Oppenheimer, la obra maestra de Christopher Nolan, comienza mostrándonos una versión joven del científico. Vemos como, durante sus estudios en Cambridge, el muchacho estaba frustrado. Se encontraba en un país diferente, al parecer no tenía amigos y para rematar no le iba bien en clase. En un momento de cólera juvenil, decide tomar una jeringa e inyectar cianuro en una manzana, para luego colocarla en el escritorio de su maestro, el físico que más tarde ganaría el premio Nobel por investigar los rayos cósmicos, Patrick Blackett.

La decisión de comenzar la historia de Oppenheimer en este momento es brillante. Porque la absurda situación simboliza el conflicto moral que luego atormentaría al gran físico. Primero decide tomar una decisión drástica, potencialmente mortal, para luego arrepentirse de sus acciones. Sale corriendo hacia el salón de clase y encuentra a su maestro conversando con su ídolo, Niels Bohr. El joven ve aterrorizado cómo el legendario científico casi da un mordisco a la manzana envenenada, hasta que por fin lo detiene.

La épica película de Christopher Nolan no tiene tiempo para profundizar en la juventud de Oppenheimer. De inmediato salta a cuando el físico encuentra el éxito académico en Göttingen. Mientras que eso era lo correcto para el ritmo vertiginoso que tiene el filme, el público no se enteró de lo cerca que estuvo Oppenheimer de volverse completamente loco cuando estudiaba en Inglaterra, ni de lo cerca que estuvo de ir a la cárcel. La historia proviene del libro en que se basó la película, American Prometheus.

La infancia de Oppenheimer

La genialidad de J. Robert Oppenheimer era evidente desde el principio de su vida. Sus padres bohemios y millonarios le enseñaron a amar al conocimiento desde que era un niño. Recibió una educación excelente en la Ethical Culture Fieldston School. Lecciones de moralidad, literatura y ciencia. Por eso sus intereses siempre fueron variados. A diferencia de sus camaradas físicos que no parecía importarles otra cosa, Oppenheimer era bien leído en literatura universal, política y filosofía.

Como era judío y también más sensible que el resto de sus compañeros de clase, era víctima recurrente de los acosadores escolares. Una vez durante un campamento, sus compañeros lo desnudaron, le pintaron los genitales con pintura verde y lo encerraron en un congelador, teniendo que pasar la noche ahí. Al ser liberado la mañana siguiente, el muchacho emergió estoicamente sin quejas ni protestas.

Durante su adolescencia y temprana adultez tuvo que lidiar con su incompetencia social. Era un solitario que se encontraba frustrado sexualmente. Aun así, su rendimiento tanto en la escuela como después en Harvard siempre fue excelente. No le faltaban amigos, pero era propenso a brotes de melancolía y a sentirse desesperado de repente.

"Los átomos si me comprenden".

Su colapso nervioso en Cambridge

En los años veinte, Europa era el centro del mundo de la física. Todos los grandes descubrimientos de la física cuántica, una nueva ciencia, provenían de ese continente. Por eso Oppenheimer tenía que continuar sus estudios allí. Luego de ser rechazado por su primera opción, se sintió aliviado cuando consiguió la oportunidad de estudiar en el Cavendish Laboratory.

Lejos de su grupo de amigos de Harvard y de su familia, a Robert se le hizo imposible hacer nuevos amigos en Inglaterra. No solo estaba fuera de su zona de confort socialmente, sino que odiaba trabajar en el laboratorio. Simplemente no se le daba, era torpe manejando los utensilios y fracasaba hasta en los procesos más simples.

Estos factores llevaron a su colapso nervioso. Un compañero de clases, Jeffries Wyman, afirma haber entrado a su habitación un día solo para encontrar a Oppenheimer tirado en el suelo, gimiendo mientras rodaba de lado a lado. Otros lo vieron colapsar en el suelo del laboratorio.

Una de las historias más extrañas de esa época cuenta que Oppenheimer se encontraba en la sección de tercera clase de un tren. A su lado, una pareja estaba besándose y tocándose mientras él intentaba leer sobre termodinámica. Cuando el hombre se ausentó por un momento, Robert besó a la mujer. Lleno de remordimiento, se puso de rodillas y entre lágrimas le rogó que lo disculpara. Más tarde (no se sabe si el joven físico alucinó este detalle o si pasó en verdad), luego de haber llegado a la estación y bajando las escaleras de camino a la salida, Oppenheimer volvió a ver a la mujer, sin pensarlo apuntó a su cabeza y le lanzó su maleta, afortunadamente no dio en el blanco.

¿A quién no le ha pasado algo parecido?

Durante esta época es que ocurrió el infame incidente de la manzana. No contamos con muchos detalles de lo que pasó. Lo que sabemos es que el incidente fue tomado tan en serio que Julius, el padre de Oppenheimer que se encontraba de visita cuando sucedió, tuvo que usar todas sus influencias para convencer tanto a la universidad como a la policía que su hijo no era un peligro para otros y por eso no era necesario levantar cargos. Solo fue suspendido temporalmente de la universidad, con la condición de recibir terapia psiquiátrica.

Y ahora llegamos al incidente más grave de todos, el cual fue omitido de la película para que la audiencia no pensara que el protagonista era un completo psicópata. El mejor amigo de Oppenheimer en esa época, Francis Fergusson, lo visitó en 1926 en un hotel de París. Notó que Robert se estaba comportando de manera extraña. Para aliviar la tensión, Francis decidió mostrarle un poema que su novia le había escrito. Luego le dio la sorpresa de que se iba a casar con ella. Robert quedó en shock. Cuando su amigo se agachó para recoger un libro, Oppenheimer se le abalanzó por la espalda, amarrándole su cinturón alrededor del cuello. Luego de un forcejeo, el joven cayó al suelo y comenzó a llorar.

Sintiendo pena por el estado emocional de su amigo, en vez de sacarlo de su vida como la mayoría de personas habría hecho, Fergusson en su infinita paciencia lo perdonó y siguió en contacto con él durante ese periodo difícil.

Resulta fascinante ver cómo una mente tan brillante pudo haber atravesado tantos incidentes vergonzosos y peligrosos. Su melancolía aparentemente fue aliviada por la novela de Marcel Proust, En busca del tiempo perdido. La terapia no le hizo mucho bien, uno de sus psiquiatras lo diagnosticó con una crisis moral y le sugirió que lo que en verdad le hacía falta era tener sexo. Parece haber logrado calmar sus preocupaciones al leer ese clásico libro, ya que luego de terminarlo durante un viaje a la isla de Corsica, Oppenheimer pareció haber recuperado la confianza y el encanto que ganó en Harvard, pero perdió en Cambridge. Sea como haya sido, el destino le tenía reservado un lugar como uno de los hombres más importantes de toda la historia.