En The Idol, de HBO, el mundo de la fama es una caja de resonancia de los deseos del público. No solo al reproducir los anhelos y obsesiones perversas en un espectáculo que sacuda a la cultura de masas. También en la percepción de las estrellas como elementos desechables en favor de un bien mayor.
La serie explora en la fama y la celebridad desde la perspectiva de que tras cada famoso que triunfa hay una maquinaria manipuladora. Lo que lo convierte en un producto de consumo masivo, deshumanizado y maltratado por el reconocimiento.
Desde sus primeras escenas, The Idol muestra a la cantante Jocelyn (Lily-Rose Depp) enfurecida por no poder mostrar un desnudo frontal en una fotografía publicitaria. La jovencísima vocalista intenta batallar contra un mar de rostros idénticos entre los cuales desea destacar.
El guion de Sam Levinson, Reza Fahim, The Weeknd, Joe Epstein y Mary Laws muestra la enfurecida necesidad del personaje como una forma perdida de mostrar su talento. Desea ser reconocida, adorada. Convertirse en un hito que supere a cualquier otro. Para eso, sabe que debe romper reglas. Y eso hará en cada oportunidad que tenga.
The Idol
The Idol, de Sam Levinson para HBO, es una versión perversa sobre la fama. Pero, pese a su deslumbrante apartado visual, el guion carece de la solidez para contar su sórdida historia, enfocada solo en la polémica. La trama, que relata cómo una jovencísima cantante termina en una relación tortuosa con un hombre capaz de llevarla al estrellato, carece de elementos para ser creíble. La producción basa su efectividad en su capacidad de ser escandalosa e incómoda. Algo que no siempre está justificado por una narrativa interesante o la simple coherencia narrativa. A pesar de su ambición, no alcanza a explorar los lugares oscuros que insinúa. No es más que una colección de imágenes chocantes que buscan la provocación directa.
El polémico comienzo de The Idol
Cuando el argumento comienza, la protagonista ya tiene fama y renombre, pero necesita algo más. Tan elaborado y potente como para afianzar su personalidad de manera contundente. De hecho, durante sus primeros minutos, The Idol se esfuerza por llevar adelante la idea de que cada una de sus escenas desea provocar una reacción. Ya sea asombro, repulsión o desconcierto.
The Idol es una percepción acerca de la validación colectiva, que se vincula a la idea de que nuestra cultura necesita figuras que aclamar. Pero también que destruir y olvidar. Así que, la necesidad de mantenerse en el ojo de atención pública es una demanda que requiere siempre de nuevas expectativas. Lo que lleva a que todo aspirante a la celebridad deba enfrentarse a sus límites, tabúes y temores.
Una historia blanda con escenas controvertidas
Jocelyn podría ser Britney Spears, aunque la historia deja claro que esta refulgente estrella ficticia no está basada en ninguna real. No obstante, es evidente que The Idol sostiene su impacto en paralelismos obvios con las grandes divas del pop. Mucho más, que su exploración se nutre de manera deficiente de los escándalos antes que de los triunfos que rodean a esos grandes nombres del mundo del espectáculo.
Si algo se lamenta especialmente en The Idol es su intento poco disimulado por utilizar todos los recursos a su alcance para resultar controvertida. La exploración de los personajes se concentra únicamente en hasta qué punto pueden ser repulsivos o violentos a través de conocidos estereotipos. La trama comienza dejando claro que busca volverse incómoda lo más rápido que pueda. Pero la reiteración de la idea acaba por romper el delicado equilibrio entre un espectáculo intrigante y uno cuyas intenciones son obvias.
El precio de la fama
En concreto, porque cada elemento está construido desde una frontalidad torpe que carece de profundidad. The Idol es una apuesta arriesgada en la medida que necesita sorprender para ser efectiva, pero no lo logra siempre. De hecho, su relato se hace cada vez más evidente al establecer paralelismos obvios.
La conocida historia de una estrella con talento en manos de un poder manipulador se convierte en esta ocasión en una mirada hacia nuestra cultura. A sus demandas, errores y abusos. Jocelyn pasa de ser una cantante que quiere demostrar su talento en busca de la fama a convertirse en una víctima de su ambición. En más de una ocasión, la trama de The Idol insinúa que el personaje pasa de la pobreza a la riqueza sin comprender las complejidades del mundo que la rodea.
Así, se entrega ciegamente a toda esa nueva experiencia que está a su alcance. Desde fotografías sexualmente explícitas, hasta la constante sensación de que su carrera pende de un hilo. El guion intenta mostrar un frenético crecimiento, pero todo lo que ocurre durante su primer capítulo se relata como parte del contexto.
La rebelión superficial de The Idol
Con rapidez, la serie puntualiza que Jocelyn es una víctima del deseo de romper cualquier imposición. La moral pública, los límites de lo femenino e, incluso, la definición de lo artístico. La cantante es un ídolo de adolescentes que desea dejar de serlo. Pero, en el trayecto, su rebelión pública se convierte en un abismo personal.
La premisa podría resultar efectiva si la figura de la cantante a punto de alcanzar fama mundial dependiera menos de su impacto en lo explícito. No hay una sola escena en The Idol que no esté diseñada minuciosamente para producir una sacudida emocional y un posterior debate. Discusiones acerca de la libertad individual de las mujeres sobre su cuerpo al margen del contexto y la opinión colectiva o sobre la sexualidad explícita filmada de manera sofisticada.
Cada uno de sus fragmentos analiza la relación de la cultura popular con sus grandes protagonistas a partir de lo desagradable y denigrante. En algunos puntos, la combinación es efectiva —y concede a la serie sus mejores momentos—, pero en otros solo muestra la evidente necesidad de ser artificialmente perversa.
El escándalo en todas partes
The Idol dedica su primer capítulo a profundizar en su idea central. Dentro de las dinámicas de la fama, un paso en falso puede conducir a lugares inesperados. Por lo que una imagen provocativa causa la primera gran crisis de relaciones públicas de Jocelyn. Sus días como ídolo juvenil están contados y la artista lo sabe.
De manera que, su búsqueda de una solución la lleva a conocer, casi por accidente, a Tedros (The Weeknd). Este empresario musical, combinación de explotador, proxeneta y visionario del marketing, sabe que puede convertir a Jocelyn en una estrella. En ese camino, el director Sam Levinson profundiza en la relación perniciosa, a menudo violenta y demandante, entre ambos.
The Idol se esfuerza por generar tensión en torno a un suceso futuro inevitable. Jocelyn está destinada a ser todo fuerza y atrevimiento en el escenario. Tedros, a convertirse en una obsesión que la llevará a un mundo inexplorado de placeres y deseos. Pero el guion plantea la situación con tanta torpeza que solo plantea la circunstancia como algo que debe ocurrir para que la historia avance.
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Desde un personaje que se masturba hasta casi asfixiarse, hasta un número musical sexualmente explícito. The Idol utiliza todos los medios a su disposición para apuntalar la idea del desastre que ocurrirá y devastará a Jocelyn, su mundo y sus esperanzas. Pero no logra transmitir la decadencia. Esta deficiente aproximación a los lugares más oscuros de la celebridad se toma demasiado en serio para ser maliciosa. A la vez, carece de identidad para ser oscura o mostrar la degradación como algo más que un incidente propio de la torpeza de sus personajes.