Las comedias románticas siguen viéndose como un placer culpable. Es cierto que no se trata de un género de cine de lo más sesudo, de ahí que haya quien se resiste a reconocer que le gustan. Pero también es verdad que cumplen su función: entretener, sin dar mucho que pensar.
Esto es lo que podríamos pensar a grandes rasgos. Sin embargo, la estructura de las comedias románticas es algo simplemente complejo. Están repletas de clichés, pero son clichés que funcionan. Clichés que han llamado la atención de expertos en cine, por supuesto, pero también de psicólogos y neurocientíficos.
Esto es así porque las comedias románticas siguen estructuras que a nuestro cerebro le encantan. Si se hacen correctamente, puede que no ganen un Oscar, pero serán un éxito de audiencia seguro. Por eso, plataformas como Netflix están cada vez más interesadas en ellas. Pero claro, un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Se trata de películas que enganchan tanto a la población que sus mensajes calan muchísimo. Son mensajes que pueden resultar muy beneficiosos, pero también pueden hacer mucho daño. La ciencia ha estudiado ambos aspectos para darlos a conocer a creadores y guionistas. Pero vayamos por partes. ¿Qué debe tener la comedia romántica perfecta?
Los puntos clave de las comedias románticas
Según ha explicado en un artículo para The Conversation Christina Wilkins, profesora de Cine y Escritura Creativa de la Universidad de Birmingham, hay cuatro factores que convierten en éxito a las comedias románticas.
Por un lado, está el conflicto. Esto puede parecer algo malo, pero lo cierto es que son conflictos que siempre acaban bien, de ahí que gusten tanto a los espectadores. Normalmente, estos conflictos pueden ser entre padres e hijos. Por ejemplo, cuando un hijo se enfrenta a sus padres, rechazando a la pareja que estos le habían buscado. También puede haber conflicto entre los enamorados. Muchísimos al principio se caen fatal. O, finalmente, el conflicto puede ser una decisión.
Esto último es muy común en las comedias románticas navideñas en las que alguno de sus protagonistas entra en un conflicto interno para elegir entre su carrera profesional o la persona de la que se enamoró hace dos semanas. Suele triunfar el amor, pero ojo a esto.
También es un buen ingrediente el paso de amigos a amantes. Amigos que se encuentran mucho tiempo después y de repente se enamoran o que, sin haber estado separados, ven cómo sus sentimientos empiezan a cambiar,
Por otro lado, Wilkins hace referencia a la falta de comunicación entre los personajes de las comedias románticas. Esto es habitual en las comedias en general. Los personajes toman decisiones equivocadas o se enfadan por confusiones derivadas de la falta de comunicación. Es algo que puede provocar situaciones divertidas y, a la vez, generar ese conflicto anterior.
Y para terminar, hay un aliciente nuevo en las comedias románticas: la inclusividad. Cada vez se agradece más que haya películas que incluyan personajes diferentes al hombre o la mujer blancos y heterosexuales. Se está empezando a incluir una mayor variedad de personajes en todos los géneros, pero las comedias románticas son de las que más en serio se lo están tomando, con títulos como Bros (2022) o Rye Lane (2023).
¿Por qué nos gustan tanto?
Ya hemos visto cuáles son los ingredientes del éxito de las comedias románticas. ¿Pero a qué se debe ese éxito?
La respuesta, como para tantas otras cuestiones, parece estar en el cerebro. Lo comentó en 2022 en un artículo para Psychology Today la neurocientífica Aditi Subramaniam. Ella habla de cuáles entiende como los puntos clave de las comedias románticas y lo cierto es que pueden compararse fácilmente a lo que señala la experta en cine en The Conversation.
Por ejemplo, para Subramaniam, la primera clave del éxito está en un fenómeno conocido como principio de familiaridad. Como ya hemos visto, las comedias románticas están basadas en clichés: amigos que se enamoran, hijos que se enfrentan a sus padres por amor, confusiones y discusiones con bonitas reconciliaciones… El hecho de que se repitan siempre las mismas fórmulas hace que sintamos las comedias románticas tan familiares como una película que hemos visto mil veces. Y eso, aunque puede parecer malo si nos ceñimos a la parte artística, es bueno para el cerebro, ya que resulta reconfortante no tener que procesar algo nuevo.
Por otro lado, se plantean emociones universales. No importa la personalidad de los personajes, será muy fácil que nos sintamos identificados con sus emociones. Eso también contribuye a la familiaridad y nos ayuda a sentirnos mejor.
Y también la neurocientífica habla de la representación de las minorías. No vernos representados en el cine, las revistas o los libros puede generarnos una sensación de malestar. Por eso, que poco a poco se esté incluyendo una variedad mucho más amplia de personajes resulta muy beneficioso psicológicamente.
Las comedias románticas como arma de doble filo
En 2016 se publicó un estudio en el que se presentaban las comedias románticas como una herramienta para convertirnos en mejores personas.
La investigación se llevó a cabo dividiendo a sus participantes en cuatro grupos, que vieron una sesión doble de cine semanal durante cinco semanas. Los del primer grupo solo vieron comedias románticas, los del segundo, únicamente películas de acción y, finalmente, los del tercer y cuarto grupo vieron una combinación de ambas en una proporción 60/40 u 80/20, siempre con las comedias románticas por encima. Las películas eran todas antiguas, de manera que fuese probable que no fuese la primera vez que las veían. Además, habían tenido resultados similares de la crítica.
Pasado este periodo de tiempo, se les hizo algo conocido como Cuestionario de Fundamentos Morales de 30 puntos. Este va dirigido a evaluar cómo se acerca una persona a estos fundamentos, que se dividen en daño/cuidado, respeto por la autoridad, justicia, lealtad y pureza.
Los participantes deben mostrar su nivel de acuerdo o desacuerdo con afirmaciones como “La justicia es el requisito más importante de una sociedad” o “Las personas deben ser leales a los miembros de su familia, incluso cuando han hecho algo mal”.
Se observó que ver comedias románticas aumentaba muchísimo la puntuación en todos los valores, salvo la pureza. Por lo tanto, podría decirse que ver este tipo de cine nos hace mejores personas. Reduciendo muchísimo lo que es ser buena persona, por supuesto.
También hay valores negativos
Ahora bien, los psicólogos también han estudiado los efectos negativos de algunas comedias románticas. Y es que, por ejemplo, la insistencia de un hombre en conseguir una cita con una mujer que le ha dicho que no, puede verse romantizada en este tipo de películas, pero en el fondo es una forma de acoso. Si el cine la romantiza, podría ser que en la vida real nos cueste detectarlo.
Ocurre lo mismo con la romantización de dejarlo todo por amor. No es que sea algo malo. Pero debemos entender que la vida de una persona se sostiene sobre muchos pilares y que el amor no debe ser el único, ni muchísimo menos. Debemos estar muy seguros de que una relación vale la pena para tomar decisiones importantes o hacer sacrificios, por lo que una relación de Navidad probablemente no sea suficiente. Además, la reciprocidad es esencial.
Tirarse a la piscina por una relación no es malo. ¿Pero la otra persona haría esfuerzos igual de importantes por nosotros? Todas estas son preguntas que debemos hacernos y que no se plantean lo suficiente en una comedia romántica. Además, es cierto que uno de los ingredientes clave de estas películas es que todo acaba bien. Pero no está de más, que, de vez en cuando, se haga una en la que las cosas no acaban como le habría gustado a los protagonistas. Porque esa es también la vida real.
A veces los sentimientos no son bidireccionales o no estamos en el lugar adecuado o el momento adecuado de una persona. Entender que eso nos puede pasar y sentirnos representados en ese aspecto también puede ser psicológicamente positivo. Es, por ejemplo, lo que ocurre en cintas como 500 días juntos (2009).
Sea como sea, una película nunca debería ser un placer culpable. Si nos hace sentir bien verlas y no le hacemos daño a nadie, no deberíamos sentir la más mínima culpa. Eso es algo que, psicológicamente, también debemos trabajar.