Oppenheimer, la última película de Christopher Nolan, gira en torno al desarrollo de la primera bomba atómica. Un arma de fisión nuclear que puso fin a la Segunda Guerra Mundial con las explosiones de Hiroshima y Nagasaki. Pero también se menciona continuamente la bomba de hidrógeno, más conocida como bomba H.

Desde el inicio, cuando los científicos del Proyecto Manhattan se reúnen para decidir cómo empezar, ya vemos referencias a esta bomba. Es Edward Teller, uno de los científicos del proyecto, quien propone a Oppenheimer no centrar todos sus recursos en la fisión atómica, sino derivar también algunos a la fusión. Este no toma muy en serio su propuesta, ni entonces ni el resto de veces que se lo pide.

No obstante, cuando llega a oídos del presidente de los Estados Unidos, Harry Truman, este se muestra muy interesado. De hecho, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, propone a Oppenheimer mantener abierto el laboratorio para investigar esta nueva arma, ahora dirigida a la defensa contra la Unión Soviética. El director del Proyecto Manhattan se niega, por lo que inicialmente puede parecer que no se siguió adelante. Pero sí se hizo. Un nuevo proyecto, esta vez dirigido por Teller, llevó al desarrollo de dos bombas H, probadas en los años 50. Sus explosiones fueron tan inmensas que dejaban las de Hiroshima y Nagasaki como algo anecdótico.

Por suerte, a día de hoy solo se han realizado pruebas y no se han utilizado en guerra. Si se hiciese, sería justo la catástrofe que Oppenheimer, tras sentir que sus manos estaban manchadas de sangre, quiso evitar. ¿Pero cómo funcionan exactamente este tipo de bombas?

La diferencia entre fisión y fusión nuclear

A grandes rasgos, la mayor diferencia entre fisión y fusión nuclear es que la primera consiste en la división del núcleo pesado de un átomo en otros más ligeros y, la fusión, en todo lo contrario. 

Cuando se divide el núcleo se libera energía y también neutrones que, al colisionar con otros átomos, provocan que estos también se dividan. Así, se genera una reacción en cadena que se mantiene mientras haya combustible. Esta energía se puede usar para obtener electricidad, como en las centrales nucleares, pero también para fabricar bombas, como la que se desarrolló en el Proyecto Manhattan y después se lanzó sobre Hiroshima y Nagasaki.

En cuanto a la fusión nuclear, el proceso también libera partículas y energía. Esta energía es muchísimo mayor que con la fisión nuclear. No hay más que ver que es precisamente el proceso que mantiene encendidas las estrellas. El problema es que, para empezar, es más complicado activarlo, y, una vez logrado, es mucho más difícil de controlar a una escala adecuada. Por eso, hasta ahora no se ha logrado obtener electricidad mediante fusión nuclear de forma suficientemente eficiente. Pero sí se ha conseguido hacer bombas, como la bomba H de la que tanto se habla en Oppenheimer.

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Oppenheimer sabía lo potente que sería la explosión de una bomba H e intentó evitarla por todos los medios.

Así funcionaba la bomba H que quiso evitar Oppenheimer

En la película vemos cómo, casi al inicio, Teller propone a Oppenheimer fabricar una bomba de fusión. Así, en vez de usar como combustible isótopos de elementos radiactivos, como el uranio o el polonio, emplearían átomos mucho más ligeros, como el hidrógeno y sus isótopos. Por eso más tarde se la conocería como bomba de hidrógeno.

Tanto Oppenheimer como otros científicos del proyecto le hacen ver que, para ello, sería necesaria una fuente inmensa de calor que hiciese que los núcleos se fusionasen. Él responde que esta sería una pequeña bomba de fisión. Por eso, dado que aún no sabían cómo fabricar la bomba de fisión, Oppenheimer decide zanjar el tema de momento.

Pero Teller no se rindió. Siguió investigando por su cuenta a medida que se avanzaba en la bomba de fisión. Y continuó haciéndolo después de que se diese por terminado el Proyecto Manhattan. El problema fue que, una vez que se puso al mando de esta nueva misión, el matemático Stanislaw Ulam demostró que la bomba H que él estaba diseñando no funcionaría.

Este realizó algunos cambios que inicialmente no convencieron a Teller. No obstante, más tarde, el físico comprobó que el matemático estaba en lo cierto. Así, se optó por fabricar una bomba H en la que se utilizaba un recinto con una bomba de fisión en un extremo y el material termonuclear, compuesto por átomos de isótopos de hidrógeno y litio, en otro. Cuando estallaba la bomba de fisión, las ondas de choque comprimían el combustible, provocando que los núcleos de sus átomos se fusionaran y, así, estallase la gran bomba de fusión. Poco después se realizó otro cambio, en el que no se aprovechaban las ondas de choque, sino la radiación generada por la fisión nuclear. Así, ya estaría lista aquella primera bomba H a la que bautizaron como Ivy Mike.

Un ensayo aterrador

Una vez recibida la luz verde de Truman, en 1952, se decidió probar la bomba H en el atolón Enewetak, ubicado en las Islas Marshall. La explosión alcanzó los 10.400 kilotones de potencia. La bomba de Hiroshima, cuya explosión dejó a su paso cientos de miles de muertos, tenía solo 16 kilotones. Por lo tanto, este impacto, en un lugar habitado, sería un absoluto genocidio. De hecho, el atolón quedó totalmente calcinado.

Es el motivo por el que Oppenheimer se opuso siempre al desarrollo de esta bomba. Sabía a dónde podía llegar y temía que se hiciese realidad.

De la primera bomba H a la Bomba del Zar

Estados Unidos probó una segunda bomba H dos años después. Pero estas, a pesar de su ferocidad, provocaron solo una mínima parte del estallido que desencadenaría la Unión Soviética una década más tarde.

Y es que, como Oppenheimer ya avisó, sus científicos tenían la capacidad más que suficiente para fabricar su propia bomba H. Bautizada como la Bomba del Zar, e probó en 1961, en Nueva Zembla, y se alcanzaron los 50.000 kilotones. 

En definitiva, la ciencia tiene la capacidad para sembrar el terror. Oppenheimer lo comprobó de primera mano y, como bien se ve en la película de Nolan, quedó mentalmente devastado. Solo queda que los seres humanos tengan la suficiente conciencia y la suficiente inteligencia para que esos avances científicos no lleguen a usarse nunca más allá de aquellas pruebas. Ojalá, siguiendo las metáforas de Oppenheimer, nunca tengamos que recoger esas sábanas.