Sarah (Sarah Snooke, de Succession) no sabe qué ocurre con su hija Mia (Lily Latorre). La niña, que acaba de cumplir siete años, comienza a tener un comportamiento errático y siniestro después de encontrar un conejo blanco frente a la casa en la que vive junto a su madre. Poco a poco, lo que parece un comportamiento emocional, impulsivo, comienza a revelar algo más grave. Pero Huye conejo, huye no da pistas de inmediato de hacia dónde conducen el miedo, las pesadillas y la lenta transformación de la pequeña. ¿Es algo sobrenatural? ¿Tal vez un trastorno psiquiátrico?

El argumento de Huye conejo, huye, disponible en Netflix, no es novedoso. Pero la película intenta revitalizarlo a través de narradores poco fiables. Por un lado, Sarah es incapaz de comprender qué ocurre a su alrededor y por qué Mia se convierte en una presencia cada vez más perturbadora.

Por otro, la niña aparece como una criatura misteriosa, con el rostro cubierto por una máscara de papel y con su nueva mascota entre los brazos. La narración deja entrever que alguna de las dos miente, que lo que se muestra no es del todo verídico. ¿Cuál es el problema real en este drama en apariencia denso y oscuro? ¿Se trata de una madre herida y aplastada por un trauma mayor que arrastra desde la infancia? ¿O de una hija aterrorizada por el comportamiento errático de Sarah?

Huye conejo, huye

La película de Netflix se basa en la confusión. Cuando la hija de Sarah (Sarah Snooke) comience a comportarse de forma inexplicable, su madre intentará comprender el motivo. Pero lo que parece una reacción a la soledad que las rodea o un desorden psiquiátrico, pronto se revela como algo más siniestro. En especial, cuando el guion deja entrever que el principal misterio tiene que ver con el pasado de Sarah. La idea, que se apoya en un pausado ritmo y un apartado visual lleno de juegos de luz y sombras, podría resultar efectiva si dedicara más tiempo a sus personajes. Pero ambas protagonistas son solo una excusa para insinuar una historia de terror que jamás se muestra del todo.

Puntuación: 2.5 de 5.

En busca de la verdad

La historia de Huye conejo, huye permanece en un terreno en el que es difícil llegar a una conclusión. Mia comienza a insistir en que su nombre es Alice, hermana desaparecida de la protagonista. Lo hace en voz suave y de forma casi accidental, pero también a gritos en mitad de la noche. ¿Sufre algún tipo de trastorno psiquiátrico? El guion de Hannah Kent deja pistas falsas que convierten al argumento en un rompecabezas complicado. Especialmente, cuando el relato es incapaz de enlazar todas las ideas que deja a su paso y que, aparentemente, apuntan a algo más grave.

Con lentitud, la historia explora la desaparición de Alice a partir de pequeños fragmentos de información desordenada. Sarah se niega a explicar qué ocurrió en su infancia y su madre lo ha olvidado por la demencia. Pero Mia señala fotografías en la que se reconoce a sí misma como Alice y se enfurece al ser incapaz de expresar que algo ocurre en su mente. Huye conejo, huye profundiza en una trama que se esfuerza por ser tramposa y dejar espacios a la imaginación.

Un misterio que no se logra

Pero el argumento de Huye conejo, huye carece de la suficiente solidez para tener éxito en un experimento semejante. Más aún cuando eso implica depender casi en exclusiva de diálogos superficiales sin ninguna doble interpretación. A medida que la directora construye la sensación de amenaza densa alrededor de sus personajes, la trama pierde impacto. En especial cuando, a pesar de tratar de intentar ser misteriosa o críptica, no tiene más remedio que dar indicios obvios de lo que puede estar ocurriendo.

Imágenes de cementeros que Mia mira con atención y que la hacen preguntar por la posibilidad de la vida después de la muerte. Álbumes fotográficos en los que las imágenes de la enigmática Alice desaparecen sin explicación. La narración de Huye conejo, huye conduce su idea central con tanta torpeza como para en su primera mitad resulte obvia.

Huye conejo, huye carece de interés

Gran parte de la película intenta expresar la tensión a través de momentos sin otro sonido que el de la madera crujiendo o una respiración afanosa. Mientras tanto, la cámara muestra primeros planos estáticos de habitaciones y pasillos. Sin duda, el apartado cinematográfico intenta expresar un tipo de atmósfera cada vez más claustrofóbica. En especial, a medida que la historia deja claro que el relato aborda los secretos que se guardan en lugares inaccesibles de la memoria.

No obstante, Huye conejo, huye no tiene demasiado éxito al construir misterio en torno a la búsqueda de respuestas. Desde sus primeras escenas, es obvio que se trata de una combinación entre un drama familiar y un thriller tenebroso. Pero no hay un puente narrativo que permita que ambas se muestren en un mismo escenario.

Sin misterio, sin sorpresas, sin terror

De hecho, mientras la película avanza, el relato se alarga de manera innecesaria. Entre pausas inexplicables en conversaciones, puertas que se cierran y la inquietud de un secreto, nada está claro. Algo que la directora de fotografía, Bonnie Elliott, acentúa con una iluminación tenue y la percepción de que los espacios exteriores empequeñecen a sus figuras centrales. Pero, en lugar de elaborar una percepción sobre el desasosiego, la angustia o la aflicción —también temas centrales—, la historia cae en estereotipos.

En su tercer tramo, cuando el secreto familiar que aterroriza a Sarah y que Mia encarna es evidente, el argumento pierde todo impulso terrorífico. Especialmente, cuando la insinuación de eventos sobrenaturales alimentados por el sufrimiento se hace el único motor de lo que se muestra en pantalla. Para su escena final, Huye conejo, huye deja atrás toda pretensión de sorprender y se conforma con atar cabos de manera torpe. Lo que termina en una conclusión confusa para una mirada sobre la oscuridad interior que pudo ser mucho más sólida.

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