Cuando creamos recuerdos, nuestro cerebro podría dañarse, pero lo haría por un bien mayor. Todo esto puede parecer un sinsentido, pero es la conclusión de un estudio internacional publicado recientemente. Se ha llevado a cabo en ratones, pero demuestra una serie de procesos cerebrales que es posible que se puedan extrapolar a los humanos, según los autores.

Estos científicos vieron que, al forzar la formación de nuevos recuerdos en los roedores, se activaban genes asociados a la inflamación. Estos marcadores inflamatorios permanecían activos durante una semana. Después, las neuronas quedaban blindadas a posibles daños externos o incluso a la interrupción con nuevos recuerdos.

Por eso, estos investigadores comparan el proceso con la elaboración de una tortilla. Para obtener el resultado final, es necesario romper algunos huevos, pero esto se hace de forma controlada, por un bien mayor. Es importante insistir en que aún no es seguro que sea extrapolable a humanos, pero sería interesante comprobarlo, pues el proceso afectaría a cuestiones tan aparentemente poco conectadas como el tratamiento de la COVID persistente.

Creación de recuerdos y memoria episódica

Hay muchos tipos de memoria, que se pueden clasificar de distintas formas. Lo más común es diferenciar entre memoria sensorial, memoria de trabajo y memoria a largo plazo. Cuando hablamos de recuerdos, solemos referirnos a esta última, que a su vez puede tener distintas divisiones.

Lo más común en lo referente a memoria a largo plazo es hablar de memoria episódica y memoria semántica. La primera es la que nos permite recordar vivencias de una forma muy nítida, mientras que la segunda es la derivada del aprendizaje. Por lo tanto, cuando recordamos nuestro primer beso, recurrimos a la memoria episódica, mientras que para realizar una raíz cuadrada, si aún recordamos cómo se hace sin calculadora, necesitamos la memoria semántica.

Lo que estudiaron estos científicos con los ratones fue la memoria episódica. Para ello, los sometieron a descargas eléctricas muy cortas y leves. Esto suele hacerse para generar nuevos recuerdos, ya que los animales tienden a evitar el lugar en el que recibieron la descarga.

Se comprobó que, una vez generados esos nuevos recuerdos, se activaron genes asociados a la vía del receptor TLR9, involucrado en la señalización de la inflamación. Además, esto ocurrió solo en grupos de neuronas que mostraron daños en el ADN.

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Las neuronas se reorganizan para forjar nuevos recuerdos. Crédito: Hal Gatewood (Unsplash)

El escudo después de los daños

Todo esto indica que el esfuerzo de crear nuevos recuerdos pasa factura a nuestras células nerviosas. Según los autores del estudio, esto se debe al proceso de reorganización de las neuronas que ocurre rápidamente cuando se forjan nuevos recuerdos.

Ahora bien, ¿significa esto que cuanto más memoricemos peor será para nuestro cerebro? No tan deprisa. 

Los marcadores de inflamación permanecieron activos durante una semana. Después, las neuronas que se habían reorganizado para formar nuevos recuerdos se volvieron especialmente resistentes a influencias externas. 

Por otro lado, se vio que en ratones en los que se inhibía la acción de TLR9 el ADN sufría daños más graves y además los ratones no eran capaces de recordar las descargas. Eso indica que, en realidad, se trata de pequeños daños por un bien mayor. El cerebro está preparado para responder a esa leve degeneración, de tal manera que no llegue a causar estragos.

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La COVID persistente también afecta al cerebro y los procesos pueden estar relacionados. Crédito: Magnet Me (Unsplash)

Cuidado con la COVID persistente

Algunos estudios muestran que la inhibición de la acción de TLR9 podía ayudar a tratar la COVID persistente, pues en muchos casos está asociada a los daños y la inflamación que provoca el virus en el cerebro. No obstante, este estudio indica que sería necesario explorar otras vías. Si en humanos ocurre lo mismo que en ratones, la inhibición de este receptor podría provocar problemas de memoria y daños cerebrales. 

La ciencia es así. A veces, entender un mecanismo nos ayuda a buscar las mejores formas de controlar otro. O, al menos, nos indica qué es lo que no deberíamos hacer.