estas alturas.
Ahora, un equipo de científicos de varias universidades estadounidenses ha realizado el que parece ser el primer estudio sobre el contenido de metales en los tampones. Todos los metales analizados se encontraban en los productos del estudio en menor o mayor medida. Sobre todo preocuparon los niveles de arsénico y plomo. Estos son metales que resultan muy tóxicos a niveles muy bajos. Mucho más bajos de lo que se encuentran en los tampones.
Es cierto que todo ese metal no pasa a la sangre, eso es imposible. Pero dada la permeabilidad de la vagina, puede que lo haga una dosis preocupante. Habría que seguir estudiando para saberlo. Este estudio pone sobre la mesa un problema derivado de la despreocupación que suele haber con la seguridad de los productos de higiene menstrual. Sus resultados deberían sacarle los colores a las marcas para que se pongan manos a la obra y estudien a fondo los problemas que podrían causar sus productos.
Dosis alarmantes de metales en los tampones
Para la realización de este estudio, sus autores analizaron 30 tampones de 18 líneas, pertenecientes a 14 marcas. No especificaron cuáles son las marcas, solo que se venden en Estados Unidos, Reino Unido y Europa.

Utilizaron una técnica conocida como espectrometría de masas para medir los niveles de 16 metales: arsénico, bario, calcio, cadmio, cobalto, cromo, cobre, hierro, manganeso, mercurio, níquel, plomo, selenio, estroncio, vanadio y zinc. Todos ellos se encontraban en los tampones en menor o mayor medida. No obstante, los niveles especialmente preocupantes fueron los de plomo y arsénico. El primero se encontraba a una dosis de 6,74 nanogramos por gramo y el segundo a 2,56 nanogramos por gramo.
¿Cómo han llegado hasta ahí?
Estos metales no se emplean directamente en la fabricación de tampones. Probablemente, hayan llegado allí por impurezas derivadas de procesos agrícolas. Los materiales absorbentes de estos productos, como el algodón, el rayón o la viscosa, tienen un origen vegetal. Tanto el algodón como la viscosa proceden de la planta de algodón y el rayón de la madera de haya. Es posible que las plantas que se utilizaron para producirlos absorbiesen metales procedentes de los pesticidas, los fertilizantes o las aguas residuales del suelo y que eso pasase luego a los tampones. Aunque también puede que procedan de pigmentos o agentes antibacterianos empleados en el proceso de fabricación.
¿Y ahora qué?
Ante esta situación, es lógico que se genere preocupación entre los consumidores. Es importante hacer un llamamiento a la calma, pues puede que no se absorban dosis preocupantes de estos metales de los tampones.
Pero la única forma de saberlo es estudiarlo. Se deben hacer estudios para analizar más marcas de tampones, pero también para comprender mejor cómo funcionan en ese sentido las paredes de la vagina.

En principio, hasta que haya más resultados, no se ha aconsejado dejar de usar los tampones. Pero, si hay preocupación al respecto, siempre se puede recurrir a opciones como la copa menstrual. Estos productos suelen estar fabricados con silicona médica y otros materiales similares, mucho más testados. Otros productos tradicionales, como las compresas, no se han probado tanto. Utilizan materiales absorbentes parecidos a los de los tampones, por lo que no se puede descartar que también contengan estos metales. Pero es cierto que, al no estar dentro de la vagina, se absorbería mucho menos.
Ojalá pronto tengamos nuevos resultados que nos ayuden a tomar decisiones mucho más conscientes. 2.000 millones de personas deberían ser suficientes para que pongamos mucha más atención en ello.