Ni michismi ni fiminismi. Las personas que enarbolan esta frase como bandera generalmente son las mismas que dicen que las feministas odian a los hombres. Cuando, en realidad, esta es una contradicción en los términos. El movimiento feminista se define como aquel que busca la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Por definición, no es necesario ser mujer para ser feminista, de modo no tiene sentido que el movimeinto odie a los hombres cuando, en realidad, también hay hombres feministas. Es por esto que debería ser totalmente innecesario llevar a cabo un estudio que demuestre que el odio de las feministas a los hombres es un mito. Pero, lamentablemente, el mito está tan extendido, que un equipo de psicólogos de la Universidad de Surrey, en Reino Unido, se ha visto en la obligación de realizarlo.

El estudio consta de cinco experimentos, en los que han participado casi 10.000 personas, pertenecientes a nueve países de culturas y niveles económicos muy diferentes. Por lo tanto, se trata de una muestra muy amplia, con la que han logrado demostrar que, a pesar de que incluso las propias mujeres suelen creer el mito, las feministas no odian a los hombres.

Sí que se observa que la ira hacia la violencia machista o cualquier otra injusticia contra las mujeres sí ha aumentado en los últimos años dentro del feminismo. Las personas feministas, hombres y mujeres, son combativas y reivindican la igualdad de derechos con contundencia. Pero no odian a nadie. Al menos, no a nadie que no se lo merezca. Porque una cosa es odiar a los hombres que atentan contra las mujeres, y otra ir contra un género completo. Ahí reside la diferencia.

Los experimentos para desmentir que las feministas odian a los hombres

En el primer experimento realizado para este estudio participaron cinco grupos de mujeres de Reino Unido (dos grupos), Italia, Polonia y Estados Unidos (un grupo por cada país). 

Todas ellas tuvieron que contestar encuestas, en las que en primer lugar se les preguntaba si se definían como feministas. La mayoría contestó que sí, aunque hubo algunas que no se clasificaron a sí mismas dentro del movimiento.

Además, se les hicieron otras preguntas que se pueden clasificar en dos grupos. En el primer bloque se les encuestó sobre el tipo de feminismo con el que se ven más identificadas: feminismo radical, liberal, racializado, etc. Después, tuvieron que evaluar su percepción hacia varias cuestiones relacionadas con los hombres: hostilidad o benevolencia hacia ellos, calidez, confianza…

Apenas hubo diferencias entre feministas y no feministas en lo referente a su actitud individual hacia los hombres. En general, esta era buena en todos los casos. No obstante, en el caso de las feministas, en la mayoría de grupos, sí que hubo una puntuación más elevada de ira colectiva entre las feministas y algo menos de benevolencia.

Cambio en la selección de países

En el segundo experimento, se replicaron los pasos del primero, pero esta vez con muestras pertenecientes a países no WEIRD. Para que un país se considere WEIRD debe ser occidental, educado, industrializado, rico y democrático. Si no cuenta con alguno de estos adjetivos no puede considerarse WEIRD. Reino Unido, Estados Unidos, Italia y Polonia sí lo son, de ahí que se eligiesen para el primer experimento. En cambio, para el segundo, contaron con mujeres procedentes de China, India, Japón, Corea del Sur y Taiwán. 

Además de no tener todas las características WEIRD, se optó por estos países porque, salvo la India, tienen culturas muy confucianas, con ideologías claramente patriarcales. Sería mucho más probable que aquí sí que se cumpla la premisa de que las feministas odian a los hombres. Pero no fue así.

Cabe destacar que en este experimento no participaron solo mujeres. También hubo algunos hombres y personas no binarias o trans. Esto permitió obtener resultados muy interesantes, ya que “no hubo evidencia sólida que sugiriera que el género/sexo modera las diferencias entre feministas y no feministas en el gusto y la confianza de los hombres”. Los datos, de nuevo, fueron muy positivos, por lo que sería falso que las feministas odian a los hombres.

igualdad
El feminismo busca la igualdad, no el odio a un género completo. Crédito: Felix Rostig

Otros experimentos

En el tercer experimento se pidió a las participantes que clasificaran una serie de palabras en una categoría buena o mala. Entre ellas había palabras con connotaciones claramente masculinas, como “él”, “míster” o “Kevin”. Por otro lado, estas palabras debían asociarse con adjetivos buenos o malos, como “maravilloso” o “terrible”. Se observaron las palabras elegidas y, además, se calcularon las latencias de respuesta para categorizar las palabras masculinas con buenas o malas. 

De este modo, se daba más lugar a respuestas menos meditadas y más inconscientes. Si fuese cierto que las feministas odian a los hombres, habría sido lógico que demostraran una asociación menos positiva con la categoría masculina. También podría ocurrir que la acción colectiva feminista, sobre la que se les encuestó previamente, estuviera relacionada negativamente con las actitudes explícitas e implícitas. 

Pero, de nuevo, no fue así. Las feministas no parecían mostrar un rechazo hacia los hombres, ni siquiera de forma inconsciente.

A continuación, se quiso comprobar cuál era la percepción de las diferentes ideologías feministas sobre otras feministas. Es decir, se quería saber si incluso dentro del movimiento se cree en el mito del odio a los hombres. Y, curiosamente, en parte fue así.

Se comprobó que en todos los tipos de ideología feminista, salvo en la liberal, el feminismo se asociaba negativamente con las actitudes explícitas hacia los hombres. Es decir, creían en el mito. No obstante, a la hora de contestar a las mismas preguntas que en el resto de experimentos, no se vio una percepción individual negativa hacia el género masculino. Ahora bien, sí que fue común percibirlos más como una amenaza en comparación con las mujeres.

Posteriormente, en un quinto estudio se confirmaron todos los resultados anteriores con una muestra solo de Reino Unido, pero más grande y representativa de la población general.

¿Cuál es el resumen?

De todos estos experimentos se sacan varias conclusiones. Para empezar, las actitudes de las feministas hacia los hombres fueron positivas, pero sí que es cierto que menos positivas que las de las no feministas, que tuvieron algo más de benevolencia. Además, la acción colectiva feminista y la ira se relacionaron negativamente con las actitudes hacia los hombres. A eso se une que las feministas, en comparación con las no feministas, informaron de una mayor amenaza percibida de los hombres, pero una mayor similitud de género.

Por otro lado,  las feministas fueron percibidas incluso por ellas mismas como que tenían actitudes negativas hacia los hombres. Esto, según los autores del estudio, es lo que provoca, en parte, esa “relación metapercibida entre el feminismo y las actitudes hacia los hombres“. 

En resumen, las feministas no odian a los hombres. Sí que son menos permisivas con sus errores que las no feministas y los condenan con ira desde el activismo. Pero no odian al género masculino. Sería inútil hacerlo, pues los hombres son necesarios para el feminismo. No se puede buscar la igualdad machacando al contrario, porque esto sería una contradicción en los términos.

Aunque pueda parecer superficial, Barbie, la taquillera película estrenada este verano, define esto a la perfección. Hasta que las Barbies y los Kens no se sientan a hablar entre ellos, la sociedad no avanza por completo. Así que tampoco tiene sentido eso de “ni machismo ni feminismo, igualdad”. Porque la igualdad no existirá sin poner a funcionar los engranajes del feminismo. Junto a los hombres, ni contra ellos, ni detrás de ellos. 

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