Los libros de autoayuda y las tazas de Mr. Wonderful nos han hecho creer que la felicidad es la única emoción que nos ayudará a conseguir nuestros objetivos. Se demonizan las emociones negativas, catalogándolas como algo totalmente perjudicial. Sin embargo, si después de tantísimos años de evolución del ser humanos seguimos sintiéndonos tristes o enfadados en determinadas situaciones, debe ser por algo. Hay muchos motivos por los que estas emociones pueden ser beneficiosas y ahora conocemos uno más; pues, según un estudio recién publicado por científicos de la Asociación Americana de Psicología, la ira puede ayudarnos a superar retos.

No es la primera vez que se hipotetiza algo así. Tiene sentido que la ira tenga beneficios, ya que generalmente surge cuando se obstruye una meta. Por lo tanto, puede ayudarnos a centrar toda nuestra atención en lograrla finalmente. Muchos estudios en las últimas décadas han analizado hasta qué punto esto es cierto. Pero ninguno ha sido tan exhaustivo como este, en el que se han realizado varios experimentos, para dar una información mucho más pormenorizada de los beneficios de la ira.

Su conclusión es que sí: la ira es beneficiosa. Aunque eso no quiere decir que debamos estar siempre enfadados. Las emociones positivas son mucho más agradables de experimentar y también tienen muchísimas ventajas. Lo ideal es sentir una combinación de unas y otras. Por eso, debemos dejar de demonizar las emociones negativas o incluso sentirnos culpables cuando las experimentamos. 

Experimentos para demostrar los beneficios de la ira

Estos científicos realizaron varios experimentos para comprobar cómo puede ayudarnos la ira a superar ciertas metas.

En el primero, los participantes tuvieron que realizar una serie de puzzles muy sencillos, basados en la resolución de anagramas. Previamente a la realización de la prueba, se les mostraron una serie de imágenes dirigidas a producirles distintas emociones.

Entre las fotografías causantes de la ira, se encontraban un hombre o una mujer señalándoles con un dedo acusador, una valla en la que rezaba el mensaje “Dios odia a (nombre de la Universidad de los participantes)”, una camiseta con el mensaje “odio a (nombre del estado en el que viven los participantes)” o insultos a la mascota de su facultad. También había imágenes de comida, dirigidas a generar emociones neutras. La tristeza se generó a través de fotografías de personas llorando en funerales, perritos hambrientos o pelícanos cubiertos de petróleo. Y, finalmente, la felicidad y la diversión se buscaron con la imagen de gatitos jugando, cachorritos con muecas parecidas a sonrisas o niños y niñas sonriendo.

Como se quería demostrar, de media, los participantes que habían mirado imágenes del conjunto de la ira resolvieron una mayor cantidad de pruebas. Parecía demostrado que enfadarse tiene beneficios, pero quisieron realizar más pruebas para estar seguros.

Enfadarnos nos convierte en tramposos

En un segundo experimento, los participantes quisieron comprobar si el enfado nos hace cometer más trampas.

Para ello, realizaron el experimento anterior con algunas variantes. La primera fue que se ofreció un premio a quienes resolviesen más pruebas, que en este caso eran puzzles numéricos. 

Tenían 5 minutos para resolver la mayor cantidad posible. Pero lo que no se les dijo es que era imposible realizar muchos test en tan poco tiempo. 

Una vez finalizada la realización de test, se informó a los participantes que el siguiente experimento se llevaría a cabo en otra sala, de modo que el investigador debía salir un momento para prepararlo. Por eso, para agilizar los resultados, se les solicitó que ellos mismos se encargaran de contar cuántos puzzles habían resuelto correctamente.

Los participantes a los que se les había provocado la ira cometieron más trampas. Es decir, dieron una respuesta falsa, con un número más elevado de puzzles resueltos. Esto no quiere decir que mentir sea bueno. Pero sí es esperable que quien quiera conseguir sus objetivos a toda costa haga algunas trampitas o mienta para lograrlo. A todos nos debe estar viniendo alguna persona a la mente, seguro. Posiblemente veamos su imagen durante un mitin o en una campaña electoral.

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Ante todo, nuestro enfado no debe ser perjudicial para otras personas. Crédito: Vera Arsic (Pexels)

Lo que no se puede provocar

En un tercer experimento, los participantes, tras exponerse a diferentes emociones, tenían que jugar a un videojuego de esquí. Este podía ser muy desafiante, con un eslalon en el que había que ir esquivando banderitas, o mucho más sencillo, simplemente con una caída libre.

En el primero, por lo tanto, la habilidad de cada persona jugaba un papel muy importante. Por eso, los resultados marcados por las emociones no fueron tan claros. Al fin y al cabo, por mucho que nos empeñemos en lograr nuestros objetivos, será más difícil conseguirlos si estos requieren una destreza que no tenemos.

Otros experimentos que colocan a la ira en distintas posiciones

Hasta aquí, la ira se había provocado artificialmente antes de la realización de los puzzles. ¿Pero qué pasaría si fuese la propia prueba la que causase la ira?

Para responder a esta pregunta, se realizó otra prueba, en la que los participantes tenían que pulsar la barra espaciadora del teclado del ordenador cuando saliese una señal concreta en la pantalla. De nuevo, se les prometió un premio, esta vez económico, que aumentase el deseo de lograr los objetivos.

Al principio la señal de la pantalla apareció durante tiempo suficiente para que los participantes pudieran reaccionar. Sin embargo, después se aumentó su dificultad, para causarles enfado.

De este modo, se vio que a los que se les había provocado ira tenían un mejor desempeño en las pruebas posteriores.

También se quiso comprobar si es la agitación causada por la ira la que en realidad nos hace mejorar la atención y conseguir nuestras metas. Para obtener respuestas, se realizó un experimento similar a los anteriores, pero con un grupo por separado, en el que se pidió a los participantes que realizaran ejercicios aeróbicos.

Esto demostró que la agitación por sí misma no nos hace mejorar las metas, aunque sí puede parecer uno de los factores que influyen en que la ira nos vuelva tan competitivos.

Incluso se realizó un estudio basado en unas elecciones a presidente del gobierno. Se comprobó que aquellos participantes que se enfadaban más ante la idea de que perdiera su candidato eran mucho más propensos a ir a votar, independientemente de quién fuese este político. Por lo tanto, la ira nos empuja a actuar ante lo que consideramos una injusticia.

Saca beneficios de la ira, sin que se conviertan en un peligro

Todo esto demuestra que quizás ya sea el momento de dejar de hablar de emociones positivas o negativas. Simplemente existen emociones. Algunas las disfrutamos más y otras menos, pero de todas podemos aprender o sacar beneficios. Obviamente, la ira debe verse como un impulso para nuestro beneficio, sin dañar a los demás. Si causa agresividad y otras reacciones realmente peligrosas sí que se debe tener cuidado e incluso buscar la ayuda de un profesional de la psicología.

Pero esa es la excepción. Generalmente, un poco de ira no nos vendrá mal. Que un libro de autoayuda no nos impida estar tristes o enfadados cuando lo necesitemos. Porque sí, a veces es una necesidad, y no hay nada de malo en ello.