El juego de PlayStation Gran Turismo es uno de los más exitosos a la hora de reproducir la experiencia de un conductor al volante, pero su argumento no va mucho más allá. Por eso, su adaptación al cine tenía la responsabilidad de convertir su argumento base en una narración atractiva para un público más amplio. Con esta meta, el director Neill Blomkamp toma un camino audaz para relatar su historia, mostrando el videojuego como un primer paso hacia el triunfo. Pero ahí queda todo.
El argumento de la película Gran Turismo se basa, en realidad, en el piloto de carreras Jann Mardenborough (Archie Madekwe). Que se convirtió en un renombrado conductor tras largos años de experiencia con el juego. De hecho, la película muestra cómo el joven aficionado comienza su camino hacia el éxito más allá de la videoconsola. Lo que convierte a la trama en una historia de superación que incluye, además, un tributo indirecto al juego de PlayStation.
Sin embargo, a pesar del potencial de la idea, la película se queda solo en un cliché incapaz de competir con otros fantásticos largometrajes sobre circuitos automovilísticos. Su mayor problema es que no logra pasar de ser una fórmula genérica, sostenida por el renombre del material al que rinde homenaje.
Gran Turismo
La película de de Neill Blomkamp intenta imitar la emoción de la experiencia en videoconsolas, pero no lo logra. Basada en la historia real del piloto de carreras Jann Mardenborough, el guion relata cómo el joven amante del videojuego llegó a los circuitos profesionales. Pero la adaptación tiene muy poco que ofrecer más allá de ser un relato sensiblero basado en un drama deportivo. Por supuesto, las menciones a Gran Turismo como fenómeno cultural no faltan, pero todas parecen artificiales y forzadas. Para su previsible final, la película desilusionará a los jugadores y, en especial, a los amantes de las adaptaciones basadas en el automovilismo.
Una adaptación mejorable
La combinación funciona bien durante la primera hora del relato. El guion de Jason Hall y Zach Baylin muestra la sincronía de eventos que llevaron a Jann al éxito. Lo que incluye el surgimiento de la iniciativa GT Academy, creada por Nissan y promocionada por el ejecutivo de marketing Darren Cox.
En su versión en la ficción, Danny Moore (Orlando Bloom) es un idealista convencido de que Gran Turismo puede ser el origen de nuevos talentos. Un convencimiento que lo lleva a apresurar los acontecimientos para que Jann termine bajo la supervisión del ex corredor Jack Salter (David Harbour). Lo siguiente es un esfuerzo conjunto por el éxito, que llevará al personaje principal a cumplir su sueño en competiciones reales.
Pero el guion de Gran Turismo es incapaz de arriesgarse en la historia o en el apartado visual. Algo que una película basada en una experiencia cargada de adrenalina no puede permitirse. La narración parece limitada a ser un conjunto de escenas que hacen hincapié en que el mundo real es muy distinto al de las videoconsolas.
El director, que demostró su habilidad en Distrito 9 para conflictos emocionalmente complejos, no parece saber qué hacer con una historia más sencilla. Mucho más, cuando desaprovecha la oportunidad de explotar grandes secuencias en pista o la emoción de un triunfo que, aunque predecible, podría contarse de manera menos plana.
El punto débil de Gran Turismo
La película tiene potencial para unir en un solo relato la emoción del juego original y la experiencia de uno de sus jugadores. Especialmente porque gracias a la combinación de ambas cosas Jann Mardenborough se convirtió en una figura importante en las carreras. Pero Gran Turismo no logra combinarlas con éxito y terminan por ser dos historias en una. Por un lado, los esfuerzos de un joven por triunfar, por otro, un evidente tributo a un fenómeno de la cultura popular.
El argumento deja de funcionar cuando se vuelve una sucesión de escenas predecibles. La batalla de Jann por superar sus fallos y dudas y el previsible enfrentamiento con su padre. Gradualmente, la narración se traslada a la pista, pero la forma de mostrar la competición es demasiado obvia y tediosa. Un compendio de secuencias de curvas cerradas y primeros planos del vehículo. Para una producción que proviene de un juego famoso por innovar en lo visual, el error resulta lamentable.
Gran Turismo no es una opción para los fanáticos de la experiencia en consolas que esperan encontrar la misma emoción y riesgo visual en el cine. Tampoco para los amantes del género de los circuitos automovilísticos.
La película termina siendo un producto menor, demasiado sencillo y sin nada que ofrecer. Lo que convierte su tópico final —a medio camino entre el drama deportivo y familiar— en un cierre innecesariamente edulcorado. Uno de sus problemas más evidentes a la hora de conectar con los tradicionales jugadores de la experiencia en videoconsola.