Aunque las historias sobre chemtrails no han desaparecido en ningún momento, parece que, al menos en España, han vuelto de lleno al candelero. Esto se debe a la consulta lanzada al Gobierno por el diputado Pablo Cambronero. El ex miembro de Ciudadanos ha sido noticia en repetidas ocasiones en los últimos meses. Primero por abandonar el partido, pero no el escaño que ostentaba en el Congreso. Después, por ser el único Diputado, más allá de VOX, que apoyó la moción de censura de Tamames. Y, ahora, por esta curiosa consulta que, según ha explicado él en redes sociales, obedece a las dudas y la preocupación de la población española.
Así reza en el documento que ha hecho público a través de Twitter: “¿Está el Gobierno manipulando el tiempo a través del rociado aéreo de productos químicos?” “En caso afirmativo, qué productos, modos, sistemas y medios está usando el Gobierno para esta manipulación?”
Como era de esperar, la consulta ha dado alas a los defensores de la conspiración de los chemtrails. No importa que los científicos lleven años desmintiendo su existencia. Un político sin formación científica siembra la duda y todo vuelve a saltar por los aires. ¿Pero hay realmente motivos para tanto revuelo?
No, los chemtrails no existen
Se conocen como contrails las estelas que aparecen en el cielo como resultado de la condensación de los gases de combustión de los motores de los aviones.
Este es el término científico. Sin embargo, hay personas que piensan que es el resultado de una fumigación deliberada desde el aire. En ese caso, se les conoce como chemtrails. Los defensores de esta conspiración alegan que esa fumigación puede realizarse con dos objetivos. Por un lado, puede ser que se lancen a las personas en la Tierra sustancias con fines ocultos. Esto puede ocurrir, por ejemplo, para causar esterilidad y controlar así la población. También, en los inicios de la campaña de vacunación de COVID-19, se llegó a decir que se lanzaba la vacuna desde el aire para inmunizar a los indecisos.
Por otro lado, algunas personas dicen que los chemtrails son el resultado de una maniobra para retirar las nubes y evitar que llueva. Así, supuestamente, los agricultores tendrían que comprar forzosamente semillas diseñadas para resistir a la sequía.
En 2016, un equipo de 77 científicos expertos en ciencias atmosféricas y geoquímica se reunió para analizar la posibilidad de existencia de los chemtrails. 76 de ellos concluyeron que no hay evidencias científicas de ningún programa de fumigación oculto. El otro solo reconoció que había encontrado muestras de bario cuya procedencia no pudo explicar. Por tanto, no se descarta la fumigación, pero tampoco hay pruebas que la apoyen. Además, todos están de acuerdo en el origen de las estelas en el cielo.
Mejor llámalos contrails
Como resultado de la combustión que tiene lugar en los motores de los aviones, se liberan al aire un gran número de sustancias, desde vapor de agua hasta dióxido de carbono, pasando por óxidos de nitrógeno, gases de azufre y hollín. No obstante, el que más nos interesa para comprender este fenómeno es el vapor de agua. Del mismo modo que cuando respiramos en un ambiente muy frío, los gases que salen muy calientes, al pasar a la atmósfera, mucho más fría, se condensan.
Si las condiciones de humedad son adecuadas, el agua que estaba en forma de vapor se solidifica, formando cristalitos, que además pueden mantenerse más estables al organizarse sobre el hollín. De hecho, se mantienen tan estables que han llegado a catalogarse como nube. Solo puede considerarse como tal una agrupación de cristales de hielo que se mantiene en el aire durante más de 10 minutos. Esto es algo que ocurre frecuentemente con los contrails, por lo que la Organización Meteorológica Mundial los ha bautizado como Cirrus homogenitus. Si crece lo suficiente como para parecerse a un cirro natural, se le debe poner un tercer nombre, que en este caso indica su origen humano, ya que se les conoce como Cirrus homogenitus homomutatus.
Desmintiendo la conspiración
Más allá del estudio de 2016, son muchos los científicos que han analizado la posible existencia de los chemtrails, pero ninguno ha conseguido demostrarlo. Y es que, en realidad, los argumentos que normalmente se emplean para demostrar su existencia no son nada sólidos.
Por ejemplo, se habla de que si realmente procediesen de la condensación no se mantendrían durante tanto tiempo en el aire. No obstante, están más que estudiadas las condiciones de presión, temperatura y humedad que facilitan que la condensación se mantenga estable en el aire.
Por otro lado, las redes sociales están repletas de vídeos cuyo único argumento es que las estelas no salen de los motores de los aviones. Y es que, en realidad, los gases que salen del motor se extienden a través de las alas y hacia la cola, por lo que la condensación no tiene que ser necesariamente una línea que sale del motor. Precisamente, los aviones vuelan por cómo se distribuye el aire por sus alas.
En cuanto a la teoría de que los chemtrails son el resultado de aviones que eliminan las nubes, tampoco tiene mucho sentido. Esta opción es muy famosa en lugares del sudeste de España, donde las precipitaciones suelen escasear. Aunque ahora, con el cambio climático, la sequía está llevando a que se hable sobre ello en otros puntos.
Supuestamente, estos aviones inyectan en las nubes sustancias como el yoduro de plata para provocar la sequía. Sin embargo, resulta curioso que hayan llegado a esta conclusión, puesto que esta sustancia se ha investigado con el objetivo totalmente contrario. Lo hizo el premio Nobel Irving Langmuir en los años 40 del siglo pasado. Buscando una forma de provocar precipitaciones en parajes de sequía, vio que si se espolvoreaban las nubes con sustancias como el hielo seco o el yoduro de plata se podía facilitar que llueva.
Desgraciadamente, aunque ese no era su objetivo inicial, se acabó usando su método con fines bélicos durante la guerra de Vietnam. Concretamente, se buscó aumentar los efectos de los monzones para dificultar el acceso del ejército contrario por la selva.
Con el tiempo se desechó esta herramienta, pues no se ha estudiado en profundidad si podría producir efectos adversos. De cualquier modo, si se empleara de forma clandestina, no reduciría las lluvias: las aumentaría.
En definitiva, nuestro problema actual no es otro que el cambio climático. De eso sí hay evidencias más que demostradas y, desde luego, da para muchas consultas a los gobiernos. Echar leña al fuego de la conspiración no solo es una pérdida de tiempo, sino que extrae el foco de donde debe estar realmente. Nuestros problemas no vienen del cielo, sino de la superficie. Intentemos solucionarlos en vez de seguir creyendo en películas.