Un equipo de científicos del Hospital Thomas Jefferson, de Pensilvania, ha conseguido, por primera vez, tratar la pérdida de olfato por COVID-19 en pacientes que siguen manifestando este síntomas muchos meses, o incluso años, después de la resolución de la infección. 

Los datos sobre la pérdida de olfato por COVID-19 han variado mucho desde los inicios de la pandemia. En 2020, se publicó un estudio realizado en China, en el que se señalaba que un 5,1% de los pacientes ingresados con neumonía por el virus del SARS-CoV-2 tenía la anosmia entre sus síntomas. Más tarde, a medida que han ido apareciendo nuevas variantes, se ha hablado de porcentajes más bajos o más altos. Algunos estudios más recientes apuntan incluso a una afectación del 60% de los pacientes infectados. Pero lo cierto es que, independientemente de lo común que sea perder el olfato en cada variante, sigue siendo uno de los síntomas que continúan durante más tiempo en la COVID persistente.

De hecho, se calcula que el 5,6% de los pacientes mantiene la pérdida de olfato por COVID-19 al menos 6 meses después de la infección. Durante todo este tiempo, muchos científicos han estudiado el origen de esta anosmia asociada a la COVID persistente. Y han dado con algunas claves, pero no las suficientes para diseñar un tratamiento eficaz. Afortunadamente, la propuesta de estos científicos, cuyos resultados se presentarán en la Reunión Anual de la Sociedad Radiológica de América del Norte, es la primera que aporta esperanzas, pues un porcentaje muy alto de los pacientes que participaron en su investigación ha dicho adiós a la anosmia.

¿A qué se debe la pérdida de olfato por COVID-19?

El virus SARS-CoV-2, causante de la COVID-19, penetra en las células a las que infecta a través de unos receptores, conocidos como ACE-2, a los que se une a través de sus proteínas spikes, que funcionan como una llave en una cerradura.

Esto ocurre en células de muchos sistemas del organismo, de ahí que los síntomas de la enfermedad sean tan variados. Pero hay algunas en las que es especialmente habilidoso para introducirse. Por ejemplo, se ha comprobado que las proteínas spikes encajan a la perfección con los receptores ACE-2 de las células del epitelio olfatorio. Este es un tejido que forra las fosas nasales y que incluye tres tipos de células: las células basales, las neuronas sensitivas olfatorias y las células de soporte.

Estas últimas tienen una expresión muy poderosa de los genes que codifican ACE-2. Es decir, no solo tienen las instrucciones para construir estos receptores, sino que las utilizan en abundancia. Se sintetizan muchos receptores. Y no solo eso. También es muy alta la expresión de los genes codificantes de TMPRSS2, una proteína necesaria para que, una vez que la llave se una a la cerradura, el virus pueda terminar de penetrar en la célula.

Esto indica que el SARS-CoV-2 infecta de forma masiva a las células de soporte del epitelio olfatorio. De ahí, solo es cuestión de tiempo que el daño causado se pase a las neuronas sensitivas, encargadas de la transmisión hacia el cerebro de las señales olfativas.

Es así como se produce la pérdida de olfato por COVID-19. Pero las anosmia no es el único síntoma relacionado con el olor. También hay pacientes que experimentan fantosmia, un síntoma caracterizado por la detección de olores desagradables que, en realidad, no están ahí.

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La pérdida de olfato se llama anosmia y la detección de olores desagradables que no están ahí, anosmia. Crédito: Elly Johnson (Unsplash)

El ganglio estrellado como protagonista del nuevo tratamiento

La transmisión de señales procedentes de los sentidos forma parte de las funciones del sistema nervioso autónomo. Es decir, ese que no podemos controlar voluntariamente. No controlamos lo que olemos. Simplemente, los olores llegan hasta nosotros. Igual que los sonidos, los sabores, lo que vemos y lo que tocamos.

El sistema nervioso autónomo está compuesto por el simpático y el parasimpático y es uno de los componentes del primero de ellos el que parece tener la clave para tratar la pérdida de olfato por COVID-19: el ganglio estrellado.

Formada por la fusión del ganglio cervical inferior y el primer torácico, esta estructura es responsable de la inervación simpática de la cara, cuello, extremidades superiores, corazón y pulmones. 

A menudo este ganglio se bloquea mediante la inyección de un anestésico, para tratar dolores de muchos tipos. Pero los autores de esta nueva investigación pensaron que dicho bloqueo podría tener más aplicaciones. Al inyectar el anestésico, se bloquean las señales que viajan por esa vía. Pero a su vez se estimula el sistema nervioso autónomo regional. 

Nuevas esperanzas para pacientes con COVID persistente

Para trabajar sobre esta hipótesis, los autores de la investigación contaron con la participación de 54 pacientes con pérdida del olfato por COVID-19 durante al menos 6 meses. Este es tiempo suficiente para que se pueda considerar que tienen COVID persistente.

Todos ellos se sometieron a una intervención muy sencilla, de apenas 10 minutos de duración. Inicialmente, con la ayuda de una guía por tomografía computarizada, se les colocó una aguja espinal en la base del cuello. Después, esta se usó para administrar un anestésico al que, además, se le añadió una pequeña dosis de corticosteroide. Esto no es habitual cuando se bloquea el ganglio estrellado. No obstante, en este caso, dado que sospechaban que el virus podría haber causado inflamación nerviosa, pensaron que podría ser una buena opción. Y así fue.

Se obtuvo un seguimiento de 37 pacientes (65%), de los cuales 22 (59%) informaron que mejoraron los síntomas una semana después de la inyección. De estos 22, 18 (82%) afirmaron haber experimentado una mejora progresiva significativa un mes después del procedimiento. A los tres meses, hubo una mejora media del 49 % en los síntomas entre los 22 pacientes.

Por otro lado, cabe destacar que 26 pacientes volvieron para recibir una segunda inyección en el otro lado del cuello después de un intervalo de al menos seis semanas. Si bien la segunda inyección no fue efectiva en pacientes que no respondieron a la primera inyección, el 86 % de los que informaron de alguna mejoría después de la primera inyección relataron una mejoría adicional después de la inyección contralateral.  

Para terminar, algo muy positivo es que no se notificó ningún efecto adverso. Esta es una gran noticia. Y es que puede que aún no se haya dado con el tratamiento definitivo contra la COVID persistente, pero al menos los médicos ya disponen de una bala contra uno de sus síntomas más comunes. Volver a oler será una bendición para estos pacientes.