Un estudio publicado en 2016 estimó que 83% de la población mundial tenía cielos nocturnos contaminados con luz artificial. No solo eso: el brillo en la Tierra viene creciendo 9,6% cada año, desde hace al menos una década. Nos estamos quedando sin noche y nuestro cuerpo lo está padeciendo.

La revista científica Science publicó este jueves una edición especial centrada en la contaminación lumínica. La serie de reportajes reseña varios estudios que demuestran que la exposición a la luz nocturna afecta el sistema visual, altera la fisiología circadiana y, por supuesto, el sueño. Algunas investigaciones apuntan que entre los efectos adversos podrían estar varias enfermedades crónicas.

El principal problema tiene que ver con la melatonina. Es una hormona que hace las veces de nuestro reloj biológico. El organismo humano aumenta su producción y liberación al anochecer y reduce su nivel de día. De esta forma, induce el sueño y la vigilia.

Un experimento realizado con 100 personas, publicado en diciembre del año pasado, confirmó que los fotorreceptores de la retina se encargan de activar o detener la liberación de esta hormona. Esto, dependiendo de la luz que perciben. El estudio concluyó, precisamente, que el exceso de iluminación artificial está relacionado con la supresión de melatonina. Es como si el organismo sintiera que todavía es de día.

Esta alteración de la Melatonina afecta el ritmo circadiano. Se trata del ciclo natural de cambios físicos, mentales y de comportamiento que experimenta el cuerpo en un ciclo de 24 horas. Y entre los focos más comprometidos está la microbiota intestinal.

La luz artificial, el ritmo circadiano y la salud

Luz artificial afecta el sueño y la salud.

Investigadores de la Universidad Nacional de Taiwán publicaron en 2022 los resultados de otro experimento que hicieron con ratones. Detectaron que, al exponerlos a luz artificial durante la noche, su microbiota intestinal se alteraba. Este tipo de cambios suele afectar el metabolismo, el desarrollo del cerebro y se relacionan con enfermedades neurodegenerativas.

El cáncer también es uno de los peligros. La Agencia Internacional de Investigación sobre Cáncer (IARC), que pertenece a la Organización Mundial de la Salud (OMS), ya había advertido en 2007 que el trabajo por turnos que implicara una disrupción del ritmo circadiano clasificaba como probable carcinógeno.

El Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) lideró otro análisis publicado en 2018 que correlaciona la exposición excesiva a la iluminación artificial, particularmente la luz de las lámparas LED, con cáncer de mamas y próstata. Este estudio se hizo con la colaboración de más de 4.000 personas, habitantes de las ciudades de Barcelona y Madrid. Ahora, el equipo está averiguando cómo la contaminación lumínica puede afectar la salud cardiovascular.

Un niño que nazca hoy en una zona donde son visibles 250 estrellas, solo será capaz de ver 100 cuando cumpla 18 años. El ejercicio lo propuso Christopher Kyba, investigador del Centro Alemán de Investigación en Geociencias de Potsdam, autor de un estudio sobre la contaminación lumínica publicado a principio de este año.

Y si ese niño llegara a los 80, «quizás solo cinco de las estrellas más brillantes aún serían visibles», dijo el investigador en entrevista con El País. Por eso no es descabellado pensar que el problema avanza tan rápido que esta sería la última generación en ver las estrellas.

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