Mientras Barbie de Greta Gerwig parodió sin disimulo al patriarcado, Pobres criaturas, de Yorgos Lanthimos, hizo las cosas — y la perspectiva — más complicada. En especial, al profundizar en cómo la mujer debe enfrentar los límites de los sistemas institucionalizados, que intentar definir su comportamiento. 

En el año 2023, los conocidos debates acerca de la mujer, lo femenino y lo feminista, llegaron otra vez a la pantalla grande. Solo que en esta oportunidad, en lugar de profundizarse con respecto al asunto desde el ámbito seguro del drama, se logró a partir de géneros controvertidos

De la comedia satírica a una burlona versión de una historia de crecimiento con tintes de ciencia ficción. La imagen de la mujer — y cómo se percibe en la cultura — se volvió parte central de las mejores películas del año. Advertencia: el análisis contiene a partir de aquí spoilers directos. De no haber visto el largometraje, ten cuidado al leer. 

Los debates sobre la vida en ‘Pobres criaturas’

No es un tópico nuevo, pero en ambas cintas, el debate va más allá de la denuncia. Tanto la una como la otra, exploran en los estereotipos, clichés y la figura de la mujer con cuidado. Particularmente, al dejar establecido, que por buena parte de la historia, el teorema de ser femenina y asumir una posición de poder o libertad, se debatió de forma desigual. En otras palabras, Barbie y la historia de Pobres criaturas, están enfocadas en ponderar sobre el poder y la libertad personal.

En la película de Lanthimos, la idea es más clara, pero menos política, lo que le aleja de ser solo un análisis de la situación de la mujer. Bella Baxter (Emma Stone), demuestra, con su mera existencia, la idea de la diferencia en un mundo destinado — o construido — para ser homogéneo. Algo que el guion de Tony McNamara resalta a partir del nacimiento de la joven.

 Convertida en el experimento de un científico en busca de la respuesta de la vida, la mera realidad física de Bella se enfrenta al razonamiento acerca de un orden biológico. Reanimada en un laboratorio luego que se le trasplantara el cerebro de su hija no nata, la mujer que abre los ojos sobre la mesa de disección, es una aberración. Lo que arrebata el monopolio de la creación a la naturaleza, una idea mística o a la mujer. Por lo que desde su inicio, la premisa roza una interrogante dura: el hecho que la mera existencia sea un accidente.

Al menos, lo es, para la forma en que se concibe la vida en la cinta. Un hecho que queda patente con el suicidio de la mujer que fue Bella antes de caer en las manos de Godwin Baxter (Willem Dafoe). Hecho fortuito tras hecho fortuito, la película avanza en su argumento. La circunstancia se presenta como una tragedia que debe ser corregida, algo que desencadena todos los demás eventos. De modo, que la cinta prefiere abandonar el terreno sencillo de la reivindicación, por cuestionarse sobre elementos más incómodos. ¿Quién debe dar la vida y por qué debe darla? ¿Qué es en realidad natural?

Puntos duros que abren varias discusiones a la vez

En el libro origen que adapta la película, la historia está narrada por varios personajes a la vez. Para el escritor Alasdair Gray, el interés no era el poder. Mucho menos, ola forma en que una mujer puede obtenerlo rebatiendo el sistema — preocupaciones del feminismo — si no las expresiones de la existencia misma. La idea supera la consideración a partir de las herramientas de influencia o el lugar que el personaje ocupa dentro de un mundo de hombres. El verdadero interés del conflicto, es recordar que Bella, tiene tanto derecho a la vida como cualquier otra criatura, aunque su creación sea un elemento oscuro. 

La película toma el tema y lo analiza a través de Bella y únicamente su punto de vista. Pero la reflexión sigue ahí. Mucho más, Lanthimos acentuó el parecido de la obra de Gray con el libro Frankenstein de Mary Shelley. Lo que lo hace exceder el lugar político y social de las mujeres. La escritora, hija de la protofeminista Mary Wollstonecraft, sabía de las penurias que una mujer podía atravesar. Su monstruo es, en alguna manera, la representación de la vida de su madre, convertida en paria y al final, rechaza por la época en que vivió.

De hecho, el director griego, apuesta por hacer más elaboradas las percepciones acerca de la mujer de la película, en favor de analizar el prejuicio de origen. Pero lo hace, al igual que Shelley, al acentuar la excentricidad y rareza de su protagonista. No obstante, mientras la escritora británica apostó por la encarnación del pesar del rechazo, Lanthimos muestra un viaje de autodescubrimiento. No solo intelectual — que lo es —, sino a la vez espiritual que se extiende a cómo la sociedad observa, a quienes rompen sus límites e imposiciones. 

El feminismo en ‘Pobres criaturas’

¿No se trata eso del planteamiento central del feminismo como propuesta política? Lo es, pero solo en parte. La noción del poder y la igualdad para las mujeres, explora todos los sistemas que restrieguen la capacidad de estas para ser libre. Pero en Pobres criaturas, la premisa es más amplia, menos específica y más genérica. Lo que la hace con una protagonista en pleno autodescubrimiento; aun así, no por eso, en esencia feminista. A pesar de que el director Yorgos Lanthimos ha explorado, durante los últimos años, la influencia de y sobre las mujeres, su nueva película va más allá. 

Bella disfruta de un despertar sexual que la hace comenzar un viaje tanto interno como externo. Un acto de valor y coraje, que ni siquiera su creador puede detener. Lanthimos acompaña esta travesía con una estética gótica que se inclina hacia el steampunk, lo que, además, crea guiños con la ciencia ficción. Lo que apunta a un giro de guion. Bella es un elemento de caos, un individuo que comprende que su cuerpo es un territorio de poder y lo reconquista.

Una discusión que puede abarcar el feminismo — y lo hace — pero que, al mismo tiempo, es una línea que emparenta el argumento con docenas de luchas distintas. Del análisis de la identidad de género, hasta la convicción acerca de los valores en un mundo que impone otros. Pobres criaturas es una obra brillante, que esgrime su subtexto filosófico con inteligencia. 

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