En Barbie de Greta Gerwig, todo es color de rosa. Aunque no solo por el magnífico — y artesanal — apartado visual que recrea a escala realista el mundo de la muñeca titular. También, porque durante sus primeros minutos, la cinta dedica tiempo y esfuerzo, a mostrar las vivencias bidimensionales de su protagonista. Barbie (Margot Robbie), vive en una realidad perfecta, ideal y sin mácula. Una que, además, está construida para su mayor disfrute. 

Pero Barbie es anónima. En cualquier caso, es una más en una variedad interminable de variaciones de lo que es como individuo. El argumento aborda el tema de la identidad a través de las características del juguete. No hay mañana, tampoco pasado. Mucho menos aspiraciones, un nombre único.

Lo que le rodea es exactamente igual y la estabilidad de esta región festiva e inocente, reside justo esa cualidad inmutable. La metáfora es obvia, pero jamás recurrente o utiliza el subrayado innecesario. Antes que eso, el guion de Greta Gerwig y Noah Baumbach, exploran con cuidado el contexto relacionado con la marca más valiosa de Mattel. Lo hace, además, desde una perspectiva peculiar de dimensión paralela. 

Barbie

Barbie de Greta Gerwig es una sátira más compleja de lo que supone su edulcorado apartado visual. Quizás, el punto más interesante de una producción que explora temas como la individualidad, la búsqueda del propósito, la percepción sobre la realidad e incluso la muerte. No obstante, a pesar de sus ambiciones - y cumplir algunas - el argumento se queda a medio camino en mostrar lo que insinúa como una crítica dura a la cultura masas. Barbie brilla en sus momentos más elaborados, mucho más frecuentes que los débiles.

Puntuación: 3 de 5.

En Barbieland, la capacidad de asombro, la curiosidad, las preguntas acerca de la realidad, el escepticismo y el pesimismo, son impensables. De hecho, la noción sobre el estrato intocable y tedioso de la vida de Barbie se presenta como una rutina recurrente que se repite cada día. El personaje es el centro de un mundo sencillo, que asume su lugar con gracia y encanto. Solo hay felicidad, la constante demostración que todo lo que la rodea tiene un motivo al existir. Lo que claro está, incluye a sus docenas de otras versiones, que la película construye como una burla sutil a la cultura de masas y al optimismo artificial. De hecho, el argumento deja entrever la ingenuidad de este universo atemporal y carente de cinismo, al añadir humor negro.

Todos somos Barbie y Ken

Con un reparto de actores estelar, Barbie enfoca toda la energía de su primera media hora en recorrer esta versión insular de las cosas. La trama se concentra entonces en el hecho que aunque Barbie es docenas de variaciones de profesiones, Ken solo se divierte. En Barbieland, la premisa abarca cada cosa que se hace a diario, la forma en cómo se perciben unos a otros. Ninguno de sus habitantes piensa en otra cosa que en presente continúo que la película detalla utilizando cada recurso a su alcance. 

Uno de los puntos más altos de la cinta, es usar su sobrecargado apartado visual para dejar un mensaje claro. No se trata de un espacio digital ni tampoco, una ridiculización del universo imaginado por Ruth Handler en concordancia con su muñeca. La directora logra que los hilos argumentales sutiles — que comienzan en una gran declaración de intenciones acerca de lo femenino— a través de su elaborado escenario. Barbieland tiene personalidad propia, un sentido y también, es un misterioso oasis de la realidad. Pero a la vez, evoluciona, en la medida que además de ser habitada por los protagonistas, es un espacio de su vida esencial. 

Algo que la película recuerda a partir de una sátira bien construida. Para Barbie y en especial Ken (Ryan Gosling), todo carece de matices. Por lo que la burla tímida, pero bien construida acerca de la sexualidad contemporánea, la vanidad y los prejuicios, es afilada y sorprendentemente adulta. Poco a poco, la película expande su premisa y tiene la suficiente habilidad al construir, con juegos de palabras y bromas crueles, el sentido de la realidad de sus protagonistas. Barbieland, se encuentra tan lejos de lo corriente como para carecer nociones sobre él. La existencia es plácida, pero desde el punto de vista de Greta Gerwig, también es tramposa. Lo suficiente como para que la mínima sospecha provoque un desbalance en su precario equilibrio y lleve a un pequeño desastre. 

Un riesgo impensable

Que es, por supuesto, lo que ocurrirá cuando Barbie comience a hacerse preguntas existenciales que sobrepasan su experiencia. Pero, en especial, los límites que habita. El guion logra construir de manera convincente la experiencia de un estrato alternativo. Muy lejos de cualquier percepción sobre claroscuros, preguntas incómodas o incluso, la mera concepción de la vida. Barbie es una muñeca que no sabe que lo es. Pero también, una pequeña grieta en mitad de un universo color de rosa que podría venirse abajo. 

La fotografía de Rodrigo Prieto recurre a un hábil apartado visual al mostrar la transformación de Barbie, lenta pero incómoda. Desde pequeños desastres cotidianos, el personaje comprende que algo de la placidez de su mundo está roto. También, que ese pequeño descalabro es más evidente en comparación con las múltiples versiones suyas que le rodean. 

La identidad fragmentada — las numerosas Barbies y Ken son variantes de una única idea — se hace más pertinente a medida que la protagonista evoluciona. Pronto, se convierte en algo excepcional y en un peligro sigiloso. Greta Gerwig es consciente que el cambio interior se manifiesta en el exterior. Que, además, se enlaza con la idea coherente con lo que Barbie comprende acerca de sí misma. 

En busca de lo que se oculta en lo real

Es entonces, cuando la película logra vincular lo concerniente a la clásica muñeca con una rarísima reflexión de la búsqueda interior. El relato, que durante el primer tramo tiene algo de fantasía edulcorada mezclada con ironía, avanza hacia un nuevo nivel. Barbie necesita respuestas. Las encontrará, después de aceptar que lo que cambió en ella, es imposible de resarcir. En especial, después de la conversación con Gymnast Barbie (Kate McKinnon), la figura de mayor autoridad — intelectual y moral — en BarbieLand.

La narración logra profundizar en un inusual camino del héroe y convertir a Barbie en la voz del desencanto. Lo que plantea una disyuntiva de interés en su crecimiento interior. A lo que se enfrenta, no se trata solo de descubrir que lo que le rodea no ofrece satisfacción a sus preguntas. También, que ha vivido — hasta ahora — en una beatífica sensación de ignorancia. Para el personaje de McKinnon, la solución es una sola y está fuera del mundo en colores pasteles y sonrisas perpetúas. 

Con una clara analogía con La Matriz de las Lilly y Lana Wachowski, Barbie debe asumir que es la elegida. ¿Para qué? La película juega con la idea del autoconocimiento y la reivindicación del individuo. El personaje, que solo conoce un universo de iguales, debe encontrar ahora, lo que se esconde detrás de la felicidad. Lo cual es, también, una renuncia. Una aventura que compone el tramo más elaborado, con mayor riesgo argumental y quizás, decepcionante de la cinta. 

Barbie en busca de su lugar

Una vez tomada la decisión, Barbie iniciará lo que es, seguramente, el tramo más elaborado del argumento. Al mismo tiempo, el más sobrecargado de símbolos y el que atenta contra la solidez de la película. El personaje debe abandonar todo lo que conoce e ir en busca de la verdad. ¿Cuál es esa? La diversión burlona del guion, hace del primer contacto con la realidad cotidiana, una sucesión de pequeños mensajes bajo algo mayor. Barbie debe enfrentar un territorio humano vanidoso, banal y cruel. Asimismo, comprender que el tiempo transcurre — que, incluso, es real — lo que implica la conexión con la idea de la muerte, la vejez y el miedo al futuro. 

Barbie es un producto y la película no deja de recordarlo. Uno con un estándar de belleza imposible, en una época que comienza a parecer anticuada, con ideales cada vez brumosos. Pero, es a la vez un emblema de una generación a la que dio lecciones, incluso sin saberlo. La cinta de Greta Gerwig rinde entonces tributo a las niñas que crecieron con el juguete. Las que le reconocen a la primera mirada, la que le odian y las que le aman. El argumento se extiende entonces en una amplitud ambiciosa que, quizás, es su problema más evidente. 

Muchos temas poco tiempo, en 'Barbie'

La película desea hablar de machismo, la cultura misógina, el nuevo feminismo, la dudas interiores, la toma de conciencia del bien y el mal. Incluso, temas tan complejos como a la dominación corporativa y la manipulación empresarial a las masas. Pero aunque atraviesa todos los tópicos, no profundiza en ninguno. Mientras Ken se burla del papel de las mujeres en el mundo real — y deja patente una crítica sutil a la presión estética — Barbie descubre que la existencia humana es limitada. A la vez, que lo que ha creído real, es una copia incompleta de sucesos mayores. 

A pesar de eso, el personaje afronta la idea de su fragilidad con un buen arco argumental. En su inocencia y amabilidad, brilla. Eso, en una dimensión mundana que Greta Gerwig dibuja en tonos grises y afeada con planos directos de la basura, calles rotas, el cielo opaco. También Ken, que siguió a su amada en su gran aventura porque no puede hacer otra cosa. Ambos son criaturas extrañas, insertadas a la fuerza en medio del desánimo, la tristeza e incluso, la incredulidad. 

El poder de las grandes historias

Quizás Barbie, como cinta, no cumple con todas las expectativas que despertó su intensa campaña promocional. Pero en su escala de reflexiones sobre la identidad — el quienes somos y quienes seremos — es más profunda de lo que podría parecer. Al mismo tiempo, mejor construida, más extravagante y más libre, que otras tantas películas acerca de la libertad personal y auto conocimiento.

En su inusual conclusión — ¿anuncio de una secuela? — la cinta de Greta Gerwig deja un mensaje claro. La bondad no es una rareza. Tampoco, es algo pasado de moda. Pero en especial, Barbie es mucho más de lo que parece. Un legado cultural que se convierte en cada vez más importante en toda su diversidad, energía y concepción de la mujer, como un héroe en su propio mundo. El mejor mensaje que la producción puede brindar. 

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