Existe una disputa entre seres humanos casi a la altura de las discrepancias sobre la necesidad o inutilidad de añadir cebolla a la tortilla. El amor o el odio por la Navidad. Apenas hay términos medios. Algunas personas parecen brillar de felicidad en cuanto escuchan las primeras notas del All I Want for Christmas de Mariah Carey, mientras que otras se encerrarían bajo siete llaves hasta el 7 de enero.
Cada cual tendrá sus motivos, por supuesto. En general, tanto el amor como el odio a la Navidad suelen tener relación con la nostalgia positiva o los fantasmas del pasado. De hecho, el mayor odiador de la Navidad de la literatura, el señor Scrooge de Cuento de Navidad, tenía este sentimiento con motivo de una infancia solitaria, con navidades tristes y un padre muy poco cariñoso. En la vida real, nuestro cerebro también se moldea con las vivencias del pasado. Si tuvimos unas navidades felices durante la infancia es más probable que, por asociación cerebral, disfrutemos de estas fiestas siendo adultos. Pero, desde luego, no es el único factor que influye.
Para algunas personas, su odio a la Navidad no está relacionado con la infancia. Las circunstancias del presente también tienen mucho que ver. Incluso el hemisferio en el que vivimos. Pero veamos los motivos.
No se trata de odio a la Navidad, sino a las comidas familiares
La Navidad está marcada por muchos compromisos, normalmente en forma de comidas y cenas, ya sea con amigos, compañeros de trabajo o familiares. Las primeras suelen ser las más distendidas. Al fin y al cabo, a los amigos sí los elegimos nosotros. No obstante, los compañeros de trabajo y los familiares pueden hacernos sentir o muy felices o muy incómodos.
Según un estudio de la Sociedad Americana de Psiquiatría, las reuniones con familiares a los que no conocemos o con los que no nos llevamos del todo bien puede ser una importante causa de estrés. El tema de los familiares poco conocidos iría más en consonancia con la familia política. Pero, incluso entre la familia de sangre, a veces hay personas con las que no se congenia demasiado bien.
El estrés mantenido puede provocar ansiedad e incluso si previamente el estado de ánimo ya no era muy bueno, se podría empeorar mucho. Por todo esto, la situación familiar es una de las primeras circunstancias que puede influir en el amor o el odio a la Navidad.
Dime en qué hemisferio vives y te diré cuánto odias la Navidad
Algunos expertos achacan el odio a la Navidad de ciertas personas a un fenómeno conocido como trastorno afectivo estacional (TAE). Este se da sobre todo en los países cercanos a los polos, en los que el invierno va acompañado de noches especialmente muy largas.
Pero, en general, se da siempre en invierno, cuando las noches son más largas. Se cree que esto se debe a que, durante un tiempo, el sistema circadiano, encargado de controlar el sueño y otras funciones fisiológicas con periodos de 24 horas, se altera. Nuestro cerebro interpreta que llega la hora de dormir cuando la luz que penetra a través de la retina va disminuyendo y que hay que despertarse cuando esta aumenta. Sin embargo, si en horas de estar despiertos llega poca luz a través de los ojos, se produce cierto descontrol de los ritmos circadianos, con síntomas como cansancio, irritabilidad y tristeza. Eso es lo que pasa con las noches demasiado largas.
Cabe destacar que en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, en el que se clasifican todas las enfermedades del área de la psicología y la psiquiatría, esto no se incluye exactamente como un trastorno, pero sí como una especificación de patrón estacional para la depresión. Es decir, que las personas con depresión pueden empeorar en estas situaciones.
Todo esto coincide justamente con la Navidad en el hemisferio norte. En el sur pasan la Navidad en pleno verano, por lo que el resto de factores sí influirían, pero no este.
La situación de cada persona es clave
Las navidades constituyen una época que se suele pasar en familia. Al menos así lo vemos en las películas navideñas o los anuncios con los que nos bombardean en estas fechas. Sin embargo, la realidad es que muchas personas las pasan solas, sin cumplir con las expectativas de lo que debería ser la Navidad.
En España hay alrededor de 5 millones de personas que viven solas. Por supuesto, muchas viven en esa situación porque quieren y fuera de casa tienen una gran familia con la que pasar las fiestas. Pero también hay individuos, sobre todo mayores, que no tienen con quién disfrutar de villancicos y dulces navideños.
Por eso, es lógico que esas personas reciban la Navidad con mucho más odio que amor.
A todo esto hay que sumar que puede que haya personas que estén pasando por un duelo, ya sea por una muerte o por una ruptura con alguien que formó parte de sus navidades en el pasado. Ese quizás no sea el motivo para un odio a la Navidad permanente, pero sí para recibir las fiestas con menos ilusión durante un tiempo.
Por todo esto, los psicólogos recomiendan no forzar a quienes aseguran odiar la Navidad. Detrás de ese odio a la Navidad siempre hay un motivo. Puede ser simplemente por cuestiones de rechazo al consumismo de estas fiestas, pero también por asuntos emocionales. Insistirles en que lo lógico es estar feliz en esta época no hará más que agudizar lo que sienten. Debemos aceptar la manera en que los demás afrontan esta o cualquier otra época, aunque no coincida con la nuestra. Si odias la Navidad, no te enfades con quienes disfrutan de ella. Y si te encanta, piensa que ese conocido al que no dejas de tachar de Grinch posiblemente tenga motivos que no te cuenta. Además, incluso si no los tiene, tampoco importan. Es su decisión. Respétala.