Recientemente, el diputado de VOX Agustín Rosety acusó a los políticos de izquierdas de tener la violencia en el ADN. Poco antes, en una de sus apariciones durante la campaña electoral, el candidato del PP a la presidencia del Gobierno de España, Alberto Núñez Feijóo, señaló que, al contrario que en otros partidos, los miembros del suyo no llevan la mentira en los genes. Parece que a los políticos de derechas les gusta hacer referencia a la genética para atacar a la oposición. Concretamente a la genética de la violencia y la mentira. ¿Pero tienen razón?
La respuesta corta es que no. No están en lo correcto, básicamente porque, aun habiendo genes que predispongan a la violencia o la mentira, no tendría sentido que estuviesen en un grupo tan grande y no emparentado como un partido político. Por lo tanto, no, ni Rosety ni Feijóo tienen razón. Dicho esto, veamos hasta qué punto existe esta predisposición.
Con respecto a la violencia, hay cierta polémica al respecto. Algunos biólogos evolutivos consideran que la violencia es inherente al ser humano, mientras que otros consideran que es algo meramente social y ambiental. Sin embargo, no se puede obviar que hay genes que parecen estar relacionados con ella. Lo mismo, pero en menor medida, para la mentira, al menos cuando se trata de algo patológico. Pero en el caso de los políticos no mienten por enfermedad, así que no sería aplicable. De cualquier modo, veamos ambas cuestiones en mayor profundidad.
Rosety y la genética de la violencia
En 1991, un hombre asesinó al dueño de una pizzería durante un atraco a mano armada en Georgia, Estados Unidos. Durante el juicio, el abogado defensor intentó exonerarle alegando que tenía una mutación en el gen de la monoaminooxidasa, que le hacía más propenso a la violencia.
En 2009, un juez italiano redujo de 9 a 8 años la condena por asesinato de un paciente de esquizofrenia que había cometido el crimen tras haber dejado su tratamiento, desoyendo los consejos de su médico. El motivo en el que se basó el juez fue de nuevo la genética. Tenía esa misma mutación en la monoaminooxidasa y también otras asociadas a la violencia.
Poco después, en 2010, un hombre se encontraba en su caravana cuando su exmujer llegó con una amiga a dejarle a sus hijos mientras ella salía con esta. Él mató a la amiga y agredió gravemente a la ex mujer, que logró salvar la vida. Ambos ataques fueron extremadamente violentos, por lo que su abogado defensor pidió que se le realizara una analítica en busca de la famosa mutación en el gen de la monoaminooxidasa. Se vio que la tenía, por lo que durante el juicio se tuvo en cuenta tanto esto como la combinación con el maltrato sufrido por el asesino durante la infancia.
Todos estos casos muestran que, hasta cierto punto, sí que hay violencia en los genes, como dijo Rosety. Pero no tiene nada que ver con las connotaciones que él quiso hacernos creer.
El gen guerrero
El gen de la monoaminooxidasa A tiene las instrucciones para la síntesis de una enzima que ayuda a metabolizar ciertos neurotransmisores, como la serotonina, la dopamina y la noradrenalina.
Se ha visto que, cuando el gen tiene una mutación concreta, la enzima se sintetiza en una cantidad muy baja, de modo que los neurotransmisores se acumulan en el cerebro. Esto, en combinación con otros factores, puede favorecer los comportamientos violentos. De hecho, según un estudio realizado en Finlandia, entre el 5% y el 10% de los crímenes que tienen lugar en este país podrían estar relacionados con esta mutación, conocida como el gen guerrero, o con otra ubicada en el gen CDH13. Este contribuye al correcto desarrollo de las conexiones neuronales y se ha visto que, con dicha mutación, se puede asociar tanto a la violencia como al abuso de sustancias que, a su vez, también puede favorecer comportamientos violentos.
El óxido nítrico neuronal y la genética de la violencia
Otro neurotransmisor importante en lo concerniente a la genética de la violencia es el óxido nítrico neuronal. Este se sintetiza en regiones cerebrales asociadas a las emociones y en dicha síntesis interviene también una enzima, llamada nitasa de óxido nítrico neuronal (nNOS). Se ha visto que cuando el gen que codifica esta enzima se inhibe en ratones, estos muestran comportamientos más violentos.
El ambiente es esencial
Cuando se publicó el estudio de Finlandia, sus autores quisieron dejar claro que la presencia de dichas mutaciones no puede usarse para predecir futuros comportamientos violentos en una persona.
Y es que, a pesar de todo lo que conocemos sobre la genética de la violencia, el ambiente también es esencial. Por ejemplo, se ha visto que las personas que sufrieron maltrato durante la infancia son mucho más propensas a los comportamientos violentos. Ahora bien, incluso teniendo el ambiente en cuenta, sería muy delicado usarlo para reducir las penas de alguien que ha cometido un asesinato. Hay personas con los mismos genes y el mismo historial de maltrato que no optan por este tipo de comportamientos, por lo que la mayoría de expertos coinciden en que es poco ético exonerar a un asesino por estas causas. Al fin y al cabo, sus genes no le devolverán la vida a la persona que mató.
¿Somos violentos por naturaleza?
Lo cierto es que cualquier persona es capaz de cometer un acto violento. La diferencia es que la mayoría lo evitamos.
Por ese motivo, muchos científicos evolutivos creen que, en realidad, el ser humano es naturalmente violento. Y algo muy curioso es que, al parecer, nuestro cuerpo está hecho para la violencia. Por ejemplo, somos el único primate capaz de colocar el puño de manera que se pueda infringir un puñetazo a otra persona, con fuerza, pero sin dañar los dedos.
Esto ha sido muy estudiado, pero aún sigue habiendo mucha polémica al respecto. Lo que sí está claro es que, incluso si fuésemos violentos por naturaleza, siempre podemos elegir no serlo. Incluso si los genes de ciertas personas les impulsan a la violencia, puede que nunca lleguen a hacerlo. Porque, en realidad, somos mucho más que nuestros genes. No tiene ningún sentido hacer política basándose en ellos, mucho menos de la manera en la que lo ha hecho Rosety.
Feijóo y la genética de la mentira
En el caso de Feijóo, también acusó a la izquierda de tener algo malo en sus genes. Pero, en vez de la violencia, hizo referencia a la mentira.
De nuevo es algo que se ha estudiado mucho. Por ejemplo, en 2013 se llevó a cabo un estudio con gemelos suecos, dirigido a comprobar hasta qué punto la genética interviene en los comportamientos deshonestos. Se eligió a gemelos porque, al ser genéticamente idénticos, si se comparan con otros pares de hermanos, se puede saber si un parecido es por causas genéticas o solo ambientales. De este modo, se concluyó que los genes son responsables del 26 % de las opiniones sobre cómo evitar los impuestos y el 42 % de las decisiones de acceder a una baja por enfermedad innecesaria.
Curiosamente, el científico que dirigió este estudio está especializado en la relación entre la ciencia y la política. Y es que muchos comportamientos deshonestos tienen que ver con la política en general, sin importar necesariamente el color.
El caso de los mentirosos compulsivos
Por otro lado, no podemos dejar a un lado la mentira patológica. Esto se considera más bien un trastorno del comportamiento, aunque se está estudiando hasta qué punto puede intervenir la genética. Se sabe que los mentirosos compulsivos a menudo llevan asociado otro trastorno, que puede tener un origen genético más o menos claro. Por eso, al contrario de lo que ocurría con la genética de la violencia, en el caso de la mentira no se han estudiado genes asociados claramente a ella.
Lo que sí se sabe, volviendo a la mentira compulsiva, es que se considera patológica cuando la persona en cuestión no miente con un objetivo concreto. Por lo tanto, en política no podemos hablar de mentirosos compulsivos, porque sabemos muy bien por qué mienten. Básicamente, para llegar al poder. Aunque para ello tengan que hacer declaraciones con un clarísimo mal uso de la genética.