Todos somos testigos de que Denis Villeneuve hizo lo imposible: filmar una adaptación excelente de Dune. Por mucho tiempo se creía que esa serie de libros simplemente no se podía llevar a la pantalla grande. Un par de maestros del cine lo intentaron sin éxito. Hasta que, como sucedió con las películas de superhéroes, el avance de la tecnología hizo posible ilustrar fantasías épicas de manera convincente. Mucho antes de aquello, la historia que inspiró al autor de Dune, Frank Herbert, ya había sido convertida en una joya del cine. Hablamos de Lawrence de Arabia. La cual, estrenada en 1962, ganó siete Óscars para convertirse instantáneamente en un clásico.

La aventurada vida del británico T.E. Lawrence no solamente inspiró a Frank Herbert para dar a luz a Dune, sino que también inspiró a Steven Spielberg y a George Lucas para crear al personaje de Indiana Jones. Porque se trata de un hombre que comenzó la Primera Guerra Mundial como un simple arqueólogo apasionado por el Medio Oriente, para convertirse en el condecorado soldado apodado Lawrence de Arabia.

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No era parte del plan de nadie, pero como a Paul Atreides, las circunstancias lo llevaron a liderar ejércitos a través de un inmenso desierto. Por esta y muchas razones más, Lawrence de Arabia es la película perfecta para complementar la emocionante duología de Denis Villeneuve. Es intrigante ir descubriendo los elementos que Herbert tomó prestados y cómo los transformó de manera genial. Por ejemplo, por los siglos de los siglos, la única manera de cruzar el desierto era montando un camello. El autor de Dune convirtió a ese animal en un imponente gusano, el cual produce una sustancia extremadamente valiosa que atrae a todos los codiciosos de la galaxia hacia Arrakis. Veamos más paralelos.

Con ustedes, el Paul Atreides de la vida real.

Un viaje hacia la grandeza

Cuando T.E. Lawrence partió para Siria, no pudo haberse imaginado que terminaría liderando a un grupo de tribus árabes en su lucha por liberarse del Imperio Otomano. Tenía apenas 22 años y buscaba formar parte de una expedición arqueológica en la zona sobre la que tanto había estudiado en la Universidad de Oxford. Cuatro años más tarde del inicio de su travesía, comenzaría la Primera Guerra Mundial. Al principio supervisaba la elaboración de mapas para el ejército, pero al poco tiempo sus superiores decidirían utilizar a este fanático de la región como una herramienta en sus planes.

El Imperio Británico buscaba darle un golpe contundente al Imperio Otomano. Los turcos tenían el potencial de aislar a Gran Bretaña de sus colonias, cerrándoles el paso por el canal de Suez. El hecho es que muchas tribus árabes odiaban a sus amos imperiales. Por eso, varios sujetos, entre ellos Lawrence, pensaban que, si podían unir a todas esas tribus bajo un mismo líder, sería posible orquestar una rebelión que pusiera fin al dominio del Imperio Otomano sobre la región. El protagonista de esta historia debía servir de enlace entre el ejército británico y las tribus árabes.

Es muy fácil notar las semejanzas entre este relato y lo que vemos en las películas de Dune. Por circunstancias totalmente fuera de su control, un forastero termina envuelto en un conflicto épico. Usará su conocimiento sobre la región para acercarse a personas muy distintas a él, primero con el objetivo de ser aceptado como uno más y luego para unificar facciones en conflicto y liderar una rebelión masiva para recuperar el control del desierto. Más tarde, T.E. Lawrence escribiría sus memorias, tituladas los Siete pilares de la sabiduría, libro que se convertiría en un bestseller global y en una obra esencial para Frank Herbert.

La cinematografía de Lawrence de Arabia es una maravilla.

Un final trágico y la advertencia de ambas historias

Lawrence de Arabia se convierte en el líder extranjero de todas estas tribus árabes. Gracias a sus estrategias no convencionales, prefiriendo librar una guerra de guerrillas en vez de enfrentarse al enemigo en campo abierto, consiguen tomar el control de varias ciudades importantes y así liberarse del yugo imperial. Pero la promesa que Lawrence les hizo para poder unirlos fue hecha a un lado como el viento le hace a la arena. Los británicos le prometieron el control de las mismas tierras a varios grupos distintos para garantizar que todos trabajaran para ellos. Al final otro imperio fue el que tomó el control. Los planes de Lawrence para que las tribus formaran una misma nación independiente se hicieron polvo.

En Dune, Frank Herbert explora lo poderoso y destructivo que puede resultar un “mesías”. Un líder carismático capaz de unificar multitudes. Al endiosar a un líder nos arriesgamos al desastre. Porque su palabra jamás será cuestionada. El sujeto se convierte en una autoridad suprema, y sabemos el potencial que tiene el poder para corromper. Solemos hacer la vista gorda, siempre y cuando el objetivo de ese mesías sea favorable para nosotros. Ignorando que al final de la historia, lo que le conviene al tirano no le conviene a nadie más.

Resulta fascinante poder ver ambas películas y experimentar cómo un autor puede dar a luz a todo un mundo a partir de un hecho histórico. Tiene la libertad de hacer que el final de la historia de Paul Atreides también sea trágico, pero más poético. Se convierte en líder supremo, derrotando al enemigo y retomando el control de Arrakis con su preciosa sustancia esencial para la sociedad.

Que camello tan raro.

Pero también comprende que sus acciones causarán incontables muertes. No importa, porque está cumpliendo su destino. Eso le frustraba a Lawrence sobre los árabes. Estos pensaban que todo lo que iba a pasar ya estaba escrito. Mientras que el británico valoraba la voluntad, su facultad para elegir. Al final de Dune parte dos, Paul Atreides disfruta de la fe absoluta en el destino. A diferencia de Lawrence de Arabia, Muad'Dib sí se transformó por completo en un fremen.

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