No importa que tengas 5 años, 30 o 70. Todos hemos arrugado alguna vez el gesto al tomar un fármaco, ya sea en pastillas, jarabes, sobres o cualquiera de sus formatos. El mal sabor de los medicamentos es un clásico del que solo se escapan algunos jarabes para niños a los que se añaden saborizantes para evitar que rechacen tomar su medicación. Porque sí, igual que todos hemos torcido el gesto, todos hemos querido empinarnos una botella de jarabe cuando éramos pequeños. ¿Pero a qué se debe todo esto? ¿Por qué la mayoría de fármacos saben mal? Y, más importante aún, ¿por qué no pueden estar todos tan buenos como los jarabes que tanto nos gustaban cuando éramos niños?
A grandes rasgos, estas preguntas pueden contestarse rápidamente teniendo en cuenta dos cuestiones. Por un lado, que a menudo los fármacos se sintetizan a partir de compuestos con un origen vegetal. Generalmente, las plantas utilizan esas sustancias a modo defensivo, para evitar ser ingeridas por herbívoros, por lo que suelen tener un sabor amargo, que genera rechazo. Por otro lado, si no se hace nada para solucionarlo es porque no es algo primordial. La interacción de las sustancias responsables de su eficacia con un saborizante puede reducir su efecto. Y con un fármaco lo que nos importa es que funcione, todo lo demás es secundario. En el caso de los niños se deben hacer concesiones, pero los adultos deberíamos ser capaces de soportar el mal sabor de los medicamentos.
Ahora bien, cabe destacar que hay excepciones. Que no todos los fármacos saben mal porque sus principios activos procedan de plantas y que, en realidad, algunas veces sí que puede haber beneficios en mejorar su sabor, más allá de lo meramente gustativo. Vamos a verlo paso a paso.
¿A qué se debe el mal sabor de los medicamentos?
El principio activo es la sustancia responsable de la eficacia de un fármaco. A menudo, estos compuestos proceden de plantas, como ya hemos visto. Aunque también pueden tener un origen animal o sintetizarse artificialmente. De hecho, en muchas ocasiones, aunque su procedencia sea animal o vegetal, se sintetizan de forma artificial en el laboratorio para aumentar su producción y no dañar el medioambiente.
Si se están emulando esos principios activos que en la naturaleza tienen un papel defensivo, se mantiene el gusto amargo. Pero este no es el único responsable del mal sabor de los medicamentos.
A veces, más que el gusto del propio principio activo, es nuestro propio organismo el que fuerza el mal sabor. Por ejemplo, hay fármacos que afectan a la producción de saliva. Esto no solo genera sequedad bucal y una sensación pastosa. También puede empeorar el mal sabor. Entre los medicamentos que generan este efecto, conocido como xerostomía, se encuentran algunos antidepresivos, como la fluoxetina y la paroxetina, antihipertensivos, como el enalapril, analgésicos, como el tramadol y el ibuprofeno, o ansiolíticos, como el alprazolam.
Por otro lado, hay fármacos, como la metformina, que convierten el mal sabor en una pesadilla, porque viajan del torrente sanguíneo de nuevo hasta las glándulas salivales. Esto provoca un mal sabor constante, del que cuesta mucho deshacerse.
No todo el mundo lo percibe por igual
En 2022 se llevó a cabo un estudio en el que se comparaba la percepción del mal sabor de los alimentos en 143 personas. Se vio que no todas describían ese mal gusto del mismo modo, aunque se tratase del mismo fármaco. No es algo raro. Podría ser una cuestión subjetiva. Pero, en realidad, esa subjetividad tenía un origen genético.
Y es que, diferentes variantes de genes asociados a los receptores del sabor amargo, estaban directamente relacionadas con los resultados de las encuestas.
Esto puede ayudar a entender cómo perciben el mal sabor de los medicamentos las distintas personas y, de paso, intentar buscar soluciones. Aunque, como ya hemos visto, esto no es primordial.
Los fármacos que saben bien
De todas las formas posibles de administración de fármacos, los que se encuentran en suspensión son los que suelen tener un peor sabor.
Los fármacos en suspensión se definen como medicamentos líquidos, de consistencia más o menos viscosa, que contienen principios activos hidrosolubles dispersos gracias a la adición de un suspensor. Gracias a este ingrediente añadido, cuando el principio activo sedimenta, se puede resuspender de nuevo con una simple agitación. Esto incluye, por ejemplo, las ampollas y los jarabes.
Se entiende que el suspensor es un ingrediente necesario. Se debe estudiar cómo interactúa con el principio activo, lo cual requiere dinero y esfuerzo, para evitar que la interacción no sea mala. Pero un dinero y un esfuerzo necesarios. Los saborizantes requieren los mismos pasos, pero no son necesarios, por lo que, salvo que el fármaco sea para niños, se suele obviar.
Para los niños sí es algo necesario. En un artículo sobre este tema publicado en IFLScience, citan como ejemplo el dolutegravir, un antirretroviral dirigido al tratamiento de las infecciones por VIH en niños. Normalmente, los antirretrovirales saben muy mal, por lo que los niños suelen rechazarlo. Dado que es un fármaco esencial para que puedan tener una calidad de vida adecuada a pesar de la peligrosidad del virus, es esencial invertir esfuerzo en que lo tomen. Por eso, este formato concreto es una pastilla que sabe a fresa.
Con un poco de azúcar esa píldora que os dan
Otra pastilla con buen sabor, pero por motivos diferentes, es el ibuprofeno. Ya hemos visto que este puede tener mal sabor por cómo afecta a la producción de saliva. No obstante, esto se reduce gracias a que sabe casi como un caramelito. Y es que tanto estas pastillas, como otras muchas, llevan un recubrimiento que solo se deshace una vez en el estómago, para evitar que los principios activos se liberen antes de tiempo. Ese recubrimiento suele prepararse a base de azúcares, como la sacarosa, por lo que, al introducirlas en la boca, saben dulces.
En definitiva, no se puede asegurar que todos los medicamentos estén malos. Pero sí que es verdad que es lo más habitual. Aun así, son tan necesarios que vale la pena arrugar el gesto.